Carlos Girón S.27 de Agosto. Tomado de Diario Co Latino.
Espinas en vez de pupusas es lo que ahora ofrece el alcalde capitalino a los miles de transeúntes que a diario van y vienen por las aceras de los hospitales Rosales y de Maternidad, de donde, en mala hora, mandó a volar a los dueños de puestos de comidas que llevaban años de trabajar en dichos lugares para ganarse la vida.
Tristeza y desolación ven y sienten los transeúntes que ahora pasan entre las hileras de toneles “sembrados” en las aceras con plantas que lo que darán serán espinas, no flores y menos frutos (como aguacates, mangos, marañones…) en vez de las pupusas, sopas de gallina y otros alimentos que vendían los más de un centenar de pequeños comerciantes allí instalados.
Esa obra maestra es inspiración del alcalde arenero Norman Quijano, quien no se tocó la conciencia antes de mandar a desalojar a bastonazos a los comerciantes que llenaban allí una inapreciable función, aparte de ganarse honradamente la vida para ellos mismos y sus familias.
Esa función era suplir una necesidad: proveer a precios módicos alimentos diversos para los miles de pacientes y sus familiares que a diario acuden a los hospitales Rosales y de Maternidad. La gran mayoría de estas personas proceden del interior del país, y al madrugar hacia los hospitales lógicamente salen sin probar bocado, por lo que más tarde sienten necesidad de alimentos.
Difícil pensar que la medida respondiera al propósito de beneficiar a las grandes empresas de alimentos (Biggest, Mr. Donut, Mc Donald y otros, que están en las proximidades, con sus altos precios)… pero en este mundo, todo es posible.
Los comerciantes expulsados eran de gran utilidad con el servicio que prestaban, que era mayor que los inconvenientes que pudieran haber ocasionado a los viandantes que, al fin y al cabo, ya estaban acostumbrados, aparte de que a más de alguien se le antojaba al paso comerse unas deliciosas pupusas calientitas o saborear una sopa de gallina “india”, o un desayuno con plátanos y crema… en fin.
Naturalmente, el violento desalojo de los comerciantes se hizo simplemente porque no es tiempo de campaña electoral, aunque ya se avecinan y entonces se verán los efectos: las familias de los comerciantes votarán con gran alegría y entusiasmo por los candidatos areneros a alcaldes y diputados de San Salvador. Por supuesto, Norman tiene segura ¡la reelección! No sólo por un período más, sino por muchos por los que él quiera.
En realidad, no sólo son los comerciantes y sus familiares, sino también todos los capitalinos que sentimos indignación ante el atropello del alcalde Quijano a esas humildes y trabajadoras familias, a quienes les arrebató el medio de ganarse honestamente la vida.
El reverso de la medalla es la actitud del edil hacia aquellos que atentan y destruyen en gran dimensión la ecología capitalina al llevar a cabo construcciones de gigantes complejos residenciales y comerciales en zonas periféricas al centro de San Salvador, contribuyendo de esa manera a agravar las condiciones climáticas del país y el mundo al arrasar con grandes áreas de vegetación que formaban parte de la Finca El Espino.
El cemento de tales obras impide la filtración de las aguas lluvias en la tierra. El agua busca su cauce y así es como se producen las grandes correntadas que arrasan con docenas de viviendas en humildes colonias.
Otra obra maestra del alcalde Quijano es el destrozo de la hermosa Plaza Las Américas, dizque para “modernizarla”, arrancando la grama para sustituirla con gruesas capas de cemento, que igualmente impedirá la filtración del agua, a la vez de contribuir al calentamiento de la atmósfera que ya respiramos los capitalinos.
El destrozo de la mencionada plaza era algo absolutamente innecesario, a menos que se tuviera la necesidad de favorecer a los distribuidores del cemento que allí se ocupará.
La estampa de la Plaza Las Américas era ya tradicional para propios y visitantes, y así aparecía en las tarjetas postales que los salvadoreños podíamos mandar a amigos en el exterior.
Las familias que acostumbraban llevar por las tardes a sus niños a jugar en la grama, a la sombra de los árboles, no lo harán ya, lo mismo que las parejas de enamorados que llegaban a solazarse o los visitantes de afuera que se tomaban fotos con el monumento del Salvador del Mundo junto al engramado y las plantas que adornaban el lugar para llevarse un recuerdo.
No se alcanza a imaginar cómo lucirá el mamotreto encementado que sustituirá a la vieja Plaza de Las Américas.
No es creíble que al alcalde se le antoje dejar por ahí una placa con su nombre para que se le recuerde por el mamotreto. Pero, a lo mejor… nadie sabe.
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