Ayer inició el segundo año de su gobierno Mauricio Funes, cuestionado sobre si su régimen ha traído los cambios que prometió.
Escrito por Ivo Príamo Alvarenga.02 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
El cambio más importante que muchos parecen olvidar es el mero cambio de gobierno. En un libro con artículos de intelectuales de izquierda (Roberto Regalado, Germán Rodas y otros, “América Latina Hoy”, Ocean Press, México, 2009), estos coinciden en preguntarse cuándo un gobierno puede considerarse “revolucionario” o “de izquierda”, y convienen en que se necesitan tres condiciones: toma del poder por la clase dominada contra las clases dominantes: socialización de la propiedad y fin del patriarcalismo. A lo cual debieran añadir un odio feroz contra Estados Unidos y persecución legal o ilegal de la oposición, siendo el último un corolario más que condición.
Aparte Cuba, el país que más se aproxima a esas condiciones es Venezuela. El apoyo de Chávez proviene de sus “misiones” que llegan con todo tipo de dádivas a las zonas urbanas o rurales que son las más pobres, pero no son el proletariado que se supondría tomaría el poder en una revolución, en un país donde los sindicatos obreros son una “aristocracia obrera”, como los llama Amílcar Figueroa en el libro citado, y donde como él mismo señala, hay amplias y densas clases medias que tienen un rol protagónico. El cambio en la estructura de la clase dominante la quiere hacer el coronel venezolano mediante las “comunas” para crear un “Estado Comunal” cuyos rasgos son indefinidos y su implantación es más bien otra aventura de Chávez, antes que el desarrollo de un modelo claramente diseñado.
La socialización de la propiedad sí la está haciendo el coronel con su política de reforma agraria y expropiaciones en la industria, el comercio y las finanzas. En la “despatriarcalización”, término muy mal definido, no sabemos si Chávez ha intentado avanzar o más bien ha establecido un patriarcado el estilo cubano, donde el jerarca se esclerotiza en el mando. Él ya ha dicho sentirse “tan querido” que piensa gobernar toda su vida, como Ortega que, más modesto, ha ofrecido quedarse hasta sus 90 años. Como Ortega que disuelve a pedradas y garrotazos las manifestaciones opositoras, Chávez anula los triunfos electorales de sus rivales con argucias legales, al igual que lo está preparando Morales en Bolivia, en su gobierno, eso sí, con miras clasistas.
Quienes creían que el cambio de Funes iba a significar un gobierno clasista para destruir a las otras clases sociales, socialización de la propiedad mediante expropiaciones y nacionalizaciones, la creación de milicias populares armadas y la persecución de la oposición, más un escorbútico antiyanquismo, se han quedado con las cajas destempladas y, por eso, vomitan odio y resentimiento contra el presidente.
El gran cambio de Funes ha sido, repito, su simple toma del gobierno. Ha desplazado de este a la aristocracia o la oligarquía si así se prefiere llamarla, la cual fue el poder en última instancia durante pasados gobiernos. Ahora las decisiones del gobierno ya no se deben someter a, ni pueden ser vetadas por, los económicamente poderosos.
Si sabemos quiénes ya no gobiernan, deberíamos saber quiénes lo hacen. En primer lugar gobierna el presidente circundado por algunos que quisieran un modelo chavista, con su visceral antiyanquismo, y por aquellos que abogan por la democracia y la libertad, incluida la iniciativa privada en lo económico, por un gobierno de exitosos programas sociales estilo Lula, y unas relaciones armónicas con todos los pueblos del mundo, incluyendo a, o empezando con, los Estados Unidos.
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