Los dos que más golpean son la inseguridad ciudadana y el deterioro de las condiciones reales de vida de la población. Este último tema demanda variados enfoques, que van desde lo inmediatamente coyuntural hasta lo estructural de fondo.
Escrito por Editorial.07 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Una de las ventajas que hay ahora mismo en el ambiente es que los problemas más acuciantes del país están frente a nosotros, y a diario nos recuerdan a todos que ya no es posible disimularlos o marginarlos de ninguna forma. Los dos que más golpean son la inseguridad ciudadana y el deterioro de las condiciones reales de vida de la población. Este último tema demanda variados enfoques, que van desde lo inmediatamente coyuntural hasta lo estructural de fondo. Y es ante tal requerimiento de enfoques diversos que la conducción política tiene que tener claras sus correspondientes responsabilidades, de manera que trate lo inmediato y lo de más largo alcance de manera articulada y efectiva, sin que las ansiedades de preservar la imagen lo acaben determinando todo.
La nueva Administración, que va ya en su segundo año, ha desplegado una serie de acciones de coyuntura para ayudar a los más desposeídos y por ende más golpeados por la crisis. Esto está bien, pero sólo atiende uno de los enfoques, el más inmediatista. Lo que muchas voces están demandando, especialmente desde el sector privado inversor, es mayor claridad sobre los factores que sean capaces de generar confianza de aquí al futuro más directamente previsible, lo cual implica definiciones que se hallan en un plano distinto al de los proyectos gubernamentales comprendidos en el Plan Quinquenal, al que ahora habría que restarle un año. Esos factores son de funcionalidad básica y están vinculados con la seguridad política, la seguridad jurídica y la seguridad ciudadana.
Es evidente que se requieren estrategias claras, funcionales y sostenibles tanto en lo político como en lo económico, porque ambos campos interactúan, y más en las circunstancias actuales.
Urge la seguridad política
Se habla insistentemente de seguridad ciudadana; se habla menos, pero cada vez más, de seguridad jurídica; y de seguridad política casi no se habla. Todo esto es sintomático: la seguridad ciudadana golpea a diario a la ciudadanía, con fuerza inmisericorde; la seguridad jurídica se pone sobre el tapete en la medida que el sistema de legalidad y de justicia muestra sus crecientes flaquezas; y la seguridad política, que está vinculada de manera directa con las inconsistencias notorias de los partidos políticos, ha emergido a la luz de una gran incertidumbre sobre lo que pudiera traer el futuro.
El punto se relaciona íntimamente con la dispersión que sufre la derecha y con la indefinición que persiste en la izquierda. Tanto la dispersión de unos como la indefinición de los otros son elementos muy perturbadores, de seguro más de lo que los actores respectivos quieren aceptar en este momento. Y es justamente esa compartida miopía la que más complica el desenvolvimiento del acontecer político nacional en este momento.
La pregunta surge de inmediato: ¿Serán capaces las fuerzas partidarias de asumir las respectivas tareas reconstructivas mientras aún sea posible evitar que sus defectos actuales se vuelvan devastadores para el proceso en su conjunto? Es lo que está por verse, y se tendrá que ver en los meses que vienen, porque los márgenes de tiempo político son escasos. Y más que tratarse de quién gane o quién pierda elecciones, lo que importa es saber cuánta madurez realista hay en las posiciones, ofertas y proyectos de cada quien.
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