Escrito por Luis Armando González.05 de Enero. Tomado de Contra Punto.
La definición de la estrategia corre por cuenta del presidente y sus asesores cercanos, de quienes cae por su peso que conocen bien la historia
SAN SALVADOR - Todo gobierno necesita una estrategia de gestión que es la que deberá marcar la pauta para el ejercicio de cada mandato en las distintas instancias que lo constituyen. Esa estrategia debe ser expresamente formulada desde la jefatura del Ejecutivo, compartida con el equipo de gobierno y divulgada ante la sociedad, de modo que exista un amplio conocimiento de la hoja de ruta gubernamental.
En sus primeros cien días, el presidente Mauricio Funes quedó en deuda con la formulación y divulgación de esa estrategia de gestión. Se dijo que era muy poco tiempo y que había que esperar unos meses más.
Al cierre de 2009 tampoco se la tenía. Y ha comenzado 2010 sin que la ciudadanía –y al parecer también los funcionarios electos por el presidente Funes: tanto los que se quedan como los que se van— tenga claro cuál es el horizonte estratégico en el que se enmarca el quehacer de la administración que tomó las riendas del Ejecutivo el 1 de junio del año pasado.
Hay que decir que la estrategia de gobierno no es igual a la plataforma (o al programa) de gobierno. En el caso de Funes, el programa de gobierno “Nace la esperanza, viene el cambio” es lo que debe concretarse con una estrategia clara y definida, en la cual además de fijarse las prioridades y las metas, se deben establecer los recursos y los tiempos para su realización. Asimismo, es en base a ello que los funcionarios y funcionarias del Ejecutivo deben rendir cuentas de su desempeño ante las autoridades superiores y ante los ciudadanos y ciudadanas.
En parte, porque esa estrategia no existe (o de existir, no ha sido compartida) es que las destituciones realizadas por Funes en los primeros días de enero han causado desconcierto, sorpresa y preocupación.
Y es que en el ambiente flotan interrogantes acerca de los criterios seguidos por el ciudadano presidente para remover de sus puestos a funcionarios que, en general, hicieron lo que mejor pudieron, siguiendo el rumbo que creyeron armonizaba con los compromisos de campaña del presidente y con los ideales del partido que lo llevó al poder.
Nadie puede ocupar un cargo público de alto nivel sin tener ideas claras –estratégicas— de qué es lo que se espera de su desempeño. La intuición no basta. Y la definición de la estrategia corre por cuenta del presidente y sus asesores cercanos, de quienes cae por su peso que conocen bien la historia y los problemas de El Salvador y que, además, están comprometidos con el bien común y el bienestar de los sectores sociales más vulnerables.
¿Y si esos asesores cercanos no conocen bien la historia y los problemas del país? ¿Y si están comprometidos con intereses ajenos al bien común y al bienestar de los sectores pobres? Bueno, en ese caso el presidente estaría metido en un gran embrollo, al igual que lo estarían los funcionarios y funcionarias, expuestos a equivocarse permanentemente por no tener claridad acerca de hacia donde se mueve esa nave sin rumbo que es el gobierno.
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