Escrito por Francisco Rodolfo Bertrand G.18 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
Nuevamente surgen a la palestra las discusiones sobre el proyecto de ley para la fusión de las superintendencias que vigilan el sistema financiero, es de decir la de bancos, de aseguradoras, de entidades no bancarias, de pensiones y de valores.
Los argumentos para la fusión son fundamentalmente dos, uno de carácter presupuestario, pues al consolidarlas varios de los recursos redundantes se racionalizarían y otro más de fondo, de método, ya que al operar las entidades financieras como conglomerados, la necesidad de contar con una visión consolidada de los mismos es vital.
Esta forma de supervisar supone no sólo analizar el balance consolidado de las instituciones supervisadas, supone también unificar métodos y criterios de supervisón, unir bases de datos y procesos conjuntos entre los equipos supervisores de las distintas entidades.
No cabe duda, pues, que la fusión, ya sea institucional como se ha planteado, o de cualquier otra forma, es un deber urgente si queremos cubrir los riesgos del sistema financiero, dos luces amarillas deben ser encendidas sin embargo.
La primera es que, considerando que las instituciones financieras salvadoreñas más importantes ahora pertenecen a conglomerados globalizados mundialmente, con matrices en Estados Unidos, Canadá, Londres, Bogotá, etc., es necesario en adición a la supervisión consolidada local, contar con suficientes herramientas (mediante convenio, acuerdos u otros), que permitan tener acceso a la consolidación internacional de los mismos, para esto la existencia de un ente con gran prestigio internacional es el prerrequisito.
Nuestro país se salvó de ser mayor víctima de la crisis financiera mundial por tres casualidades negativas teóricamente, una que nuestros bancos tienen muy poca participación en su portafolio de activos no crediticios, del tipo de inversiones de riesgo que arrastraron a sus hermanos mayores; otra, que dado el hecho de que nuestro mercado accionario es aún muy nuevo, la complejidad de los documentos transados es muy poco especulativa, y finalmente, que a nuestro sistema de pensiones no se le había autorizado la inversión en valores o acciones en el extranjero. La fusión, pues, debe buscar fortalecer la posición de los entes reguladores locales, frente a los entes reguladores extranjeros, a fin cumplir mejor su labor. Una nueva institución sólida, fuerte, con gran capacidad técnica e independencia política, sería lo ideal.
Una segunda luz amarilla, es la relación de la nueva Superintendencia con el Banco Central, el proyecto que conocí tenía la debilidad de que pasaba al BCR la función normativa y varias de las funciones críticas de la Superintendencia, como decir cuándo intervenir, cuándo crear una reserva, o definir su presupuesto. El que el BCR asuma esta funciones por el sólo hecho de asumirlas no constituye problema, especialmente si consideramos que el Banco Central en nuestra economía ya no es autoridad monetaria y no controla el crédito interno ni del gobierno, pero sí tiene mucho personal calificado sin funciones importantes, por lo tanto el participar de la supervisión, especialmente en las áreas estratégicas y macro sistémicas, es una excelente manera de usar tales recursos.
El problema se plantea cuando la responsabilidad de pagar los platos rotos por una intervención tardía o inoportuna, recae en el Superintendente, pero la llave de cuándo hacerlo, o cómo decidirlo, la tendrá el BCR, eso es un riesgo potencial de alto nivel. Lo correcto es que la responsabilidad de ambas cosas estén en la Superintendencia o en el BCR, no puede tener uno la carne y el otro el hueso, para usar esa metáfora. En lo personal creo que regresar la Superintendencia al BCR, y que sea éste el que asuma la plenitud de la responsabilidad, es la mejor salida. Una de menor calidad pero siempre buena es crear la nueva Superintendencia, pero asumiendo ésta la totalidad de responsabilidades y atribuciones, dejando al Banco Central con sus facultades actuales. La menos conveniente es la que creo se ha planteado, pues puede llevarnos a una inamovilidad de la Superintendencia, como ya lo vimos en las décadas recientes.
La supervisión debe ser fuerte y realmente contar con la capacidad para tomar las decisiones cuando lo necesite, asumiendo por supuesto las consecuencias de sus decisiones, dividir esto no parece buena idea.
Como conclusión, pues, la fusión es más que necesaria, sólo habrá que estar seguro de que la ley además de los aspectos ya regulados, cumpla con los dos objetivos ya dichos: que la nueva institución sea sólida y fuerte frente al concierto mundial de entes reguladores, y que se garantice que la responsabilidad de actuar en los momentos oportunos coincida con la facultad para hacerlo.
elsalvador.com :.: La fusión de las superintendencias financieras
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