Todos tenemos derecho a disfrutar de la propia ideología y a exhibirla. Pero seamos autocríticos, tanto personal como grupalmente. Especialmente si hablamos del futuro de nuestro país, El Salvador. Cuando se trata del destino de muchos no conviene fanatizarse ideológicamente ni mucho menos estar seguros de que el discurso ideológico trae soluciones automáticas para el país.
Escrito por José M. Tojeira.11 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Cuando leemos a los ideólogos de cierto tipo de liberalismo económico podemos pensar que quienes diseñaron la política económica salvadoreña durante los últimos 20 años merecen por lo menos el premio Nobel de Economía. Y si algo hay de malo en nuestro “sistema de libertades”, la culpa no es nunca del “sistema”, sino de la izquierda, de los malos empresarios, de algún que otro ministro o presidente, etc. En la contraparte se habla de un futuro socialista, al que se llegará a través de “gobiernos de transición” como el actual, donde todo será maravilloso y al que la empresa privada no debe tenerle ningún miedo.
La realidad es que debemos ser más pragmáticos, y tratar de combinar la herencia libertaria de diversas ideologías liberales con la herencia solidaria de las ideologías socialistas y comunitarias. Poner la apuesta completa en una ideología no es más que el vicio de quienes quieren pensar poco en el futuro de un país. Los que viven bien no quieren cambios. Tienen miedo a que se afecten modos cómodos e irresponsables de ganar dinero. Su libertad sin responsabilidad social les ha facilitado enriquecerse sin mayor esfuerzo. Adoran la libertad del más fuerte, productora de dineros mal habidos.
A quienes quieren cambios les resulta más fácil pensar en un futuro feliz para todos, impulsado por una especie de gasolina doctrinal fija, movilizadora inexorable del carro de la historia, que ir evaluando e incorporando lo bueno de la tradición intelectual humanista y de los procesos de organización social que han dado resultados para el bien de las mayorías.
Sin embargo la realidad histórica es fluida y el futuro nunca es igual a su debida planificación. Es justo que desde nuestro pensamiento y nuestras influencias ideológicas planifiquemos el futuro. Y es indispensable que desde los sentimientos más básicos de humanidad planifiquemos el bienestar de todos. Pero también es básico, para la construcción sana del futuro, que estemos siempre abiertos al diálogo, dispuestos a la crítica y a la autocrítica, y a corregir visiones y discursos.
Leyendo los periódicos vemos que las ideologías dominantes en El Salvador tienden a estar muy cerradas, excesivamente seguras de sí mismas y convencidas de tener la razón absoluta. Frente a ello necesitamos crear ciudadanía abierta, dispuesta a construir un futuro cada vez más libertario y solidario. Y aunque todos tengamos nuestra propia ideología, confiemos más en la generosidad, el diálogo y la evaluación rigurosa de resultados. Renunciar a bienes exagerados, a seguridades absolutas y a propagandas oficiales contribuirá a mejorar la situación de los más pobres de nuestro país. Adaptar la ideología a la realidad desde la generosidad y el diálogo es mucho más eficaz que pretender adaptar la realidad a la ideología desde la fuerza y el poder.
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