Mario Vega.03 de Junio. Tomado de El Diario de Hoy.
El estado de corrupción que rige en nuestro país obliga a los cristianos a ir más allá de la ética protestante tradicional, que establece que cambiando al individuo se cambia a la sociedad. Ante la realidad de las estructuras erigidas por la corrupción la respuesta anterior se ubica en el ámbito de lo ingenuo y obliga a que la propuesta sea más consecuente.
Al mirar más allá de los individuos a la organización social se debe llegar a las causas, a las raíces de los males que afectan a la sociedad, y las mismas están no sólo en individuos sino que en muchos sistemas y estructuras. Los cambios estructurales únicamente se lograrán por la activa participación de los cristianos en la política, entendida ésta en su concepto amplio de la vida de la ciudad y de las responsabilidades del ciudadano, a toda la vida dentro de la sociedad, al arte de vivir juntos en comunidad.
En las actuales circunstancias es urgente que los evangélicos encaren el desafío político con verdadera integridad, cristiana tanto a nivel práctico como a nivel teórico. Los cristianos solamente podrán cumplir su responsabilidad de ser luz y sal del mundo al lograr cambios estructurales para forjar una sociedad donde haya más justicia y menos corrupción. Lastimosamente, muchos de aquellos que lo han intentado, lo han hecho sin una sólida preparación en el campo político pero tampoco en la comprensión de la ética del Reino de Dios.
Si esta situación no se cambia ocurrirá lo que Caio Fabio predice: Lo que muchos desean es "un presidente evangélico y no un evangélico presidente. Y el día en que eso suceda, lo que queda de serio y respetable del nombre evangélico se irá por el desagüe a la cloaca". Si no se tiene integridad en los círculos propios, menos se podrá lograr en el ámbito político.
Con todo, es posible lograr un equilibrio entre política y ética cristiana. La política más poderosa y eficiente es aquella que nunca se divorcia de la ética. Al enfrentarse la conciencia con el poder los factores éticos y la coerción deben interpenetrarse para la elaboración de compromisos. Tales compromisos no serán fáciles ya que no deben caer en el evangelio social que llegaba a sostener que la Iglesia y el Estado tenían como objetivo común la transformación de la sociedad en el reino de Dios; pero tampoco caer en el aislamiento de la sociedad.
Es imprescindible tener autoridad moral para ponerse a sí mismo como ejemplo; caso contrario, la misión de la Iglesia como agente de transformación de un mundo de maldad y corrupción se verá seriamente comprometida si es que no anulada. En tal caso, la secularización llevará a los evangélicos de ser una iglesia cristiana a ser un grupo religioso. La limpieza debe comenzar en casa. Velar constantemente por la transparencia interna y purificación de la comunidad cristiana y de las instituciones eclesiásticas y paraeclesiásticas. Implementando normas éticas que fortalezcan la transparencia y controlen la corrupción.
La Iglesia, como comunidad alternativa, debe priorizar el servicio cristiano como modelo del sacrificio que no busca favores sino ser fiel al modelo de Jesús y demostrar a la sociedad las señales del Reino de Dios. Así, se abrirá un camino de responsabilidad y testimonio ante la sociedad corrupta, que necesitará de un testimonio íntegro en el marco de la política, a fin de lograr los cambios estructurales que se necesitan.
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