Mencionamos hace unas semanas que las entidades públicas y privadas que se especializan en darle seguimiento a la realidad nacional le confieren mucho énfasis a las variables económicas para mostrar el grado de desarrollo del país y consecuentemente al de sus habitantes. Se reafirma: son indicadores, macroeconómicos y su importancia es reconocida a escala internacional y sin duda es un dato que junto a otras variables son tomadas en cuenta por una minoría de nacionales y extranjeros con capacidad de ahorro, para tener una idea del desenvolvimiento económico y otros aspectos determinantes del riesgo país, para sus decisiones para arriesgar fondos en inversión en negocios.
Escrito por Rafael Rodríguez Loucel.05 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Pero cuando nos referimos a algo endógeno, nacional y que concierne a la gran mayoría: a la calidad de vida de los salvadoreños todavía residentes en el país, hay una cantidad de variables que hay tomar en cuenta para evaluar las circunstancias, vicisitudes y el hábitat en que vive esa mayoría; un todo que se aproxima más a su entorno y al desarrollo humano, aspectos que en forma acumulada se han ido deteriorando, independientemente del ingreso por habitante cuyo promedio ha presentado una tendencia descendente y posiblemente una distorsión más acentuada en su distribución.
El habitante radicado en el país ha venido reflejando un marcado desencanto por su lugar de origen, por las cada vez más descaradas componendas políticas, por la evidente incapacidad en la satisfacción de sus necesidades primarias y la calidad del perfil integral del promedio de sus habitantes. También por la carencia que este tiene en términos de seguridad jurídica, sanidad ambiental, posibilidades de fallecer con buena salud, puesto que ya surgieron los crímenes masivos a domicilio.
La ancestral corrupción y la evidente falta de ética de muchos funcionarios, que no es denunciada por personas o entidad alguna, en un país en el cual se ha ido cultivando la perversa impresión de que el ser honesto, íntegro y transparente equivale o es sinónimo de atrasado mental por no mencionar otro término vulgar, pero más usado.
La falta de denuncia de esta clase de delitos se ha vuelto una subcultura y la convicción de que la justicia actúa en una forma negligente y premeditadamente a favor del delincuente, o infractor frecuente de la justicia, es parte de la clásica sumisión del salvadoreño.
El accidente vehicular con posibilidades de muerte, el robo conduciendo un auto al respetar un alto o la señal en rojo en un semáforo está a la orden del día. San Salvador es un terreno minado, con delincuentes en todos los rincones, pasajes y esquinas; con temerarios conductores haciendo apuestas del cuarto de milla en la zona residencial de Santa Elena. Esto me consta, un viernes reciente hasta un agente de la autoridad municipal figuraba de espectador.
Hablando de los servicios públicos de salud, en un centro hospitalario capitalino, hace unas tres semanas se le dio de alta a un joven que presentaba síntomas de una supuesta apendicitis sin recetarle medicamento alguno. El paciente volvió al día siguiente sintiéndose muy mal y a pesar de ello no fue aceptado; el tercer día fue reingresado y después de varias horas de que los familiares cercanos no pudieron verle (lapso en el cual, al observar negligencia, se intentó llevarlo a una clínica privada sin lograrlo). Se les terminó presentando una carta eximiendo de responsabilidad al hospital para que la madre la firmara cuando el paciente ya había fallecido. Presunción: mala praxis. Conozco a los familiares y les recomendé denuncien. Esa es otra evidencia de la calidad de vida de Juan Pueblo.
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