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2010/06/30

LPG-Lo que hay que asegurar es la efectividad

 No hay que dejar nada pendiente ni nada a medio hacer, porque así se desperdician recursos de todo tipo, lo cual es inconcebible sobre todo en épocas tan críticas como la que vamos atravesando con tantas penurias acumuladas.

Escrito por Editorial.30 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

En el país, vamos de emergencia en emergencia. Un día son las masacres que va acumulando la desbordada ola delincuencial que nos azota y otro día son los estragos humanos y materiales que dejan las diversas vulnerabilidades que nos aquejan. La delincuencia no da tregua. Y, en esta época lluviosa, las penalidades de la población más vulnerable y desprotegida están a la orden del día. Como siempre, en el momento del atentado o del desastre se busca alguna forma de actuar frente a los azotes tanto sociales como naturales, y por eso estamos sobrecargados de puras medidas coyunturales.

En lo que a la delincuencia se refiere, hoy se airea la iniciativa de una legislación antimaras, que es una idea que no prosperó hace años pero que hoy tiene visos de ser sostenible, no sólo porque, según se anuncia, se evitarán los riesgos de inconstitucionalidad, sino porque hay buen apoyo político. Pero aquí hay que pensar también en la efectividad de la ley, no sólo en tenerla vigente. Si se aplica como se debe, habrá una gran presión en el sistema carcelario, ya sobresaturado e ineficiente, y habría que prepararse para ello. Pero lo peor sería que pasara lo de siempre: leyes que no son más que papel mojado.

En cuanto a los desastres naturales, resultan indispensables los reenfoques de fondo, que eviten el desperdicio de las acciones puramente inmediatistas. El Ministerio de Obras Públicas está al respecto en una buena línea, que habría que asegurar y desarrollar: para el caso, tener un mapa de suelos que impida seguir construyendo a la buena de Dios, y un ordenamiento territorial verdaderamente efectivo.

Darle buen seguimiento a todo

Una de las fallas más graves de nuestra conducta como sociedad y como institucionalidad es ir dejando en el camino cosas sólo anunciadas o a medio hacer. Es una especie de descuido amnésico que opera como recurso recurrente para evadir responsabilidades. No es de extrañar, entonces, que una de la consecuencias de ello sea la tendencia a echarle la culpa de todo a algún otro, sea del pasado o del presente. Este tipo de comportamiento nacional nos ha producido gravísimos efectos, y es hora de cambiar de disco.

Al respecto, necesitamos a la vez dos correcciones que nos serían de gran utilidad en el tiempo: tratar los problemas en la magnitud, profundidad y extensión que tienen, y darle a todo el debido seguimiento para garantizar la efectividad de lo que se pone en práctica. Y aquí además habría que despojarse de un prejuicio infantiloide: estar queriendo empezar siempre de cero, como si cada Administración tuviera complejo de “principio y fin”, es decir, de que con ella todo comienza y todo se acaba. La democracia, como racionalidad en función competitiva, no admite tales simplificaciones.

Insistir en el adecuado seguimiento debe convertirse en una de las presiones ciudadanas más firmes y permanentes. No hay que dejar nada pendiente ni nada a medio hacer, porque así se desperdician recursos de todo tipo, lo cual es inconcebible sobre todo en épocas tan críticas como la que vamos atravesando con tantas penurias acumuladas.

Lo que hay que asegurar es la efectividad

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