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2010/01/25

Contra Punto-Las enseñanzas de Chile

Escrito por Enrique Gomáriz Moraga. 24 de Enero. Tomado de Contra Punto.

Una derecha surgida de una situación de dictadura puede transformarse efectivamente en una derecha moderna

SAN SALVADOR - Los resultados de las elecciones generales en Chile muestran una serie de paradojas que tienen suma importancia a nivel regional. Comenzando por el hecho de que la coalición perdedora termine sus veinte años de conducción del país con una presidenta que tiene el apoyo del 80% de la población y con un país completamente transformado, que solo 30 días antes de los comicios ingresaba al selecto club de países desarrollados que conforman la OCDE.

¿Cómo es posible entonces que Concertación Democrática perdiera las elecciones? ¿Será que han disminuido seriamente los dos tercios del voto progresista que existen en Chile sobre el papel, los cuales han sido la base de sustentación de la Concertación Democrática todos estos años? ¿O es que no han captado el éxito de la gestión gubernamental precedente? Parece indudable que las enseñanzas del paradójico caso chileno son importantes para toda la región.

La primera lección refiere al hecho de que la ciudadanía distingue las candidaturas específicas de la campaña, respecto de los resultados de gobiernos salientes del mismo color político. Dicho de otra forma, aunque haya influencia favorable de gobiernos exitosos, esta no es suficiente para asegurar la victoria electoral. Es decir, el perfil de la candidatura específica tiene bastante mayor peso de lo que frecuentemente se cree. Puesto en perspectiva, para El Salvador, lo anterior quiere decir que la buena gestión del Gobierno de Funes no reduce en absoluto la necesidad de buscar un buen candidato para las próximas elecciones. El problema confirmado por las experiencias anteriores de que un candidato de la ortodoxia es un candidato perdedor, no reduce su importancia por el hecho de que el gobierno de Funes consiga mostrar una buena gestión al final de su mandato.

La segunda enseñanza refiere a algo que ya se ha experimentado en otras transiciones democráticas: una derecha surgida de una situación de dictadura puede transformarse efectivamente en una derecha moderna y orientada hacia el centro, que adquiera competencia como alternativa de gobierno, especialmente cuando la fuerza progresista que fue oposición a la dictadura lleve mucho tiempo en el gobierno. En breve, la derecha también puede modernizarse. Así pasó en España y ahora ha sucedido en Chile. En El Salvador parece que ello no será posible sino tras un mortificante camino de Damasco, de cuya duración todavía no puede asegurarse nada.

Sin embargo, las referencias anteriores explican por qué las dos últimas elecciones en Chile han sido reñidas. Pero el factor decisivo que permitió la ajustada victoria del derechista Sebastian Piñera, ese 5% decantador, refiere a una enseñanza fundamental para el campo de las fuerzas progresistas.

Como se manifestó en la primera vuelta, además de los votos propios del candidato concertacionista, Eduardo Frei, había más de un cuarto del electorado que se situaba en candidaturas a la izquierda de Frei, sobre todo a favor del candidato, surgido del partido socialista, Marco Enríquez. Es decir, la suma aritmética del conjunto de la intención del voto progresista, se situaba en torno al 60% del electorado, algo que confirma la vieja presunción sobre la dimensión del voto progresista antes señalada. Sin embargo, la cuestión decisiva es que la mayor parte de ese 25% de voto más progresista, originalmente aliado en la Concertación Democrática, no apoyó e Frei en la segunda vuelta electoral.

La responsabilidad de ello ocupa tanto a líderes como a votantes progresistas. Un medio de comunicación reproducía fielmente la expresión de uno de ellos: “Yo he anulado mi voto, pero creo que es preocupante la victoria de la derecha”. Expresión que muestra un sentimiento de culpa latente, sobre todo si las consecuencias de la victoria derechista llegaran a ser dramáticas.

Desde luego, la división fratricida del campo progresista no es algo precisamente nuevo. En la región, ha producido una saga de casos, entre los que cabe destacar el de Fujimori, que son de lamentar; pero se remonta a hitos históricos más dramáticos, como el sucedido en la izquierda alemana cuya división fratricida permitió el ascenso de Hitler al poder. Todo indica que una mezcla de cálculos políticos erróneos y mucha inflamación hepática conducen a esa división que luego lamentan los propios progresistas.

Dos mecanismos perversos potencian esa actitud. De un lado, la lógica según la cual los verdaderamente progresistas luchan mejor contra un gobierno de clara tendencia opuesta. Ya fue difícil superar en las transiciones la tentación izquierdista de pensar: “Contra la dictadura (de Franco o Pinochet) luchábamos mejor”. Esta lógica perversa se inscribe en la vieja tesis, que tanto dolor ha causado en diversas partes del mundo, de “cuanto peor, mejor”.

El otro mecanismo es tan viejo como el Imperio Romano y consiste en decidir que si no me gusta mi aliado (orgánico o natural) entonces apoyo indirectamente al enemigo. Lo que suele suceder al final es que tanto el error político como la inflamación hepática acaban pagándose, como tantas veces ha mostrado la Historia.

¿Tendrá algo que ver esta última lección del caso chileno con algunos procesos políticos centroamericanos? Veamos por ejemplo el actual proceso electoral en Costa Rica. Recientemente, una encuesta de la casa UNIMER, muestra que, en el supuesto de que hubiera una segunda vuelta entre la candidata liberacionista Laura Chinchilla y el derechista libertario Otto Guevara, los dos tercios del voto a la izquierda del Partido Liberación Nacional (formado por votos del PAC, y otras formaciones menores de izquierda), antes de votar por la socialdemócrata Liberación, estarían tentados a hacerlo por el Movimiento Libertario, un partido de la derecha neoliberal agresiva, que declara abiertamente su rechazo del Estado social de derecho que ha colocado a Costa Rica entre los países de alto desarrollo humano. El hecho de que la mayoría de ese voto de castigo esté formado por ex liberacionistas, hace pensar que el hígado podría volver a comandar la historia en el caso costarricense.

La división del campo progresista también está presente en el proceso político salvadoreño. El hecho de que la crisis haya estallado antes en la representación de la derecha, apenas oculta la tensión creciente que se desarrolla entre el gobierno del Presidente Funes y los sectores duros del FMLN que siguen comandando ese partido.

Todo indica que la izquierda salvadoreña está dispuesta a perder la oportunidad histórica de dirigir el país por varios períodos a partir de una alianza progresista de carácter estratégico. Algo que efectivamente se perderá si el FMLN sigue orientado hacia la referencia que supone la V Internacional de Chávez, lo que implicará una gran contribución al incremento de las tensiones con el Gobierno de Funes y fortalecerá la tendencia interna a presentar una próxima candidatura de la ortodoxia en las próximas elecciones.

No cabe duda de que la izquierda salvadoreña tendrá que decidir mas temprano que tarde si se mantiene en ese escenario o bien opta por constituir y consolidar una alianza progresista de largo plazo. Pero, para poder hacer esto, el FMLN debe ocupar de una vez el espacio de izquierda democrática, que tanto trabajo le cuesta identificar, paralizado por las tentaciones populistas que le atenazan. Algo que conduce tendencialmente a la división del campo progresista.

Estas son algunas reflexiones que pueden hacerse al interior de algunos procesos políticos centroamericanos a la luz del paradójico caso chileno.

Las enseñanzas de Chile

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