Jorge Isaac Dheming Valle.08 de Mayo. Tomado de Diario Co Latino.
Salve Soldado Salvadoreño, tiendo a ti la mano amiga y se saludo con la espada y con la pluma; Glorifico tus hazañas legendarias del ayer al igual que las conquistas positivas de hoy. Doquiera se busque en nuestra historia Patria, allí has dejado gravada la huella de tu paso, huella escrita con Sangre, Sudor y Sacrificio.
Desde los remotos días de la conquista, fue en Cuscatlán donde el fiero Atlacatl al frente de sus indómitos pipiles, opuso su sangre y su pecho patrióta a la evalancha invasora. El arcabuz despiadado del rubio Castellano destrozó frentes altivas, que prefirieron la muerte gloriosa del soldado a la vida miserable del esclavo. En esas primeras páginas de nuestra historia se encuentra el ancestro que ha de llevar en su sangre el soldado salvadoreño. Su amor a la libertad por la cual hará los más grandes sacrificios.
Tres siglos después, un 5 de Noviembre, el grito de Libertad hará temblar y palidecer a los representantes del ya senil Imperio Castellano, que trata, en la desesperación de la agonía, retardar a toda costa el último momento. Allí están en la Merceda: Arce, Delgado y los Aguilar, todos ellos soldados de La Libertad, ¡Soldados Salvadoreños! Las campanas rasgan el aire, el verbo ardiente de los patriotas enciende la sangre y los corazones de los cuscatlecos, que, soldados de ideal, se lanzan a la conquista del don más preciado de los pueblos, al conjuro de esa mística llamada Libertad. Muchos cayeron en la lucha, ¡su sangre abonó la campiña! De allí brotó, de esta tierra generosa abonada con la sangre de valientes, el soldado salvadoreño, indómito, invencible, que con su sangre regará después no solo el istmo Centroamericano sino las cinco continentes en la más grande contienda que registra la historia.
Apenas lograda la emancipación de España, otro nueve peligro se avecina. De allende al Suchiate, avanzan las columnas invasoras. Los pequeños estados Centroamericanos claudican, ante el argumento siempre poderoso de la fuerza, argumento que vomitan las bocas de fuego de la artilleria Azteca. Pero, ¿que sucede? Lo imprevisto. El más pequeño de los estados se alza como barrera infranqueable ante la insolencia del poderoso que espera la campaña será una marcha triunfal. Las mujeres y los hombres son soldados. Soldados salvadoreños que darán con gusto hasta la última gota de sangre por conservar su Libertad. Cada casa es un baluarte, cada soldados una fortaleza que debe ser tomada por asalto pues la rendición no existe para ese ejército de patriotas que, como el Cacique legendario, prefieren morir a bajar la altiva ceviz que será ungida al carro de guerra del conquistador. La metralla extrangera ciega vidas, pero donde cae un soldado diez cierran la brecha. La sangre tibia y roja corre, sangre indómita de un pueblo bravío y valiente. Esas vidas y esa sangre con el tributo que habrá de pagarse para salvar a Centro América de la anexión. En esos días, la espada y el fusil del soldado salvadoreño puestos en la balanza del destino, decidieron la suerte de Centro América. !Esos valientes escribieron su historia con Sangre, Sudor y acrificio!
Más tarde surge en Centro América su más grande caudillo. Bajo la bandera unificadora forma sus legiones. A su llamado acuden sin tardanza los salvadoreños y ellos serán sus soldados favoritos; lo acompañarán en todas sus campañas, estarán a su lado a la hora de la victoria, de la derrota y aun de la muerte. A la par del caudillo recorrerán el istmo, incansables, combatiendo por el ideal desde las cálidas llanuras de la costa hasta las elevadas serranías del centro, donde solamente los pinos serán mudos testigos de sus sufrimientos.
Ellos estarán en San Pedro, Las Charcas y Gualcho y, fieles a la causa de su General, no les importará sentir que se clave en sus entrañas la garra implacable del hambre o que las fiebres del trópico les abrasen la sangre diezmando poco a poco los efectivos del ejército unitario; ese ejército glorioso que combatió contra la reacción oscura, sórdida y oligárquica que aun suspiraba por los privilegios de la colonia. Sus hazañas quedan como mudo ejemplo para las nuevas generaciones y las juventudes se inspirarán ante esa muestra de lealtad e idealismo.
Cuando por fin las fuerzas separatistas abaten el cóndor, que ha descendido de las alturas, a su lado están sus soldados favoritos, los hijos de la tierra a la que deja su cuerpo cansado por el fragor de cien combates. A El Salvador deja Morazán sus restos, a la posteridad el deber de “hacerle justicia”, y su corazón gigante, a sus soldados salvadoreños que junto a él, fueron protagonistas de esa grandiosa epopeya de Sangre, Sudor y Sacrificio.
Salvadoreño fue el soldado que, brazo a brazo con sus hermanos de los demás Estados Centroamericanos, en la “tierra de los lagos” combatió al filibustero que ávido de riquezas vino a perturbar la tranquilidad en Centro América. Salvadoreño fue el soldado, que vistiendo otro uniforme y bajo otra bandera, no pudo ser indiferente ante la epopeya democrática y tiñó con su sangre las arenas del desierto Tunecino, las playas Mediterráneas y las nieves inmaculadas de los Alpes.
Sí, esos soldados que en una tierra extraña luchaban por el ideal siempre puro de la democracia, son los descendientes directos del Atlacatl indómito; descienden de quienes hicieron morder el polvo a las tropas de Iturbide en las puertas, ya de nuestra querida San Salvador; descienden de los que lucharon como leones a la órdenes del General Morazán. Esa es la estirpe de nuestro soldado criollo, una estirpe gloriosa. Qué importa vistieran uniforme extraño si bajo él hervía la misma sangre de Atlacatl, Arce, Barrios y otros tantos cuyo nombre la historia ha perdido. La misma savia de las heroínas que en la hora sublime de salvar la Patria arrancaban los balcones de sus casas para lanzarlos, convertidos en metralla, sobre los ejércitos invasores.Eso es el ayer ¿y el mañana?; he ahí la gran interrogante. El fragor del trueno anuncia lo espantoso que será la tormenta. Tocará una vez más a nuestro soldado jugar el papel que el destino le encomiende y hacerlo bien como otras veces lo ha hecho. La época de los conflictos localizados no es esta; las nuevas conflagraciones serán necesariamente de carácter global y quizá entonces nuestro aporte de sangre deba ser mayor. Confiemos en la firmeza y el valor de nuestro soldado. Bien se yo que no defraudaremos cuando el momento llegue.
Por eso, hoy te saludo soldado salvadoreño, por las hazañas inolvidables de ayer y por la confianza de que mañana cuando se jueguen mil años de historia, pondrás el peso de tu valor para inclinar la balanza al lado de los ideales nobles y justos. Cuando El Salvador y Centroamerica esperen de ti todo cuanto es posible esperar, mantendrás tu tradición y ofrendarás al sublime altar de la Patria, lo que tantas veces diste en el pasado glorioso, tu Sangre tibia de criollo, el Sudor honrado de tu frente y el Sacrificio generoso de tu vida.
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