En esta ocasión, pues creo que se ha saturado el ambiente, dejaremos para después algunos comentarios que podrán hacerse por la visita del señor Obama, que no creo que tenga mayores consecuencias que el desparpajo que ha provocado su paso de meteoro por América Latina, deslucido por la brutal intromisión en los asuntos internos del pueblo libio, protagonizada por su administración y sus aliados ávidos de petróleo. Habría que preguntarle al pueblo libio si está de acuerdo en que ajenos a sus conflictos, se quieran autoerigir “luchadores de los derechos humanos” y los bombardeen sin piedad.
Un vuelo de halcón por una América Latina agobiada por la pobreza y la exclusión, que han propiciado vulnerabilidad para la vorágine de violencia desmedida que nos aflige, los éxodos masivos de población y la crisis alimentaria de los pueblos, fenómenos provocados por el neoliberalismo voraz impuesto desde los organismos financieros en Washington, y que para Estados Unidos no son otra cosa que problemas de “seguridad nacional”, es decir que América Latina es una amenaza por su vulnerabilidad. Pero al mismo tiempo, este periplo ha servido para darse cuenta que a pesar de estos grandes problemas estamos avanzando, a pura lucha de los pueblos, en la construcción de sociedades verdaderamente democráticas e independientes, sin que Estados Unidos imponga su agenda.
Pendientes aún de que se apele a la razón humana más que a un derecho internacional establecido para favorecer los intereses imperiales y neocoloniales, exigimos nuevamente se suspendan de inmediato las agresiones contra Libia y nos enfilemos a construir una salida dialogada y negociada, como seres humanos civilizados, amantes de la paz y no de la guerra y el pillaje imperialista.
En esta oportunidad queremos abonar al debate de cómo el ajuste global, comandado por los organismos internacionales bajo la tutela de Estados Unidos, no sólo ha generado una crisis económica mundial, de la cual países como el nuestro no han logrado reponerse.
Para que los ajustes estructurales (la insistencia sobre todo, en privatizar los bienes del pueblo, representado por el Estado) puedan ser implementados, es necesario imprimirle a nuestras sociedades, una cierta homogeneidad que pueda afirmar los valores del nuevo orden:
La apología cada vez más radical del consumismo, sustentada en los aparatos de propaganda y (des) información del capitalismo mundial; la justificación permanente de la desigualdad que surge “de forma natural” de la diferencia entre los individuos; la manipulación y el control de los medios de comunicación para minimizar la disidencia política; la exclusión del conocimiento, por la exigencia de un reclutamiento cada vez más selectivo para los nuevos y ultra-especializados tipos de trabajo, por un lado y por el otro, la liberalización del mercado laboral (reducción de los beneficios, salarios y derechos del trabajador) que ofrece servicios a los que tienen como pagar.
Detrás de este fundamental cambio en la construcción discursiva se esconde una forma completamente distinta de entender las relaciones entre sociedad y trabajo. Ambos son considerados ahora medios para la maximización económica privada y no fines en los que la economía tenga que medir también su racionalidad, su razón de ser.
Este proceso se presenta combinado con lo que hemos llamado el apartheid social, que caracteriza a nuestras sociedades y que cada vez agudiza más la privatización del espacio público y segrega enormes cantidades de personas, no sólo por la desigualdad social, sino también por la apariencia personal y por la auto-marginalización (Tarso Genro, Democracia y socialismo en la Globalización, 2000)
“Quedan así destrozados, dice el autor referido, los valores fundamentales del Siglo de las Luces y de la Ilustración” y todos somos llamados a legitimar esta “nueva era” incluso para fundamentar legalmente la desigualdad.
El lenguaje común que sostiene la oligarquía criolla, aunque ya sin la fuerza que representó hace veinte años, sigue siendo en síntesis que la izquierda es estatista y corporativista y que eso es conservador; que la globalización nos ha insertado en el concierto mundial y que eso es un “destino” que no deja más opciones; que la izquierda no tiene propuestas, solo críticas y que no está apta para gobernar; que el Estado actual debe ser reformado, en el sentido que sea más permisible a la libertad (los abusos) del mercado.
La dispersión de la lucha de los trabajadores, la creación de una masa lumpen que vive de la ocasión y en varios casos del crimen, sin solidaridad de clase, los intentos de recomposición de una oligarquía fascista que se alimenta de la explotación y el incremento en la desigualdad social, nos demuestra la fuerza disuasoria del modelo neoliberal.
