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2010/01/24

LPG-La suerte de los partidos y las trampas del poder

La alternancia se tardó una década, desde que estuvo lista para ocurrir. ¿Y por qué no ocurrió en su momento ya propicio, que fueron las elecciones presidenciales de 1999? Porque el FMLN no hizo lo que habría tenido que hacer para volverla realidad.

Escrito por David Escobar Galindo.24 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica. 

En la Edición 109 de Centroamerica21, correspondiente a la semana del 1 al 7 de mayo de 2009, Geovani Galeas publicó una columna titulada “El viraje pendiente”, que encabezó con las siguientes líneas: “¿Qué se necesita para la consolidación de la democracia en El Salvador?, le pregunté a David Escobar Galindo hace un par de años, cuando apenas comenzaba a configurarse el escenario para la pasada campaña electoral. Me respondió de inmediato y sin vacilaciones, denotando con ello que era una respuesta largamente meditada: “Cuatro cosas: uno, que pierda ARENA; dos, que gane el FMLN; tres, que pierda el FMLN; cuatro, que vuelva a ganar ARENA”. En efecto, eso le dije en alguna ocasión a Geovani, y responde a una convicción que desde luego sigo sosteniendo: que la clave de la salud democrática está en la naturalidad de la alternancia. Desde luego —y esto nos lo está enseñando la experiencia viva—, la alternancia es mucho más que una mera mecánica de cambio de posiciones de poder: es un ejercicio de reconocimiento de las limitaciones del poder, lo cual por supuesto es anímicamente mucho más complejo y desafiante.

La experiencia siempre es una escuela a la vez previsible y sorprendente. La alternancia se tardó una década, desde que estuvo lista para ocurrir. ¿Y por qué no ocurrió en su momento ya propicio, que fueron las elecciones presidenciales de 1999? Porque el FMLN no hizo lo que habría tenido que hacer para volverla realidad. Eso posibilitó que ARENA tuviera una década adicional de ejercicio presidencial, con las consecuencias que sólo ahora son visibles en su verdadera magnitud. Y, al darse la alternancia en 2009, cuando ya era históricamente indispensable, vemos emerger evidencias que deben hacernos pensar a fondo sobre las responsabilidades que acarrea el proceso, para todos.

Ahora mismo, los dos partidos políticos que venían estando en directa competencia durante toda la posguerra anterior, se hallan en situaciones que de seguro no les eran dimensionables con anticipación, ya que se trata de efectos que podríamos considerar atípicos, y no por obra de los hechos, sino por consecuencia de las actitudes partidarias. ARENA vive el síndrome de la derrota, que en condiciones estrictamente democráticas no tendría por qué ser un síndrome. En la democracia, ganar o perder son contingencias perfectamente naturales. ¿Pero qué significa para ARENA la derrota, en las actuales circunstancias? La caducidad de una ficción de permanencia; es decir, el fin de una fantasía, lo cual es siempre lo más difícil de encajar. Ya la campaña presidencial de ARENA presagiaba el síndrome: si no estoy yo, el mundo se derrumba. Pura ficción. Ahora, el reto para dicho partido es desatarse del síndrome, personalizado en esa obsesiva dependencia de los ex Presidentes. Ellos fueron, pero ya no son. La única salvación es el futuro. Un futuro que se le ha venido encima, con fuerza de avalancha, a un partido que estuvo por tanto tiempo viciosamente acomodado entre los crecientes almohadones del poder. Hoy necesita un proyecto verdaderamente fresco, que sólo será viable si lo conduce un liderazgo joven y carismático.

Pero la alternancia también es muy problemática para la izquierda. Ganó las elecciones el partido FMLN, lo cual, en sí, es un extraordinario refrendo de la vitalidad de nuestro proceso democrático. Ganó el FMLN y ganó su candidato presidencial. Eso hay que ponerlo en una balanza, cada quien en su platillo. Desde la campaña, y más al asumir funciones, el Presidente de la República marcó distancias con el partido. Distancias, no límites precisos. Esto se puede envolver en celofanes, como decir que no se gobierna para un partido, sino para un país, lo cual es y debe ser siempre cierto; pero en este caso de lo que se trata es de señalar que hay cosas básicas que no se comparten: cosas del Gobierno que el partido no comparte; cosas del partido que el Gobierno no comparte. Eso es atípico, y queda abierto a desarrollos de seguro imprevisibles. Uno puede pensar que, en lo que al partido respecta, esta situación exige bastante más cautela de la normal, lo cual podría redundar en un aprendizaje obligado de los límites. El FMLN pareciera estar inmerso en un desafío que evidentemente lo pone en condición experimental: por una parte, la distancia puesta por el Presidente libera al partido del compromiso inmediato de responder a demandas desmesuradas de la gente, lo cual le quita un peso de compromisos incumplibles; por otra, este período de suspenso podría ayudarle a visualizar con más cuidado sus movimientos futuros, en función sin duda de acumular más poder, durante y más allá de este período. Todo lo anterior, aun con ser especulativo, abre perspectivas inéditas que habrá que ir monitoreando.

Los partidos políticos, así como los gobernantes, independientemente de sus líneas ideológicas y de sus esquemas programáticos, deben asumir algo que siempre les ha sido y les sigue siendo muy difícil: que es la realidad la que los gobierna, y no son ellos los que gobiernan la realidad. Porque la realidad, al fin de cuentas, nos gobierna a todos. El poder, en cualquiera de sus niveles, tiene una connotación fantasiosa: hacer creer que es una forma de exclusividad impune. La práctica democrática va desmontando tal fantasía, en un ejercicio que no deja de ser traumático para los actores políticos, porque implica bajarlos de sus nubes y de sus humos. Es lo que en buena medida estamos viendo en el país.

¿Qué pasará de aquí en adelante? Como siempre, las posibilidades son variadas, y su visualización depende de la mirada que las enfoque. En nuestro caso, le apostamos a lo positivo. Se irá depurando la alternancia, en primer lugar para que sea cada 5 ó cuando más cada 10 años, y no cada 20 ó cada 25, porque las perversiones de la permanencia son notorias. Y el sistema de partidos tendrá que irse consolidando, para ser cada vez menos víctima de las trampas alevosas y lujuriosas del poder.

La suerte de los partidos y las trampas del poder

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