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2010/01/02

Cotra Punto-La más católica de las fiestas

Escrito por Carlos Molina Velásquez. 01 de Enero. Tomado de Contra Punto.

Tampoco es serio hablar de recuperar el valor cristiano de la Navidad, si no tocamos un ápice del capitalismo, la verdadera religión que la sostiene actualmente

SAN SALVADOR - La Navidad es, sin duda, la celebración más esperada por millones de personas en todo el mundo. Incluso para muchos no cristianos es imposible ignorarla, aunque sea por el despliegue publicitario y la proliferación de juguetes. Es una fiesta universal.

Pero su universalidad sólo se debe en parte a su significado cristiano. La verdadera razón es que se trata de la fiesta del capitalismo global, la mayor expresión de su religiosidad. Es la fiesta más católica, pero no es apostólica ni romana. ¡Ya quisiera el Papa gozar de su poder de convocatoria!

El capitalismo se nos presenta como religión del consumo y del espectáculo. Millones de devotos consumidores en todo el planeta practican su culto incesante, “sin tregua y sin respiro”, sin domingos o días especiales para practicar los ritos (Giorgio Agamben). La fiesta del consumo no tiene fin, aunque podríamos decir que la Navidad es su “tiempo fuerte”.

Walter Benjamin señaló con bastante claridad cuál es el verdadero carácter de esta fe: El capitalismo es una religión constituida por su ritual, el cual es esencialmente culpabilizante. Con una dogmática subordinada al rito, es una religión litúrgica por excelencia. Y este rito no tiene como finalidad que la culpa sea borrada —o al menos “amortizada”, como en la Cristiandad—, sino que siempre reaparece con más fuerza.

¿No es una interpretación atinada del consumo capitalista? Acudes a una tienda, no para salir de ella dispuesto a disfrutar de tu compra, sino para tramar el momento en que volverás por más. Pero como no puedes hacerlo por siempre ni aumentando infinitamente los montos destinados al gasto, es decir, como no puedes estar todo el tiempo a la altura de las expectativas que el mercado te demanda, la culpa reaparece una y otra vez. Tal vez esta es la razón por la que el capitalismo se lleva tan bien con la Cristiandad.

No es nada nuevo que las religiones imperiales impongan sus símbolos dentro de lo más profundo de las culturas colonizadas. La Navidad es el mejor ejemplo de ello. La Cristiandad transformó el significado del árbol sagrado de los germanos y el muérdago de los celtas; incluso la fecha corresponde a una fiesta romana. Entonces, ¿por qué nos sorprende que Santa Claus, el ícono creado por Coca-Cola, sea preferido al Pesebre, con su buey, su mula y su paja?

Pero las similitudes no acaban allí. Las religiones imperiales se impusieron siempre a sangre y fuego, incluso la del Príncipe de Paz. Claro que el problema no era el Niño Dios sino el Cristo Rey, con su costal de juguetes bélicos. Por su parte, el capitalismo también ha estado a la altura de las circunstancias, construyendo su hegemonía sobre montañas de cadáveres e ideando métodos cada vez más sofisticados de enajenación.

Uno de los sitios que más visitamos es el Templo Consagrado Al Consumo: el centro comercial o Mall. Hay uno en el que llama la atención ver una capillita católica, al lado de los restaurantes y de las tiendas de ropa. Pero no es la única “capilla”. Cada tienda del Mall está consagrada a las diversas manifestaciones del Único, el dinero, el cual “en cuanto tiene la propiedad de comprarlo todo, de apropiarse de todos los objetos, es, pues, el objeto por excelencia…considerado como un ser omnipotente” (Karl Marx). A esto debo agregar que, a diferencia de las tiendas, la capillita casi siempre está cerrada.

Por otro lado, en las iglesias también proliferan cajeros automáticos y establecimientos comerciales. Más interesante es que en muchas de ellas se realicen “cultos espectaculares”, celebraciones en las que la gracia está disponible para el que quiera y a un costo no tan oneroso. Si Dios no te hizo el milagro, siempre puedes regocijarte con los testimonios de los elegidos, cuyo valor está determinado de antemano. ¿No es así en la gran religión del capital? Precisamente, es lo que Agamben llama “exhibición espectacular”: Al impedírsenos el acceso al objeto, tenemos que conformarnos con su fetiche. No podrás usar esos zapatos, pero podrás disfrutar viéndolos en los pies de Madonna. Y ni siguiera los disfrutarás por su belleza, sino por lo que cuestan.

No es problema que nuestros niños escriban cartas o crean en fantasías, sino que sean cartas y sueños mercantilizados. Tampoco es problema la supuesta adopción de patrones culturales foráneos, como cuando se echa la culpa a la “cultura estadounidense”. El único verdadero problema es la mercantilización de los regalos, la música, la comida, en suma, todo, que es precisamente la finalidad de la religión imperial del mercado.

Tampoco es serio hablar de recuperar el valor cristiano de la Navidad, si no tocamos un ápice del capitalismo, la verdadera religión que la sostiene actualmente. Y no basta con sacar los pesebres de los almacenes o los mercados de los templos. Lo más importante es combatir el opio de la auténtica y radical enajenación en la que estamos inmersos todos, creamos o no en el Niñito o en Santa Claus.

La más católica de las fiestas

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