Manuel Hinds.27 de Agosto. Tomado de El Diario de Hoy.
Yo no recuerdo cuándo leí por primera vez sobre la economía del conocimiento, pero debe haber sido a mediados de los Ochenta. No era que fuera nueva. El progreso ha estado siempre ligado a la innovación tecnológica. La Revolución Industrial, el salto más grande que la humanidad ha dado en términos de desarrollo económico, estuvo ligada al uso de maquinarias para multiplicar el poder del músculo, tales como las máquinas de vapor, los automóviles, los aviones, la electricidad, etc.
Lo nuevo, lo que define la economía del conocimiento, es que en ella el progreso comenzó a asociarse con inventos que multiplican el poder, no del músculo, sino de la mente, como las computadoras, el software que ellas usan, la Internet, las redes científicas y el control de actividades complejas a distancia.
A principios de los Noventa, hace unos veinte años, se publicaron varios estudios sobre el tema, de los cuales quizás el más importante fue el libro publicado en 1990 por el profesor Michael Porter, de la Universidad de Harvard, sobre las ventajas competitivas de las naciones. Uno de los puntos básicos de Porter era que los países podían tener dos tipos de ventajas competitivas: las estáticas (ligadas a recursos naturales, como tener metales en el suelo o playas bonitas) y las dinámicas, que son las que el país puede desarrollar en su población a través de la educación y la organización, que son las más importantes.
En El Salvador, en 1995, el gobierno del Presidente Armando Calderón Sol comenzó a trabajar con el Banco Mundial en un plan para integrar al país en la Economía del Conocimiento. Se contrató a la empresa Monitor, fundada por Porter, para desarrollarlo. Esta empresa hizo un estudio para integrar el valor agregado del conocimiento a la producción de varios sectores, incluyendo la exportación de servicios, el café, la miel y los textiles y las relaciones económicas con los hermanos lejanos. Y, muy importante, se comenzó a implementar un plan para educar productores de software —la esencia de la economía del conocimiento— primero en India y luego trayendo a El Salvador uno de los exitosos institutos de software de ese país. El gobierno mandó a decenas de estudiantes a India, con excelentes resultados. Se inició el trabajo para establecer el gobierno electrónico, que mejoraría los servicios a la población, desde educación y salud hasta la facilitación de trámites burocráticos, a través de centros computarizados llamados Infocentros.
India siguió haciendo lo que nosotros queríamos copiarle y con eso se convirtió en el milagro económico de los años 2000. Las escuelas de software que se iban a traer aquí están ahora entre las mejores del globo. India exporta servicios por computadora a todo el mundo. Hace lo que nosotros queríamos hacer.
Pero en El Salvador las iniciativas se dejaron morir, ya no se mandaron más estudiantes a India; no se terminó de negociar la venida de un instituto para preparar aquí a los estudiantes de software; los consejos de moverse hacia café de alto valor agregado a base de desarrollo tecnológico se siguieron pero lentamente; la idea de que los niños salvadoreños hablaran inglés (que es lo que están haciendo en India, China, Singapur, Corea y en todos los casos de éxito) se perdió en medio de acusaciones de imperialismo cultural. Se establecieron los Infocentros pero no se les dio contenido, es decir, se establecieron los centros de comunicación electrónica entre el gobierno y los ciudadanos pero no se desarrollaron los servicios que se iban a brindar a través de ellos.
Así, los brotes de la economía del conocimiento murieron hace ya muchos años en El Salvador. INCAE hizo también un estudio con Porter para toda Centro América, que sólo Costa Rica aprovechó. Por años, el Comité Nacional de INCAE se quedó predicando a oídos sordos las ideas básicas de esta revolución tecnológica, y la necesidad de revivir el gobierno electrónico.
Y, entre diez y quince años después, la semana pasada, Andrés Oppenheimer dio una conferencia en la Torre Futura sobre un nuevo libro que ha escrito sobre la Economía del Conocimiento. La presentación fue un evento nostálgico para muchos de los que estábamos allí. Todo Porter, todos los planes del gobierno salvadoreño de hace quince años, todo lo del libro de Thomas Friedman "El Lexus y el Árbol de Olivo" de los Años Noventa, estaban allí. Eran los mismos temas, las mismas palabras, los mismos conceptos y hasta los mismos ejemplos: Singapur, Israel, Irlanda, India. Era como oír a alguien cantar una canción de Michael Jackson o de Lionel Ritchie.
Es parte de la tragedia de Latinoamérica que estas cosas todavía sean una novedad en la región, cuando ya han sido escuchadas, digeridas y aplicadas para generar progreso en el resto del mundo. Por esto es bueno que venga Oppenheimer y nos lo repita. Más vale tarde que nunca. Su libro, aunque no puede llamarse original ni novedoso, debería ser ampliamente leído en el país. Puede ayudar a que entendamos que el desarrollo económico no está ni en quitarle a los ricos ni en protegerlos de la competencia extranjera, sino en generar valor agregado basado en conocimientos técnicos, científicos y de organización. Cuando lo aprendamos, ya no nos vendrán a contar historias de éxito. Vendrán a aprender de nosotros.
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