Una de las armas utilizadas en el ataque contra el microbús de la 47 pertenece a la Policía y otra a una agencia de seguridad. El domingo 20, ambas ayudaron al Barrio 18 a consumar una masacre, en una escalada de su guerra con la MS. Ahora la Policía y la Fiscalía tendrán que superarse a sí mismas para pasar esta prueba.
Carlos Martínez, Rodrigo Baires y Daniel Valencia.28 de Junio. Tomado de El Faro.
Cuando Beatriz sintió las primeras llamaradas comiéndole el cuerpo, comiéndole las hijas, comenzó a golpear el cristal con el codo. Lo golpeó una y otra vez, con insistencia de madre, con la insistencia de quien ve a sus hijas quemarse frente a sus ojos. Lo golpeó hasta romperse el codo, y luego... lo siguió golpeando. Cuando el vidrio comenzó a rajarse ya el brazo se le había hecho pedazos. Cuando por fin la mujer rompió por completo el cristal, a fuerza de sacudirlo una y otra vez con un saco de huesos rotos, ya su cuerpo se confundía con las llamas.
Antes de quemarse hasta perder el conocimiento, Beatriz logró lanzar fuera de la buseta -a través del hoyo que hizo a costa de su brazo-, a Gilda, su hija de ocho años. La tiró hacia la calle solo para ver cómo los pandilleros que rodeaban la buseta le daban un tiro. Beatriz no tenía muchas opciones, y tuvo que ofrecer a la jauría su otra hija, de 11 años. No sabemos si los ojos de Beatriz se habían quemado, o si las llamas ya le habían raptado la razón; no sabemos si Beatriz pudo ver cuando un puñado de esquirlas le zurcaron la cara a Gabriela. La mujer quedó inconsciente entre las llamas y el humo espeso. Nunca llegó a saber si su sacrificio tuvo frutos, si sus hijas sobrevivieron, si el resultado de tanto, tanto dolor, retoñará en la vida o en la muerte.
Dentro de la coaster hay, al menos, una temperatura de 600 grados celsius y la lata es traspasada por un enjambre ruidoso de balas que zumban entre gente que se calcina. En la mano de aquel pandillero que jala el gatillo varias veces hay un arma negra, que pesa más de dos libras y que escupe tiros del grueso de una batería pequeña. En un costado de esta 9 milímetros están grabadas dos letras: CZ. Es propiedad de la Policía Nacional Civil y ahora su cañón alumbra fogonazos contra una coaster llena de pasajeros que se parece al infierno.
La furiosa CZ le grita esta noche a un microbús de la ruta 47, es un arma inscrita legalmente, para "servir y proteger", como dice el lema policial: le fue robada hace un año a un agente de la PNC y vino a parar hasta esta clica de la pandilla 18, que dispara mientras dos niñas son lanzadas por su madre desde una ventana.
Beatriz y sus dos hijas habían pasado la tarde de domingo paseando por el centro histórico. El recreo del fin de semana. Ahí se encontraron con el padre de las niñas y tuvieron una efímera reunión familar. Cuando la tarde comenzó a perder sus colores, las tres chicas emprendieron el regreso a casa. Tomaron el autobús en los alrededores del Parque Infantil. Rutina. Final de domingo en familia.
Dos hombres abordaron la coaster en la parada “Los Multi”, sobre la calle Roma, que conduce a la avenida Castro Morán, de Mejicanos. Uno de ellos le susurró al conductor algo inaudible para la mayoría de pasajeros, que de todas formas se habrán hecho una idea, pues el tipo joven apuntaba al motorista con el cañón de una pistola. El segundo secuestrador se quedó detrás del primero, sometiendo al cobrador de la unidad, con la palabra muda, pero convincente de otro cañón. Nadie protestó, nadie intentó huir. En un país como El Salvador, ni Superman jugaría al héroe si mira a dos sicarios de la pandilla blandir armas. Por eso, en el trayecto entre la parada de “Los Multi” y la colonia Jardín, los pasajeros actuaron bien su papel de rehenes con la esperanza de que los dejaran libres. Hasta este día, hasta este domingo, en los atentados a las unidades del transporte público, los pandilleros mataban a los conductores y a los cobradores. Pero este domingo las cosas van a cambiar.
A las 7:35 de la noche la coaster se había desviado apenas 10 metros de su ruta, para entrar en una calle menos ancha, en pleno centro de Mejicanos. Frente a un chalet de la colonia Jardín, los secuestradores se bajaron de la unidad. Ahí se reunieron con otro grupo de sujetos que los esperaban. Dentro del grupo, dos llevaban pichingas plásticas llenas de gasolina. El resto estaba armado. Los de las pichingas abrieron la puerta del microbús, entraron, rociaron con gasolina el piso metálico y se bajaron. “¡Que nadie se mueva!”, gritó uno de ellos, antes de salir, cerrando la puerta detrás de sí. Ya afuera, esos dos sujetos terminaron de vaciar el contenido de las pichingas en la carrocería del microbús: en ambos costados, en la puerta y en el frente. Esta operación tardó tres minutos, aproximadamente. Uno de ellos, luego, tiró un fósforo hacia la puerta. No encendió. Luego tiró otro. Un sujeto se paró frente al microbús, sacó un arma y le estrelló tres plomos en la frente al conductor. Dentro del horror que está a punto de prender; sin quererlo, ese gatillero le hizo un favor. Adentro, todo comenzó a arder. Todo.
A las 7:40 de la noche, uno de los pasajeros alcanzó a llamar a su esposa, despidiéndose, mientras se quemaba vivo. Un padre, en vano, intentó proteger con el cuerpo a su hija de año y medio. Un tropel de cuerpos cada vez más muertos buscó auxilio en la parte trasera del microbús, huyendo de las balas que caían al frente, y de las lenguas de fuego que devoraban la puerta y el costado izquierdo. Una madre intentó romper con su codo el vidrio que la separaba a ella, y a sus dos hijas, de la libertad. Pero conseguir salir de esta lata candente no significaba una escapatoria de nada. Afuera, los sicarios del Barrio18 les tenían reservada una sorpresa más: el que salía del microbús se llevaba como premio balas de 9 milímetros y de 0.40 pulgadas de diámetro. La orden había sido clara: “que nadie se mueva”.
Son las 5 de la mañana del lunes 21 de junio. La coaster de la ruta 47 es ahora un amasijo de metales rotorcidos, de hule desparramado. Por las ventanas se pueden ver siluetas que alguna vez fueron personas y que ahora son carne carbonizada, atrapadas para siempre en un gesto de infinito dolor. Se encontró 19 casquillos de bala al costado derecho del vehículo, sobre el pavimento donde aterrizaron Gilda y Gabriela. Al frente estaban las tres vainillas que le ahorraron un dolor indescriptible al conductor. Entre los casquillos hay varios que corresponden a una 9 milímetros CZ, que alguna vez el gobierno de El Salvador compró para proteger a los ciudadanos.
Un día después del crimen, la PNC tenía nueve armas decomisadas, supuestamente vinculadas a los atentados. Una de ellas es esa CZ que daban por perdida. En la escena del crimen pululan varias personas, que de vez en cuando se agachan a ver y a tomar cosas del suelo. Son los técnicos que tendrán la responsbilidad de salvaguardar toda posible evidencia que ayude a incriminar a los responsables y a resolver el crimen. Pero algún periodista también traspasó el cordón de seguridad y varios agentes de seguridad pública. Al día siguiente, forenses de medicina legal aún encontraron restos humanos dentro de la buseta.
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