Venezuela terminó 2009 con una de las inflaciones más altas del mundo; racionamientos de energía y hasta con la restricción del derecho –y sobre todo la necesidad– que tienen los humanos de asear su cuerpo. El año nuevo no comenzó con señales más alentadoras; por el contrario, inició con una devaluación brutal del bolívar, que no podía ser frente a otra moneda, que no fuera la del país que tanto odia el coronel: la del imperio.
Escrito por Juan Héctor Vidal.18 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
Así de sencillas andan las cosas en un país que está asentado sobre una de las reservas petroleras comprobadas más grandes del mundo, pero que tradicionalmente las ha administrando muy mal. Hoy ya ni siquiera le alcanzan al Estado para mantener activa su propia infraestructura energética, a pesar de los inmensos recursos naturales que posee, que debería elevarla a categoría mundial.
Mientras el racionamiento de energía y del más preciado líquido pone a la población frente a un sacrificio que podría haber sido evitado con un poco de previsión y responsabilidad, la devaluación inevitablemente desembocará en mayor deterioro de la calidad de vida de los venezolanos. Esto, aunque el dólar-petróleo saque temporalmente al erario nacional del abismo en que lo ha metido un presidente excesivamente generoso.
De hecho, la devaluación, como medida convencional para ajustar las cuentas del sector externo, la ha utilizado con fines fiscalistas y dudosamente contribuirá a contrarrestar la crisis económica en un país que importa casi todo lo que consume y que sigue siendo virtualmente mono exportador. Sin una base productiva interna sólida, la represión de las importaciones vía tipo de cambio inevitablemente atizará las presiones inflacionarias.
Sin embargo, el comandante no parece entender que los bolívares depreciados solo le alcanzarán, si bien le va, como colchón en su sepultura política. Esto ya se lo advirtió hasta su mentor alemán (Dieterich) que le copió las ideas al ruso Buzgalin, sobre el ridículo socialismo del Siglo XXI. Mientras tanto, atenta cada vez más contra las libertades de sus propios conciudadanos y extiende su manto populista para mantener ilusionados a los sectores empobrecidos para quienes un dólar, regalado a los Castro, los Ortega y los Morales, tiene un costo de oportunidad excesivamente alto.
Entonces, la oposición política y los empresarios –estos últimos, según el presidente, los mayores responsables del desmadre económico de su país– tienen toda la razón, le critican su excesiva generosidad, al malgastar miles de millones de dólares para granjearse las simpatías de sus acólitos. Pero la megalomanía del coronel no tiene límites. Ha obsequiado petróleo a los bostonianos y una cantidad elevada de dólares a Barbuda y Antigua, para ayudarlos a salir del problema en que los dejó la quiebra del banco Stanford. Todo para competir –e intentar poner en ridículo– al país más poderoso del mundo.
Con estos y otros despilfarros que solo le sirven para alimentar su mesianismo, sin duda lo que le va quedando al comandante para comprar a otros gobernantes se vuelve cada vez más pequeño. Pero podría no ser así, si con las grandes cantidades de bolívares que emita el banco central para monetizar el dólar-petróleo, compra de nuevo dólares en el mercado oficial –para que las donaciones a sus amigos sigan siendo abultadas– pero dejando sin medicinas y alimentos a los venezolanos.
Hoy se le presenta la ocasión de reivindicarse con la tragedia que sufre los haitianos. Haití es el país más pobre del continente, y fue el segundo en independizarse –después de EUA– sin la injerencia de falsos redentores (lección para el comandante). Fue el que acogió y pertrechó a Bolívar, recibiendo a cambio, solo una espada que le obsequió el Libertador. Esto último sería reciprocidad, no compra de voluntades.
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