01 de Junio. Tomado de Contra Punto.
La gente de a pie no siente que el cambio haya llegado todavía con el gobierno de Mauricio Funes. Las cosas siguen básicamente igual, o peor, señalan.
SAN SALVADOR - El set del debate político, en el que se evalúa el primer año de gobierno de Mauricio Funes, no es el tradicional. No hay luces, ni micrófonos ni toda la parafernalia técnica de un set de radio o televisión: lo que hay son pollos fritos, ollas inmensas con sopa de mondongo y de frijoles blancos, cacerolas rebalsando de espagueti, cangrejos cocidos, carne asada, vegetales salcochados, refrigeradoras, sillas, mesas y botes con curtido.
Y en lugar de productores moviéndose histéricamente de un lado a otro, las que se mueven son sudorosas cocineras que dan de comer a comensales hambrientos como caballos en el desierto.
Es el comedor Rosita, puestos 82 y 83 del mercado de Santa Tecla, en los días previos al 1 de junio, fecha en que el gobierno de “izquierda” de Mauricio Funes cumple su primer año. Un ruido salvaje inunda el puesto de comida, porque de todo el mercado llegan todo tipo de sonidos.
El cambio ya viene, no se me desesperen
“Todo está peor, no se ha visto el cambio”. Así de ácida ha comenzado a hablar la propietaria del negocio, que prefiere no revelar su nombre, pero por deducción quizá se llame Rosa, porque el comedor se llama Rosita. Tiene 51 años de vida, y 37 de tener el negocio.
Ella es bajita, tirando a gorda, y una gorrita blanca cubre parte de su cabeza, una medida de higiene para que los cabellos no vayan a dar a la comida y terminen en la panza de alguien. Habla mientras con un enorme cucharón metálico sirve a un comensal un plato de carne asada.
Rosa dice que de un año para acá el negocio está peor, la clientela ha bajado. “La gente ya no viene a comer al negocio como antes, es que la cosa económica está fregada”, dice.
Situación que no viene de un año, agrega, sino de varios años atrás y se agudizó con la imposición del dólar, en 2001, medida puesta en marcha por el entonces presidente Francisco Flores, quien en su momento pensó que era una idea genial. Pero ahora ya se sabe que no solo no fue genial, sino que contraproducente para la economía, que ha dejado al gobierno maniatado de los dos brazos, sin posibilidad de hacer política monetaria, y es como si no hay manera de sostener una sombrilla en medio de la tormenta (financiera) tremenda.
“No sé qué hacer, o le subo a la comida o cierro el negocio”, dice Rosa, preocupada.
Reconoce, no obstante, que “el hombre” no puede hacer milagros en un año. La economía, señala, la encontró complicada. Pero el caso concreto, la realidad desnuda, es que la situación no ha mejorado, al menos desde el punto de vista de Rosa y que el “cambio” no llega.
Tiene que pagarle, narra, $10 dólares a la señora que le ayuda a jalar clientes que pasan por allí, pero con las ventas caídas, la cosa no pinta bien ni para pagarle a ella ni para sostener por mucho tiempo el negocio.
Dice que no es de ningún partido, pero votó por Funes, más que por el partido (el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN), buscando una esperanza, un cambio. Pero la realidad es que la situación no parece que haya mejorado, comenta.
En eso pasa por allí un vendedor de sandalias. Los ojos del sujeto se clavan en las viandas humeantes que se muestran en la parte frontal del comedor, puestos sobre unos recipientes metálicos con fuego por debajo para mantenerlos calientes. Mira qué comer y dice: “Sopa frijoles blancos, por favor”.
Tampoco dice su nombre, solo que tiene 47 años. Es moreno y algo fornido, remembranza de los días cuando era soldado del Batallón Atlacatl y Transmisiones. En una cesta de plástico lleva docenas de pares de sandalias, las que vende a precio de me lo llevo.
Al tipo le gusta hablar de política, no hay duda.
Los políticos son lindos para hacer promesas, dice, pero a la hora de hacer las cosas, pajas. A mí nadie me da paja ya, advierte.
“Estamos jodidos con la delincuencia, no baja, sigue igual o peor”, dice mientras se acomoda a la mesa. Le echa chile y curtido a la sopa, y unos trozos de tortilla, y analiza:
“Antes veíamos a adultos robando y haciendo cosas, pero hoy vemos a niños de 12 años poniéndole a la gente… a lo que hemos llegado, y todo eso del crimen organizado está yuca”, sentencia, justo en el momento que en la televisión, empotrada en una pared, un presentador de noticias habla de la captura de unos detenidos en el Bulevar de Los Héroes, vinculados al grupo delictivo Los Zetas, narcotraficantes mexicanos.
“¿No le digo, pues?”, exclama.
Una ya no anda a gusto en las calles, tercia Rosa. Los negocios mal y la delincuencia que no para, ¿hacia dónde vamos?, se pregunta.
La salida de los militares a las calles, a realizar tareas de seguridad pública, dice el vendedor, tendrá un costo económico, que no es gratis nada, y en ese sentido el país se endeuda peligrosamente, no tiene de dónde sacar.
No hay duda, el señor está informado.
Dice que tiene una hija de 15 años y un hijo de 14, y le preocupa sobremanera que la violencia no cesa, y ahora se siente un tanto decepcionado de toda la verborrea salida de los políticos, incluyendo a Funes, en torno a que bajarían los índices de violencia en el país, el más violento del hemisferio.
La chica de 15 va –o iba— a la Escuela Jorge Lardé, de San Martín, pero semanas atrás la ha sacado de allí porque le estaban enviando mensajes amenazadores.
“Al ratito nos la pueden matar”, dice, masticando.
El presentador de televisión habla de un informe de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI) que revela que se han perdido en el país entre 16,000 y 20,000 empleos, y que el sector de la construcción no levanta cabeza.
El vendedor de sandalias se pone irónico: “Menos mal que íbamos a tener la fábrica de empleos”, una idea ofertada por Funes cuando hacía campaña electoral.
“Cuando Funes era periodista era de los mejores, cortaba con machete, ahora que es Presidente y está del otro lado, no le gusta que lo critiquen”, comenta.
Termina la sopa de frijoles blancos, paga, agarra su cesta con sandalias, y se va, caminando despacio como si cargara el mundo en sus espaldas.
Rosa se sienta en un taburete desvencijado, la charla la ha dejado cabizbaja. Pero al ver pasar gente por su comedor se levanta con cara animada y les dice:
¿Qué va a querer, amor? Le tengo gallina asada, pollo frito, sopa de mondongo…
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