Marvin Galeas.03 de Junio. Tomado de El Diario de Hoy.
El Capital, la voluminosa obra de Marx tan comentada, tan citada y tan poco leída, es una crítica al modo de producción capitalista en la Inglaterra del Siglo XIX. Eran los tiempos de la Revolución Industrial. La economía basada en el trabajo "hecho a mano" era sustituida por la mecanización en la industria de telas y el acelerado proceso del hierro.
Desde la Edad de Piedra no se habían dado en la historia de la humanidad transformaciones tan profundas, como las que se desató en aquel momento con la Revolución Industrial. Miles y miles de trabajadores agrícolas se desplazaron hacia la ciudad, Londres, para convertirse en obreros urbanos. No había mayores reglas laborales entonces. Nada de Códigos de Trabajo, ni Seguro Social. Nada.
Trabajaba quien podía, sin importar la edad o el sexo. Había en algunas fábricas jornadas hasta de 14 horas por magros salarios. Si alguien quiere hacerse una idea bastante gráfica de cómo era la vida en aquellos días de mediados del Siglo XIX, le recomiendo la lectura de Oliver Twist, la fascinante novela de Charles Dickens. En esas páginas se siente la bruma y se respira el vaho de los tragantes de las esquinas de Londres.
El Capital de Marx se refiere a ese momento de la historia. A algo que ya pasó. Y no sólo eso. Aquellas dramáticas condiciones de la Inglaterra de los tiempos de Marx y que tan bien describió Dickens, han sido completamente superadas. Sólo alguien con muy pocos sesos lo negaría. Sin embargo El Capital, la obra de Marx, no ha cambiado. Nadie lo ha actualizado, ni corregido, ni nada. Allí yace en algunas bibliotecas y librerías: gordo, pesado, viejo, más como reliquia del pasado, que como una obra de consulta, que sirva de algo para los tiempos modernos.
Con la obra de Marx, la vieja utopía socialista se disfrazó de ciencia. Pero lo que atrae del socialismo no es ese pretendido carácter de ciencia sino más bien las connotaciones de idealismo, solidaridad, fraternidad y reivindicación que la palabra misma sugiere. La obra socialista habla de la redención de los pobres, el triunfo de los humildes, de los descalzos sin pan. Promete el fin de las lágrimas y el inicio de la felicidad colectiva; la construcción, pues, del paraíso en la tierra.
Es fuerte el poder de convocatoria del socialismo, y lo era aún más en los tiempos de la Revolución Industrial. Nadie puede negar las grandes gestas y luchas libradas en nombre de aquel ideal. Y sin embargo cuando el socialismo se hizo "real" en una sociedad concreta, desaparecieron la poesía y los violines y quedó al desnudo la brutalidad de un sistema que con el lema de redimir a los trabajadores, tomó del pescuezo a los individuos y los avasalló para someterlos de manera colectiva a la voluntad del todopoderoso líder. El Gran Hermano del que nos habla George Orwell en la novela 1984.
El paraíso, el que tuvo lugar tras el Muro de Berlín, se llenó de guardias, alambradas, reflectores, cárceles y esbirros, hasta que los mismos trabajadores, los supuestos redimidos, acabaron con esa pesadilla. Y es que todo idealismo y cualquier bienintencionada elucubración justiciera se rompen los dientes en el gris hormigón de la "planificación económica centralizada". Estas últimas palabras son la clave para comprender la causa del fracaso del socialismo marxista y de cualquier otro tipo de colectivismo e ingeniería social.
Para supuestamente acabar con la injusticia del capitalismo, el socialismo propone la colectivización de los medios de producción. Es decir la planificación económica desde un ente burocrático que "representa" a todo el colectivo. Es el Partido. Una organización de iluminados, que a su vez, es representado, por un comité más pequeño que a su vez es representado por un infalible y perpetuo líder. Es la historia de Stalin, Ceaucescu, Mao, Pol Pot, Castro y demás dictadores comunistas en cualquier parte del mundo.
Bajo la dirección económica planificada cada individuo debe ocupar el puesto que se le asigna y hacer lo que se le diga. Cualquier protesta o disidencia es una blasfemia contra la máxima autoridad. Por eso Cuba es una gran cárcel donde no se permite ningún tipo de disenso. Hay por allí quienes argumentan que el blog de Yoani Sánchez es una prueba irrefutable que los Castro respetan la libertad de expresión. Sólo un fanático irredimible puede expresar semejante cosa.
Escribir sobre este tema no tendría ningún sentido si no hubiera suelta gente que aún cree en la vigencia de esas ideas, y no sólo cree, sino que la proponen como solución para los males de nuestro país. De manera que seguiré con el tema el próximo jueves.
Como si la alterntiva capitalista fuese el paraiso verdadero!
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