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2010/06/11

EDH-El reto de nuestro tiempo

 Manuel Hinds.11 de Junio. Tomado de El Diario de Hoy.

 

El pasaje a la modernización plantea retos en al menos dos dimensiones: Políticamente, la sociedad tiene que migrar de un orden en el que la autoridad está controlada por un individuo, o grupos de individuos, a uno en el que la autoridad está controlada firmemente por el pueblo, a través de instituciones democráticas.

Económicamente, la sociedad tiene que migrar de depender exclusivamente del agro a uno que integre la industria y los servicios—actividades, que producen mucho más valor agregado por individuo y permiten, por lo tanto, la creación de clases medias urbanas con un nivel creciente de vida.

El pasaje es difícil porque requiere abandonar un orden que todavía funciona, aunque sea defectuosamente, por uno que hay que ir creando. En realidad, las sociedades nunca se atreven a dar estos pasos excepto cuando la desintegración del sistema existente es tal que amenaza dejar al país en caos.

En El Salvador, la independencia dejó un vacío de poder que, después de un largo período de caos, se llenó con un régimen controlado por una élite agraria, militar y de la Iglesia Católica, que logró hacer las alianzas necesarias para ejercer un poder unificado. Esta alianza controló el país e impuso orden y paz en las comunidades por varias décadas.

Este orden comenzó a deteriorarse a mediados del siglo pasado, por varias razones: Primero, porque la población seguía creciendo sobre una base económica que no podía sostenerla. Cada vez había más habitantes que sostener por cada manzana agrícola. La población rural comenzó a emigrar a las ciudades, en donde la industria no podía absorberla porque su crecimiento estaba restringido por su ineficiencia, que a su vez se debía a que estaba protegida contra la competencia extranjera. Por esta razón, podía vender sólo en los mercados centroamericanos, que son pequeños y poco diversificados. La pobreza y el crimen urbanos empeoraron rápidamente.

Segundo, políticamente, la coalición perdió la legitimidad porque la contradicción entre lo que se pretendía tener (un régimen democrático) y lo que había era demasiado grande para una población más educada. La coalición comenzó a desintegrarse cuando las élites de la Iglesia Católica se voltearon contra ella. El tiempo había llegado para un cambio hacia la modernización democrática y económica. Pero los intereses creados que defendían el esquema anterior no dejaban lugar al cambio.

Tuvo que venir el caos de la guerra para que la sociedad reaccionara y diera el salto que se requería. Con la paz, el pueblo no optó ni por el régimen agrario-militar-religioso ni por la tiranía comunista que el FMLN quería imponer, sino por una sociedad más democrática, más abierta, más productiva. Este régimen creó la base institucional de la democracia y generó una clase media que no existía en el país. La protección se eliminó y la industria y los servicios se han vuelto competitivos. Las exportaciones se han multiplicado por seis desde que terminó la guerra. El país terminó con su dependencia de las exportaciones del café.

Ahora ese nuevo régimen está en crisis. La transferencia de la autoridad de la vieja élite al pueblo en general no ha logrado darse del todo. El problema es que la sociedad ha aprendido a elegir a sus gobernantes pero no a controlarlos cuando ya están en el poder. Como consecuencia, el nuevo orden ha sido secuestrado por personas y grupos que aprendieron a usar los medios de comunicación masiva para engañar al electorado, dando imágenes de falso interés en los problemas del pueblo, prometiendo cosas inalcanzables para ser electos, logrando ser electos para apoyar una ideología para luego voltearse y defender la contraria.

Esto ha roto la conexión que debe existir entre el poder político y la solución de los problemas del país, que es fundamental en la democracia, y ha corrompido el tejido institucional del país. El populismo ha florecido en este ambiente. Lo que hablan y prometen los políticos no tiene que tener ninguna relación con la realidad.

En este florecimiento del populismo dos gobiernos al hilo han ignorado los problemas del país, de tal forma que otra vez las comunidades están sumidas en el caos, causado esta vez no por la guerra, sino por el crimen, el desempleo y la corrupción. El descuido, la negligencia, la corrupción que ahora dominan a nuestras instituciones son posibles sólo porque el pueblo no ha encontrado la manera de imponer su control sobre los funcionarios que, directa o indirectamente, el pueblo mismo ha elegido. Como pasó en los ochenta, estos problemas no van a desaparecer solos.

El nuevo reto es restablecer el control de la ciudadanía sobre los políticos y las instituciones. Es en esta dirección que debemos promover el cambio. Los jóvenes deben dejar de hablar tanto y deben comenzar a actuar para forjar en este sentido el país que van a heredar.

elsalvador.com :.: El reto de nuestro tiempo

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