Edmundo Jarquín.07 de Junio. Tomado de Contra Punto.
MANAGUA - En otra ocasión recordé una frase del poeta salvadoreño Roque Dalton, cuando en ocasión del terremoto de Managua de 1972, escribió en una revista chilena que Nicaragua era un país que sufría terremotos de la tierra y de la historia. Con esto último no se refería a los eventos catastróficos de la naturaleza, sino a los fenómenos de la historia nicaragüense, como intervenciones extranjeras, guerras civiles y dictaduras, que han tenido postrado a nuestro país, y que en efecto le han hecho más daño que los fenómenos destructivos de la naturaleza.
La reflexión se me ha venido a la memoria a propósito de recientes catástrofes en Centroamérica. Cuando hace pocos años, estando en un seminario en la Ciudad La Antigua de Guatemala, escalé el volcán Pacaya, el mismo me lució modesto en comparación con el imponente Volcán del Agua que también se avista desde la mencionada ciudad. No me hubiera imaginado que el Pacaya, desde lo que me pareció una dimensión modesta, sería capaz de provocar los daños que hemos conocido recientemente.
Igual que un volcán de Islandia, hace poco más de un mes, y cuyas cenizas pusieron de rodillas al tráfico aéreo en casi toda Europa, las cenizas del Pacaya se depositaron 100 kilómetros a la redonda, y su acumulación en la pista del aeropuerto de la capital guatemalteca, paralizó el tráfico aéreo.
No se pueden evitar eventos de la naturaleza, como una erupción, y muchas veces tampoco sus consecuencias catastróficas, como los casos citados. Pero no todos los eventos de la naturaleza necesariamente han de convertirse en catástrofes humanas. Muchas veces son las vulnerabilidades políticas, institucionales, sociales y económicas, las que hacen la diferencia, y un mismo evento de la naturaleza tiene mayores o menores consecuencias catastróficas, dependiendo de esas circunstancias.
Comento lo anterior, porque inmediatamente después de la erupción del Pacaya se vino la tormenta tropical Agatha que dejó mayores daños humanos y materiales que el volcán, pero que se explican no tanto por la magnitud del fenómeno de la naturaleza, como por esas debilidades políticas, institucionales, sociales y económicas, ya que son las malas infraestructuras, la mala planificación territorial, el crecimiento desordenado de la pobreza, lo que explica los daños.
Como aquí en Managua, en que la ineficiencia de la Alcaldía -traducida en falta de previsión, acumulación de basura en los cauces, ejecución mediocre o irregular de proyectos asignados por favoritismo político- provocó que las lluvias de hace pocos días causaran cuantiosos daños, aunque afortunadamente no los hubo de pérdidas de vidas humanas.
Si los terremotos de la historia nos han causado daños mayores que los de la tierra, como en una escala pequeña lo acabamos de ver con las lluvias de Managua, pensemos lo que nos ocurrirá con el terremoto mayor de tener una nueva dictadura.
¿Qué ganamos?
La “supensión” de relaciones con Israel, anunciada por la propia esposa del Presidente de la República, conduce a la pregunta: ¿Qué ganamos los nicaragüenses con esa decisión?
En el complejo, prolongado, sangriento, dolorosísimo conflicto palestino-israelí, se ha visto en los últimos años un notable progreso en la perspectiva de una solución de enorme alcance histórico, por su equidad y positivas consecuencias: la existencia de dos Estados en el territorio que ahora mal comparten israelíes y palestinos. Al final del gobierno del Presidente Clinton esa solución estuvo a punto de materializarse. Desde entonces la noción de dos Estados ha venido ganando más y más respaldo internacional, incluso dentro de los propios israelíes y palestinos.
Nicaragua debería estar formando parte de ese amplio consenso internacional. Pero no. Con el Presidente Ortega, y amparándose en el justificable repudio provocado por la última acción de Israel contra la flotilla que llevaba ayuda humanitaria a la bloqueada franja de Gaza, ha tomado partido acercándose a las posiciones de quienes a título de negar a Israel el derecho a existir como Estado, terminan prolongando el conflicto con lo cual tampoco se promueve la justa causa del Estado Palestino.
La posición adoptada por el Presidente Ortega, además de equivocada, es absolutamente ineficiente……porque, ¿que agrega o quita Nicaragua a los enormes balances de poder que giran en torno al conflicto del Medio Oriente?
Y si el Canciller y Vicecanciller de la República se enteraron por las noticias de la mencionada “suspensión” de relaciones, que no se sorprendan, porque en la publicitada reciente reunión del Presidente Ortega con la cúpula empresarial, éste dijo que su esposa era de hecho la Primera Ministra, figura que no existe en nuestro orden político constitucional. Como tampoco existe la figura de Rey y Reina.
Pero volvamos al principio: los nicaragüenses, agobiados por problemas económicos, se preguntarán, ¿qué ganamos metiéndonos en esos pleitos? ¿Cuántos empleos se crearon con esa decisión, cuántos salarios se mejoraron?
Si hay un nuevo empleado con esas decisiones del Presidente Ortega, quisiera conocerlo.
No estaría demás….
En los últimos meses hemos conocido una sucesión de anuncios de concesión de explotación de recursos naturales -hídricos, mineros, petroleros, geotérmicos, eólicos- que a primera vista, y ojalá así sea, lucen positivos toda vez que significan nuevas y cuantiosas inversiones y, consecuentemente, más producción y más empleo.
Las inversiones energéticas en recursos naturales, a su vez, tendrían el notable efecto positivo de cambiar la actual matriz de generación de energía tan altamente dependiente del petróleo que importamos.
Pero, a la vez, han trascendido algunas noticias preocupantes. Sobre la hidroeléctrica Tumarín, por ejemplo, se ha dicho que no afectaría, hacia la baja, la tarifa eléctrica. Después trascendió que otro proyecto energético estaba demandando un precio de venta que a primera vista luce alto, tratándose de generación con recursos naturales, con lo cual tampoco los consumidores y productores tendrían el beneficio de una menor tarifa. En estas circunstancias, el cambio de la matriz energética tendría beneficios por el lado de la balanza de pagos, pero no por el lado de los costos de consumo y de producción, con lo cual no mejoraría ni el nivel de vida ni la competitividad de las empresas y de la economía en su conjunto. Si este fuese el caso, y estamos hablando en condicional, no afirmando nada, el aprovechamiento de los recursos naturales, que son del país, no nos estarían beneficiando a todos los nicaragüenses.
A la vez, y aparentemente para justificar las altas tarifas que se demandan, se han mencionado plazos de amortización de la inversión menores a los que para esa clase de proyectos se autorizan por otros gobiernos.
Después está el caso, tan discutido en muchos países, de la minería, cuyos beneficios son obvios, pero también sus costos e impactos ambientales, y habría que examinar cuál es el balance para el país.
Comentamos todo lo anterior porque quizá no estaría demás, ante tantas noticias confusas y encontradas, que la Comisión Económica de la Asamblea Nacional eche un ojo al tema, llame a los responsables de la diversas entidades estatales, para que informen y las dudas se despejen.
No anticipamos nada, pero tampoco deseamos las sorpresas desagradables que se han llevado otros países cuando revisaron los contratos de privatización y de concesiones que se dieron tan masivamente en los años 80 y 90, bajo el impulso de las reformas estructurales del famoso Consenso de Washington, que nuestro gobierno con tanta frecuencia critica a título de “capitalismo salvaje”.
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