Chile es un país que ha tenido en estos 20 años posteriores a la dictadura una extraordinaria modernización, pero políticamente ya la Concertación estaba desgastada.
Escrito por Editorial.18 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas, la coalición derechista que llevó como candidato a Sebastián Piñera le ganó a la Concertación de partidos de izquierda que gobernó durante 20 años consecutivos, luego de la época de la dictadura pinochetista. El triunfo fue apretado, pero es muy significativo, porque implica una alternancia histórica, dentro de un proceso que, pese a los quebrantos que emergieron en los años setenta, tiene una larga tradición de ejemplar ejercicio democrático.
Chile es un país que ha tenido en estos 20 años posteriores a la dictadura una extraordinaria modernización, pero políticamente ya la Concertación estaba desgastada, y la mejor muestra de ello es que, a la hora de decidir candidato para estas elecciones que se le presentaban tan difíciles, se escogió una carta jugada, como era Eduardo Frei, que ya había gobernado a fines de los años 90. La Presidenta Bachelet sale con una popularidad muy alta; sin embargo, ya la ciudadanía quería un cambio, y eso es lo que se consumó en los comicios de ayer.
Lo que propone Piñera se parece mucho a lo que hoy se está proponiendo en muchos de nuestros países: más empleo, más seguridad, mejor educación, mayor crecimiento económico. Y la alternancia lo que trae es más energía y frescura para enfrentar retos de tal magnitud. Ahí está una de las virtudes principales de la dinámica democrática, que es lo contrario del anquilosamiento y la rigidez. En Chile, además, esta alternancia se inicia con un abrazo cordial entre el ganador y el perdedor, para sellar aquello de que en la democracia ganar y perder son circunstancias que no hay que dramatizar.
EL GRAN PASO HACIA ADELANTE
Como dijo Piñera, en el acto en que se reunió públicamente con el candidato perdedor muy poco después de conocerse el resultado: para que las cosas vayan bien se requiere no sólo un buen Gobierno sino también una buena oposición. Esto debería ser entendido y practicado en todas partes. Nuestros países ya no pueden vivir dependiendo de trincheras de ningún tipo: lo que hoy se necesita son áreas de entendimiento, donde la racionalidad política se sobreponga a las pasiones y los intereses.
Por otra parte, la elección chilena de ayer viene a matizar aún más la sensación, que muchos han querido convertir en determinismo, en el sentido de que en América Latina la izquierda va prevaleciendo inevitablemente. Esas imágenes de triunfalismo absolutista son siempre fantasiosas. Lo que se da en nuestros países –y esto lo venimos opinando desde hace bastante tiempo— es una búsqueda compleja y accidentada de la consolidación de los mecanismos de alternancia. Es eso, y no las cristalizaciones ideológicas, lo que estamos viendo fortalecerse, pese a lo difícil que es el avance del proceso.
Las fuerzas políticas, en todos nuestros países, están entrando aceleradamente, quieran o no, en una fase caracterizada por la necesidad de autocrítica y reconstrucción, para estar a la altura de los desafíos de la democratización en marcha. La democracia debe ser edificada en el día a día, y esta verdad, que cada vez se vuelve más incuestionable, es la que acaba por imponerse sobre cualquier apego nostálgico a las prácticas del pasado.
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