Esto nos debe poner a todos en guardia, porque hoy, cuando buena parte de lo que se gasta proviene de créditos que habrá que pagar inexorablemente, cada dólar hay que cuidarlo más que nunca, pues de alguna forma estamos hipotecando el futuro, con todos los riesgos que eso significa.
Escrito por Editorial.28 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
La improvisación ha sido el motor principal de las políticas públicas desde que tenemos memoria, y esto ha hecho que el país se haya venido moviendo según el vaivén de los vientos circunstanciales; es decir, atado a la lógica imprevisible de la veleta. Ahora, la carga cada vez más agobiante de los problemas nacionales exige un cambio básico de actitud conductora: pasar de la lógica desatinada de la veleta a la lógica orientadora de la brújula. Esto implica aceptar que ya no podemos quedar a merced de los impulsos, ocurrencias y ansiedades del momento; y, por ende, implica también entrar de veras en una nueva cultura de colaboración interinstitucional y de efectiva contraloría social.
Dos áreas son, en este momento, las que más atención de urgencia requieren: el área de la seguridad y el área económica. En lo tocante a la seguridad, la coyuntura es muy delicada y potencialmente muy despistadora: cuando los hechos golpean con tanta fuerza contra la sociedad y contra la institucionalidad, ésta, para tratar de evitar los altos costos políticos, se siente compelida a mostrar que algo fuerte se está haciendo, lo cual podría bloquear iniciativas más de fondo, que son las que se requieren. En condiciones candentes, urgen las cabezas frías. ¿Cuándo se harán notar?
En el área económica, hay que generar dos dinámicas complementarias: la reactivación del aparato productivo y la reforma del aparato público. En este caso, al Gobierno le toca sustentar la confianza y dar el ejemplo de la disciplina correctiva. Y pasar de veras a la interacción. Salir, pues, de eso que en Gobiernos anteriores se llamó “diálogo” con las otras fuerzas, y que se podía resumir en una frase: “Miren qué bueno lo que propongo: apóyenlo sin chistar”.
Ordenar la propia casa
En las épocas de crisis o de impactos derivados de la crisis, como es nuestro caso actual, se muestran más al desnudo las insuficiencias y falencias del sistema institucional imperante. Es sobradamente sabido que las estructuras estatales son en buena medida obsoletas y presentan daños que provocan fugas, desagües, desperdicios y otros males funcionales. Esto nos debe poner a todos en guardia, porque hoy, cuando buena parte de lo que se gasta proviene de créditos que habrá que pagar inexorablemente, cada dólar hay que cuidarlo más que nunca, pues de alguna forma estamos hipotecando el futuro, con todos los riesgos que eso significa.
Se tendría que implementar toda una dinámica correctiva de procesos en el ámbito público, para que se garantice tanto la suficiente transparencia como la necesaria efectividad. Y esto tendría que ser visto y ejecutado con absoluta naturalidad, y no como un ejercicio traumático, en el que se da un forcejeo de reclamos y resistencias. Los poderes públicos están llamados a dar un ejemplo vivo y verificable de racionalidad al respecto, para ganar verdadera fuerza moral en esta etapa del proceso que vivimos.
En realidad, las circunstancias actuales exigen de todos, tanto en el sector público como en el sector privado, una comprensión inteligente y responsable de los grandes desafíos y de las grandes tareas que tales desafíos traen aparejadas. No es momento para las pequeñas y mezquinas disputas, sino para las actitudes y las acciones visionarias por parte de todos.
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