La experiencia enseña, con elocuente nitidez, que sólo cuando la “unidad nacional” se manifiesta como propósito de veras interactivo es factible que su formalización gane credenciales de vida real.
Escrito por David Escobar Galindo. 02 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
El tema de la “unidad nacional” viene flotando en el ambiente desde que pasamos a esta fase histórica de posguerra, que es en realidad la fase del posautoritarismo institucionalizado. Inmediatamente después de concluida la guerra, y por el hecho mismo de que aquí fue instantáneo el tránsito hacia la convivencia entre los recentísimos “enemigos” que se mataban en los campos de batalla, a lo más que podía aspirarse en aquellos días era a dejar atrás la violencia política e ir entrando en un ejercicio de competencia democrática más o menos normal. Y eso se logró sin tacha original.
A partir de esa impecabilidad de origen, nuestra posguerra emprendió su travesía histórica. Y, como era de esperar, en el plano político los efectos regeneradores no podían tener contundencia inmediata, porque no era posible concretarlos en un acto formal de compromiso, como fue el Acuerdo de Paz, sino que tenían necesariamente que ir encarnando en un proceso; es decir, en un aprendizaje continuo, desde el antidemocratismo tan celosamente arraigado hacia la democratización ganada a pulso en una sucesión de pruebas de resistencia.
Cuando la democracia está ya bien establecida, con bases seguras y mecanismos inequívocos, no hay necesidad de hablar de “unidad nacional”, porque ésta funciona como terreno de fondo de todo el arraigo competitivo. En esas condiciones, a la “unidad nacional” explícita se acude como recurso emergente, en circunstancias especialmente riesgosas, como una catástrofe interna o un conflicto internacional, por ejemplo. Cuando en condiciones normales se tiene que acudir al concepto de “unidad nacional” se hace evidente que falta introyectar en el ánimo nacional esa unidad básica que debería ser producto espontáneo de la democracia en funciones.
Cuando hay democracia de veras, la unidad nacional es lo natural y no necesita comillas. Pero eso no se da mecánicamente en la vida de los pueblos. Hay que trabajarlo progresivamente. Y de eso deriva que haya que distinguir entre unidad nacional reconocida y asimilada y “unidad nacional” por reconocer y asimilar. En nuestro caso nacional, estamos notoriamente en esta segunda condición. Y por eso debemos estar conscientes de los requisitos funcionales para hacer avanzar dicha experiencia unitaria hacia el plano de la asimilación permanente, que nunca se da por simple expresión de voluntades específicas, ya que presupone una especie de animación compartida, tanto en el espíritu colectivo como en la atmósfera social. Es decir, para que la unidad funcione con la naturalidad de lo asumido comprensivamente en un ámbito nacional determinado, en este caso el nuestro, viene a ser indispensable que haya una aceptación también generalizada de que eso es lo que debe ser. Ninguna “unidad nacional” se da por decreto, aunque a veces el resultado de un esfuerzo unificador pueda plasmarse en un acuerdo o en un pacto. La experiencia enseña, con elocuente nitidez, que sólo cuando la “unidad nacional” se manifiesta como propósito de veras interactivo es factible que su formalización gane credenciales de vida real.
¿En qué “momentum” y en qué momento nos encontramos los salvadoreños respecto de la posibilidad de concretar alguna forma de “unidad nacional” que vaya más allá del mero recurso retórico? El “momentum” es propicio; el momento no lo es tanto. El “momentum” es propicio porque en el ánimo ciudadano se evidencia cada vez más el imperativo de asegurar las tuercas y blindar las tuberías de la red por donde circulan las energías democratizadoras. La alternancia a la que se animó la ciudadanía electora en las elecciones más recientes es prueba de ello. Y es que en el “mood” ciudadano hay un hálito de unidad que viene siendo sensible —para los que quieran ver y oír, por supuesto— desde que ese mismo “mood” permitió la construcción de la salida política de la guerra. El momento, por su parte, está aún contaminado por muchas de las imágenes que se produjeron durante la larga época en que la división parecía el mecanismo normal de nuestra vida como nación, y eso infecta con facilidad los sucesivos esfuerzos democratizadores y, por ende, las posibilidades reales de avanzar hacia la verdadera unidad.
Se requiere diferenciar, en un plano más sutil, lo que es la unidad como aspiración y lo que es la unidad como autoconciencia. Y es que hay una diferencia funcional muy importante: la aspiración es mucho más manipulable que la autoconciencia. Expliquémonos: la aspiración tiende a derivar en formas básicamente intelectualizables; la autoconciencia se va plasmando en actitudes que son básicamente emocionales. ¿Y por qué se necesita la unidad como aspiración si se logra asentar y afincar la unidad como autoconciencia? Porque la autoconciencia es sólo el terreno anímico para hacer la siembra fructífera de aspiraciones unificadoras. Y de esa naturaleza de las cosas surge una realidad evidente: la unidad como autoconciencia tiene que ser la base de los intentos de unidad como aspiración. En el país, que es tan raquítico en autoconciencia de unidad, es por eso mismo tan aleatoria la suerte de los impulsos de unidad aspirada.
Habría que decir, también, que los más convincentes y productivos intentos de unidad son aquéllos que no tienen motivación política interesada. Lo político, por su propia índole, es sospechoso de parcialidad, que es signo contrario a la unidad. Y por eso la unidad invocada o convocada desde lo político induce una pregunta inevitable: ¿Unidad a favor de qué o de quién, o en contra de qué o de quién? Dejémoslo ahí. Enfoquémonos en el punto medular de inicio: la unidad como autoconciencia. Necesitamos inducir, educar y organizar la autoconciencia de unidad —es decir, la convicción generalizada de que el país es una nación, de que la nación es un ente, de que el ente es un todo—, pues sólo a partir de esa autoconciencia se puede sustentar el ser nacional.
La unidad nacional sera posible solo cuando una significante fraccion( no se cuantos) de la poblacion salvadoreña( de todos los origenes sociales, economicos y politicos) pueda liberarse de el individualismo enfermizo al que el desorden( en todos los ordenes de la vida nacional ) capitalista que ahora reina. Parir la idea no basta, es mas podria facilmente interpretarse en terminos sarcasticos y malevolos si se concibe esa unidad a pura voluntad o estado de animo. Hasta ahora la mayoria ven al estado como un ente mas al que hay que burlar, un ente que quita para robar, un ente corrupto e inepto. Las mayorias quizas no lo razonen ni le puedan encontrar causas y efectos pero lo intuyen. Al estado no se le ve como el arbitro que garantiza un juego limpio. Se le ve como un contrincante, picaro y vivian.
ResponderEliminarMientras no se tomen medidas para cambiar esta situacion estas palabras de unidad etc son puras pendejadas, politiqueria barata, no importa las buenas intenciones que esten detras de las ideas.