Escrito por Oscar A. Fernández O. 04 de Enero. Tomado de Contra Punto.
Debe pensarse en crear un movimiento que contenga como proceso social real, los gérmenes de un nuevo modo de vida.
SAN SALVADOR - El producto final del neoliberalismo no es el “renacimiento de la economía y la libertad”, es el incremento de la privatización sin reducción de los oligopolios, sostiene Benjamín Lago. Para enmascarar políticamente este proyecto, la globalización exige una ideología única y definitiva, fundada en una política universal, la del Consenso de Washington, instrumento principal del imperialismo en este propósito.
El objetivo de este disfraz, es revisar los valores de la democracia, introduciendo la manipulación pseudo intelectual, como principal instrumento para disolver los principios rectores fundados por la revolución francesa y el liberalismo clásico, como decíamos en el anterior artículo, sobretodo el de la igualdad. Su fin posible es una forma específica de totalitarismo, cuya resistencia solo se puede dar en nombre de la democracia, de la libertad, de los derechos individuales y colectivos y del derecho de inclusión, que es profundamente subversivo porque el neoliberalismo no puede garantizarlo.
Hoy se concibe la historia como un tiempo global instantáneo, ya no es un tiempo compuesto por la acumulación de procesos que se articulan de manera sucesiva, construidos por los pueblos. “La concepción actual de la historia se establece por movimientos globales de capital, cuya máxima económica es la no limitación de la riqueza de los ricos, estableciendo una ética: la ilimitación para su cinismo en relación a los pobres” (Ralf Dahrendeorf)
La antigua identidad del capitalismo moderno, afirmada por la nítida división de interés de clase, es pretendidamente diluida por el neoliberalismo. La fragmentación y la alienación del grupo se conjugan con la crisis de la afirmación de la identidad del Estado (virtualmente inexistente), sustituida por la identidad de la lógica de los mercados. Esta construcción es en una palabra, cultural, razón por la cual, en estos tiempos contemporáneos, la cultura es economía.
Este impulso innovador-conservador de la ideología neoliberal, crea el fetiche del renacimiento de la economía neoliberal, cuyo imaginario se ampara en las actuales condiciones materiales de existencia y una nueva subjetividad más alienada del mundo del trabajo. Es un impulso que busca disolver el concepto de libertad con la pura individualización, centrada en el desarrollo del ego por encima de los valores comunes y la libertad como concepto amplio que históricamente pertenece al conjunto social.
Las condiciones básicas para la contraofensiva de una vanguardia política de izquierdas contemporánea se están desarrollando por la resistencia, fragmentada aún de diversos grupos sociales dispersados en la explotación, expresada en la creciente legitimación de las preocupaciones agroalimentarias y relacionadas al deterioro ambiental; la creciente legitimación y participación de las comunidades en el desarrollo de las políticas públicas; la avanzada lucha política por la igualdad de género y el desarrollo de la cultura; la creciente legitimación del Estado como la organización soberana del pueblo, ante la crisis de cohesión social promovida por el neoliberalismo; el avance en la lucha por la socialización del trabajo (o de la actividad) para tener acceso a una vida digna; la creciente re-legitimación de la intelectualidad crítica de izquierdas.
En este complejo contexto, dónde el neoliberalismo ha creado nuevos estereotipos sociales, es necesario que la vanguardia socialista sea creativa y abierta. Más allá de una ideología vacía de contenido, debe crear en sus cuadros la capacidad de explicarse científicamente la realidad, para adquirir una sólida conciencia de compromiso con el cambio necesario. Si no se entiende la realidad, no se entiende nada.
Debe pensarse en crear un movimiento que contenga como proceso social real, los gérmenes de un nuevo modo de vida, construyendo una nueva vida moral (Gramsci) y una nueva articulación entre el Estado y la sociedad, en una combinación de gobierno y vanguardia socialista a partir de un programa mínimo que abra la participación de la ciudadanía de forma efectiva y directa y la consciencia hacia un nuevo orden social equitativo y justo.
Considerando la necesidad de una nueva política radical que consiga detener la tragedia del presente y transitar hacia la utopía de una nueva vida justa fundada en la posibilidad de igualdad social, se puede afirmar que “vista de una forma exhaustiva, una estructura de política radical se desarrolla desde una perspectiva de lo que algunos nos atrevemos a llamar realismo utópico y en relación a las cuatro extensas y complejas dimensiones de la sociedad capitalista neoliberal: combatir la pobreza, establecer políticas efectivas y participativas para un proceso de restauración ambiental (T. Genro); supeditar los poderes económicos y otros poderes de facto; luchar contra la corrupción y el poder público arbitrario; reducir el papel de la fuerza y de la violencia en la vida social, creando leyes aplicables para todos, sin excepciones, así como efectivas, ágiles y profesionales instituciones de justicia. Estos son los aspectos directrices del “realismo utópico”, a los cuales debemos añadir la democratización de la información como bien público fundamental para la composición de un imaginario colectivo solidario y humanista.
La vanguardia socialista contemporánea deberá organizar en la sociedad las condiciones para que las clases trabajadoras, dispersas o aún agrupadas, se transformen en un gran frente que sea la avanzada de una nueva ciudadanía. Su objetivo será al mismo tiempo instituir la democratización y el control social del Estado y la construcción de instituciones públicas autónomas que apunten hacia el diseño de un nuevo Estado democrático del pueblo, no de las élites económicas.
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