Escrito por Carlos Mayora Re. 02 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
Parece que, a pesar del fracaso de la última reunión sobre cambio climático en Copenhague, todos hemos salido ganando. ¿Todos? Quizá no, porque los voceros oficiales de la reunión declararon un gran fracaso al no alcanzar los acuerdos que se pretendían.
No se logró ningún arreglo general y vinculante. Por eso hay quienes piensan que los auténticos perdedores de Copenhague son los que esperaban un nuevo caballo de batalla para las Naciones Unidas (o una vaca económica de la que seguir mamando); la multitud de ideólogos anticapitalistas que conforman una inmensa burocracia; las ONG cuya misión es trabar las ruedas de los carros capitalistas con las varas de un divinizado ecologismo… Algunos jefes de Estado que pretendían compensaciones millonarias por parte de gobiernos de países industriales, en nombre de una cierta justicia climática (que parece que tiene más éxito que la justicia social a la hora de conseguir prebendas), y una pléyade de vividores apuntados al carro del ecologismo, para medrar.
Pero ¿qué va a pasar con Gea, nuestra madre tierra? Si Copenhague no logró salvar el planeta de la mano de los chinos y de los indios, que se han puesto a producir inmensas masas de CO2 y mucho dinero con sus pujantes economías, ¿quién podrá defendernos?
Gracias a Dios contamos con dos aliados infalibles, que a lo largo de la historia han hecho que lleguemos a donde nos encontramos: el conocimiento y la moral, que en perpetua pugna con sus enemigos: la ideología y el dogmatismo, han forjado la civilización humana.
Empecemos por la moral: desde siempre Occidente ha sido grande porque hemos entendido que la naturaleza está al servicio del hombre y no al revés. La religión del cambio climático, llevada hasta sus últimas consecuencias, postula precisamente lo contrario. Y lo mismo pasa con el conocimiento: ahora se sabe que no es científico sostener una antropogénesis de los fenómenos climáticos. Más aún, ahora estamos seguros de que es posible distinguir lo que es un conocimiento fundamentado científicamente, de una ideología basada en supuestos racionales y/o emocionales.
Desde el fracaso de Copenhague se rompieron varios paradigmas. El más importante: pensar que había consenso mundial con respecto al calentamiento global. No lo había, pero nos lo habían vendido como tal. Si no ¿qué es un consenso del que disienten chinos, indios y los científicos occidentales más rigurosos? No había tal. Había un complot político que se había vestido con la piel de oveja del consenso científico.
Ahora que las cosas están más claras, escribe un analista: "volvamos al principio de realidad: diferenciemos, en la controversia, lo que sabemos de lo que ignoramos y así obtendremos un buen comportamiento, una verdadera ciencia y una buena economía".
Pero todavía hay un par de grupos que se han quedado perplejos: los negacionistas y los escépticos. Los primeros no pueden ya más seguir sosteniendo que todo es un invento. Mientras que los segundos tienen que empezar a pensar cómo afrontar hechos y realidades, pues parece que las ideologías y dogmatismos han sido desenmascarados de manera definitiva en Copenhague.
En lo que nos atañe, en relación al problema mundial, poco podemos hacer. Nuestro país es una pequeña pieza en el concierto industrial mundial. Pero en relación a la situación local, hay mucho que trabajar.
Aquí también conocimiento y moral tienen gran protagonismo. Sin ellos, nada podrá impedir que sigamos maltratando terriblemente el equilibrio ecológico de este rincón mágico en que vivimos. Pero esa es otra historia, que, aunque insoslayable, deberemos enfrentar a partir de verdades y no de terrores apocalípticos o pan ecológicos, que poco pueden hacer para convencer personas sensatas.
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