El no acceso de parte del pueblo, a las decisiones estratégicas políticas, capaces de orientar al Estado en la lucha contra un nuevo orden impuesto, exige por tanto la construcción de una democracia participativa y representativa y del carácter público del Estado. Una acción política que reúna una doble vía, un proceso de reformas del Estado actual, que nos lleve al rediseño de lo político y de la política, para contrarrestar las pretensiones fascistas de la oligarquía de volver al Estado policial.
Responder a la globalización con un tipo de inserción servilista, sin buscar formas actualizadas de preservar nuestro Estado-Nación, es renunciar al futuro por el que hemos dado nuestra vida.
Por otra parte, es necesario responder a la decadencia de la representación política tradicional, buscando nuevas formas que vayan en dirección de reunificar políticamente a la sociedad formal y a la sociedad llamada informal. La integración social se convierte en la bandera inmediata de la izquierda para reafirmar la dignidad humana, a través de la participación en las decisiones de la nación y en el trabajo.
El debilitamiento del viejo orden de clases heredadas desde el siglo XIX, se combina con una aguda ruptura entre la sociedad formal y la informal. La estructura estatal tradicional, rígida y autoritaria, se muestra impotente para mediar de forma democrática, en una nueva agenda de conflictos aparecidos en la posmodernidad.
La especificidad de la denominada relación Estado-sociedad civil que presidió el capitalismo, se desdibuja cada día de la estructura jurídica del Estado, por la acelerada privatización del Estado (neoliberalismo) y el consiguiente debilitamiento institucional. Por lo que la reconstrucción de una nueva tensión democrática auténtica, entre Estado y sociedad, sólo puede ser recompuesta creando un nuevo espacio público, un espacio que propicie la politización de la ciudadanía y que reduzca su fragmentación, integrando demandas sectoriales en la escena pública. Una sociedad civil que cuestione y controle al Estado y un Estado que se socialice. Es decir, incorporar la decisión y la participación ciudadana directa con la representación política tradicional. Se trata de volver a la teoría tradicional del Estado democrático como administración soberana del pueblo, enfocado al desarrollo integral de la gente.
El poder alienado en el capital financiero internacional a escala global, que hoy pretende determinar la historia mundial, en realidad subvierte los Estados soberanos (nacionales) resta eficacia a la acción política, reorganiza los intereses inmediatos de grupos y clases, y también hace emerger un nuevo grupo de “intelectuales orgánicos” del capital financiero, que revisten de teoría todo aquello que es mera necesidad de un patrón de acumulación: la ideología del neoliberalismo.
En los individuos que creamos u organizamos ideas políticas, dice Genro (ut supra) este proceso genera una devastación de la cultura humanista, especialmente en la intelectualidad orgánica o no, liberal democrática o socialista revolucionaria, cuando se nos presenta como imposible un Estado de igualdad y no se ve claro el papel revolucionario de la clase trabajadora, más allá de la reivindicación laboral en el mejor de los casos, la ausencia de perspectivas previsibles acentúa la inorganicidad de los intelectuales y los deja en libertad para ser cooptados por las ideas neoliberales.
Hacer que lo que queda de Estado descienda al pueblo ya no es posible por la mera representación política. De ahí como lo decimos, se nos plantea la necesidad de crear un nuevo espacio público no estatal que defenderá, como representación del Gobierno y del partido en el gobierno, la propuesta de un nuevo contrato político, con el que se abrirá una nueva esfera de decisiones. Ésta emerge del dialogo, de las decisiones bajo tensión, de sucesivos enfrentamientos y consensos en los cuales la presencia directa de las clase trabajadora y otros sectores, busca inducir a la representación política en la búsqueda de respuestas inmediatas y proyectos de largo plazo. Se trata de edificar un sistema-proceso basado en la democracia representativa combinada con la participación política directa; un espacio integrado por las representaciones del mundo del trabajo y por las organizaciones surgidas de la lucha liberacionista, reivindicativa y autonómica del pueblo, que contestan y reclaman la “abdicación” de las funciones públicas del Estado, en el orden neoliberal.
Creo que el presupuesto básico que debe adoptar nuestro partido de la revolución en El Salvador (FMLN) es un proyecto de carácter fundamentalmente popular y ciudadano, que genere un desplazamiento del poder político y económico desde los monopolios privados, que promueven la integración dependiente y sumisa del país al orden global, hacia un bloque de alianzas capaz de promover un desarrollo no dependiente, autónomo y cooperativo, que combata radicalmente la exclusión y su hija preferida la violencia, así mismo reduzca crecientemente, las diferencias sociales. Debemos de pasar a construir nuestra propia agenda de nación, sin que otros nos convoquen.