Comentarios mas recientes

2010/08/28

LPG-Sigamos hablando de 1989

 De seguro el efecto más liberador fue sacar al conflicto nacional de la agenda de las superpotencias, una agenda que en verdad estaba desintegrándose en la medida que avanzaba la disolución del llamado “campo socialista”

Escrito por David Escobar Galindo.28 de Agosto. Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Para mí, hablar de 1989 es entrar en una especie de capilla emblemática entre la intemperie histórica persistente. Y es que 1989 fue, en muchos sentidos, un año estelar, para el mundo y para nosotros, los salvadoreños. La cronología no es una realidad en sí, aunque hayamos hecho del tiempo algo así como una deidad impávida e insobornable. El tiempo puede ser una categoría filosófica, y no por ello deja de ser un molde, como ésos que usan los artesanos para producir sus objetos y sus figuras. El tiempo sólo existe porque estamos en él; en otras palabras, sólo existe con nosotros y para nosotros, y lo que le da el prestigio de lo imperecedero es que ese “nosotros” es la cadena interminable de los seres humanos. En dicha cadena, nosotros, usted y yo, no somos más que efímeros brotes que se reproducen física y anímicamente.

En mi experiencia personal, referida directamente a la realidad del país en aquellos años, 1989 empalma con 1981. En diciembre de 1980, estaba yo en Madison, Wisconsin, pasando la Navidad y el Año Nuevo con mi madre y con mi hermana, que vive y trabaja allá como profesora universitaria de español. Cuando supe, por diversas fuentes de noticias, que vendría una gran ofensiva guerrillera, para, según palabras del Comandante Fermán Cienfuegos (mi amigo, el poeta Eduardo Sancho) “que Reagan encontrara a El Salvador en llamas”, dispuse mi regreso inmediato al país, porque yo no iba a perderme ese momento de presuntas definiciones finales. Llegó Reagan, siguió la guerra, y en enero de 1989 George Bush padre sucedió a Reagan. Ese hecho fue una primera señal internacional favorable: Bush no era negado a la solución política, como lo era Reagan.

Este signo, que en apariencia sólo es un detalle, representa la condición de los fenómenos globales en los tiempos de la bipolaridad. Dentro de una lógica estrictamente personalizada en los intereses de las superpotencias —la una capitalista y la otra socialista, y en ambos casos más de etiqueta que de sustancia—, los temas de atención especial para la una o para la otra ocupaban un lugar en la agenda principal de las mismas. Los líderes de turno manejaban esa agenda como un juego de ajedrez, y, por consiguiente, era la habilidad de cada quien la que acababa por ser determinante, como se vio en el famoso “match” sobre los misiles soviéticos en Cuba, en octubre de 1962. En dicho incidente, que hizo creer que la guerra nuclear estaba sobre el tapete, Kennedy se llevó la palma pública y Jruschov se llevó la palma privada. Así eran los sainetes de entonces.

El conflicto salvadoreño fue, simbólicamente, en su momento, un punto de atención global. Y no por El Salvador, sino por lo que cada una de las superpotencias consideraba interés vital: Estados Unidos, poner una línea de frontera en el supuesto avance del comunismo en el Hemisferio; la Unión Soviética, tener otra banderilla clavada en el corazón del más inmediato ámbito de influencia de su rival estratégico. Ninguna de las dos cosas era real, tal como se planteaban; pero no hay que olvidar que la política, en cualquiera de sus dimensiones, es siempre mucho más un trasiego de imágenes que un ejercicio de realidades, y ya no se diga cuando la interacción política asume condiciones tan indisimuladamente histriónicas, como era el caso de la bipolaridad. Así las cosas, aquella agenda estaba llena de intríngulis fantasiosos.

Los diversos sucesos ocurridos en acelerada cadena durante 1989 produjeron, para El Salvador y su problemática candente, efectos benéficos inesperados, que desde luego no fueron advertidos con suficiente claridad mientras se daban, pues lo inmediato se vuelve siempre el más eficaz adversario de su propia inteligibilidad. De seguro el efecto más liberador fue sacar al conflicto nacional de la agenda de las superpotencias, una agenda que en verdad estaba desintegrándose en la medida que avanzaba la disolución del llamado “campo socialista”. Una de las superpotencias —la Unión Soviética, consagrada por los “progresistas” de todo el mundo como la punta de lanza imbatible del avance hacia el sueño de la sociedad comunista universal— estaba a punto de colapso. ¿Quién lo hubiera imaginado? Había bocas abiertas por todas partes.

Salir de aquella agenda justamente en la coyuntura interna en que se abría la ruta hacia la posibilidad concreta de la solución negociada y por consiguiente política, venía a ser una especie de oferta insospechada en pro de la racionalidad. Imaginemos lo que hubiera sido que los superpoderes —a su estilo, a su despiste— inventaran alguna solución sobre nosotros. Ese hubiera sido el riesgo mayor. Ese era el riesgo mayor. Porque, ¿qué podría importarles verdaderamente nuestra suerte como comunidad nacional a aquellos superpoderes infatuados por una “grandeza” caricaturizada al máximo? El fin de la bipolaridad vino a salvarnos casi en el último minuto. Y eso permitió construir una solución propia, que no fue dictada por nadie. Esto tendría que ser analizado en todas sus implicaciones, para entender mejor nuestro proceso.

Durante la negociación, que se inició en septiembre de 1989 y se consolidó a comienzos de 1990, hubo por supuesto un importante factor internacional en acción, pero ya encarnado en un sujeto distinto: la ONU, en sus instancias superiores. Todavía en aquellos días la ONU conservaba mucha de su capacidad conductora en asuntos como el que los salvadoreños teníamos entre manos, y eso fue lo que se puso al servicio de nuestra solución posible y deseable. Recuerdo vívidamente todo lo que fue pasando en el curso del esfuerzo negociador. No me cabe duda de que la negociación salvadoreña fue la primera experiencia verdaderamente representativa de los tiempos que apenas estaban dibujándose en el horizonte de la posbipolaridad. Circulaba un aire nuevo, sin duda. Eso fertilizó nuestro trabajo, aunque fuera difícil valorarlo a plenitud durante aquellos intensos ejercicios.

Sin exageración, podríamos hablar del espíritu de 1989. Un espíritu a la vez confortante e inquietante. Confortante porque se abrían espacios que hasta muy poco antes hubieran sido inimaginables. Inquietante porque la desactivación acelerada del mecano bipolar parecía dejar muchas cosas en el aire. 21 años después, el primer balance se hace inevitable e indispensable. Desafortunadamente, la vorágine de los acontecimientos desatados desde entonces impide la serenidad necesaria para el razonamiento pausado y concentrado. Aun la filosofía, que venía de encarnar la impávida majestad del pensamiento, está hoy en trance de cotidianidad cuestionadora. El espíritu de 1989 es de naturaleza irreverente. Todo está en tela de juicio, y por ende todo es sacudimiento de ramas para desprender hojarascas. Tiempo depurador, para construir otra forma de futuro.

Sigamos hablando de 1989

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.