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2010/08/04

LPG-Un inconfundible perfume autoritario

Escrito por Miguel Huezo Mixco.05 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

Estuve en San José por unos pocos días para cumplir con una misión de trabajo. Aunque viví allá casi dos años y luego me tocó viajar a la capital tica con cierta frecuencia, nunca antes había estado en un acto oficial. El viernes 23 de julio fui a la Casa Presidencial costarricense, ubicada en el distrito Zapote, y me llevé una sorpresa.

Comenzaré por decir que Costa Rica es una sociedad pacífica; abolió el ejército en 1948; pronto se convirtió en un referente de estabilidad política, avance social y respeto al medio ambiente. A muchos les podrá parecer un estereotipo, pero no hay duda de que estos aspectos influyen en la forma de convivir entre sus habitantes.

El día mencionado, tomé un taxi y fui a Casa Presidencial. Como iba con el tiempo justo, deseaba que no se produjeran contratiempos para ingresar a la sede del gobierno. Para mi sorpresa, no tuve necesidad de mostrar mi identificación ni la carta de invitación al evento. Un amable señor, vestido de saco y corbata, me invitó a pasar adelante. No atravesé ningún detector de metales, ni pasé por la humillante experiencia de ser olido en los pantalones por un perro amaestrado. En el interior de la casa tampoco vi un solo hombre armado.

El agradable auditorio de la casa de gobierno, rodeado de ventanales, se me antojó, por sus proporciones y decorado, bastante municipal. Pasados unos minutos de la hora a la que se convocó el acto, una dama tomó el micrófono y anunció que el acto estaba por comenzar. Todo mundo ocupó sus asientos y entonces ingresó, desde atrás de la mesa principal, la presidenta Laura Chinchilla. Sin mayor solemnidad saludó con un “buenos días”, y el auditorio entero respondió con otro “buenos días”. El acto había comenzado.

De seguro que en Costa Rica no todo marcha bien. Es cierto que las brechas sociales del país están entre las más bajas de Latinoamérica, pero los niveles de concentración del ingreso se han acentuado en las últimas décadas. Como dijo la presidenta Chinchilla en su breve discurso, combatir la desigualdad constituye un imperativo político y ético.

Me llamó la atención que todas las personas que hablaron en el acto utilizaron el podio presidencial, algo que a nadie se le ocurre en El Salvador. Cuando le contaba estas cosas a una amiga costarricense, esta me respondió con cierta satisfacción: “Sí, los ticos somos muy igualados”. Es significativo que en el habla cuzcatleca la expresión “igualado”, o “igualada”, tenga más bien una indicación peyorativa.

Cuando volvía a mi hotel no pude dejar de evocar el aire militar que caracteriza los eventos del gobierno salvadoreño, un perfume que viene del pasado y llega hasta nuestros días. En 1992, con los Acuerdos de Paz, se estableció la obediencia de los uniformados al poder civil. Pero hay rasgos culturales que se resisten a morir.

Siempre me ha parecido curioso que La Granadera, la rimbombante marcha que escuchamos cuando el presidente salvadoreño ingresa a un acto oficial, corresponde a las disposiciones especiales de los honores militares. Para no ir más lejos, la celebración de la Independencia de 1821 –una acción en la que no se disparó ni un tiro– suele tener como principal atractivo el desfile de los diferentes servicios militares acompañados con el estruendo de los aviones de combate. Pienso, de verdad, que cambiar esa arraigada cultura marcial quizá sea más urgente que prohibir el desfile de cachiporristas en los desfiles de la fiesta patria.

(Lea más en: http://talpajocote.blogspot.com/)

Un inconfundible perfume autoritario

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