Si se lograra establecer un ejercicio real y constructivo de entendimientos para alcanzar un pacto fiscal integral, que no sólo busque satisfacer las ansiedades financieras del Gobierno, podría llegarse a un balance conveniente para el país.
Escrito por Editorial.11 de Junio. Tomado de La Prensa Gráfica.
A estas alturas, ya no debería caber ninguna duda de que la crisis que emergió a fines de 2008, con incontenible impulso global, es mucho más que un acontecimiento de coyuntura. Desde el pasado año se viene diciendo que los signos de la recuperación han empezado a ser visibles y cuantificables; sin embargo, experiencias como la europea demuestran que el fenómeno va bastante más allá de los meros números económicos. Estamos enfrentados a un reacomodo histórico mucho más significativo, que podría significar un cambio de centros de poder y un reacomodo trascendental de paradigmas culturales.
Muchas preguntas empiezan a palpitar en las atmósferas globales: ¿Se estará trasladando el tradicional predominio de Occidente hacia un Oriente emergente? ¿Qué quedará de la ya prácticamente obsoleta caracterización de mundo desarrollado y mundo subdesarrollado? ¿Cómo se manejará en el futuro la interacción entre los poderosos y los débiles, en un escenario en el que todos son vulnerables, con sus connotaciones respectivas? Interrogaciones como las anteriores sólo abren posibilidades, entre las que no se podría escoger por hoy de manera definitiva. La incertidumbre es, pues, el símbolo más resaltante de nuestro tiempo.
Este es fenómeno global, y, por ende, también un fenómeno nacional. Si en algo tenemos que trabajar conjuntamente los salvadoreños es en ir disolviendo las diversas incertidumbres que nos agobian, y en primer término la incertidumbre política, porque es ella la que alimenta más decisivamente todas las otras incertidumbres. En tanto esto no ocurra, continuaremos atados a un esquema de acción incapaz de sostener visiones de futuro.
Espejos en los que hay que verse
La crisis viene desnudando paradigmas, conceptos y hábitos que en su momento parecían grabados en piedra y que hoy muestran sus grandes fragilidades, que en buena medida los vuelven inconsecuentes con la realidad actual. Y, desde luego, esto debe conducir a evitar a toda costa las simplificaciones movidas por los intereses políticos del momento. En nuestro caso, esto debe aplicarse a temas tan palpitantes como el financiamiento público, que hoy está precisamente sobre el tapete de la discusión nacional. Una pregunta es el núcleo de las distintas posiciones: ¿Más carga tributaria en este momento u otras medidas que tiendan a la reactivación económica y al estímulo de la actividad productiva? Si se lograra establecer un ejercicio real y constructivo de entendimientos para alcanzar un pacto fiscal integral, que no sólo busque satisfacer las ansiedades financieras del Gobierno, podría llegarse a un balance conveniente para el país.
En el entorno regional e internacional hay muchos espejos disponibles. El control del déficit público y del endeudamiento progresivo es algo a lo que nadie puede escapar, si no se quiere llegar a situaciones como la de Europa, donde por creer que la prosperidad era algo ya conquistado y de la que se podía hacer fiesta social permanente hay ahora que aplicar medicinas verdaderamente amargas y de efectividad que está por verse.
Responsabilidad es el término clave en todas partes, y lo es también aquí, por supuesto. Si ese término se evade, seguirá complicándose toda la problemática.
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