Ojalá y dentro de algunas décadas no haya necesidad de pedir perdón por las víctimas de la delincuencia, esa que nos ha llevado a ser el país más violento de América.
Escrito por Jaime Ulises Marinero.19 de Enero. Tomado de La Pagina.
Pedir perdón, como llorar, es de hombres y mujeres sensibles. Pedir perdón puede ser un acto retórico o un acto de profunda convicción. Nadie pide perdón por obligación, se pide perdón cuanto se tiene la plena conciencia de haberse equivocado o haber permitido la equivocación.
Pedir perdón sin dar explicaciones valederas o profundas es fácil. Para pedir perdón hay que explicar las causas del error cometido y mostrar arrepentimiento. Es más fácil perdonar que ser perdonado. Nadie que pida perdón sincero justifica sus equivocaciones.
El sábado pasado el presidente de la República Mauricio Funes, en el marco del XVIII aniversario de los acuerdos de paz, pidió perdón por los crímenes y atrocidades cometidas por los desaparecidos cuerpos de seguridad, las fuerzas armadas y los grupos de apoyo paramilitar. En otro acto el vicepresidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, pidió, en nombre de la antigua guerrilla, perdón por los crímenes y atrocidades cometidas.
El arzobispo de la Diócesis de San Salvador, José Luis Escobar Alas, reconoció que todos, de alguna manera tenemos que pedir perdón por los daños ocasionados.
En lo personal creo que el perdón es valedero, pero debió hacerse desde hace muchos años. Los gobiernos presididos por ARENA tuvieron que hacerlo antes. En 1992, de manera tibia, el ex presidente Alfredo Cristiani lo hizo. El FMLN nunca lo había hecho.
Pedir perdón por las miles de víctima no devuelve vidas ni hace olvidar las atrocidades, pero de alguna manera reconforta el espíritu y es una forma simbólica de hacer justicia… tardía, pero justicia al fin.
Y es que víctimas no solo fueron los asesinados o desaparecidos, los niños que fueron arrancados del seno de sus familias, los que murieron bajo la metralla de los escuadrones de la muerte o de los comandos urbanos, los que inocentemente pisaron minas colocadas por la guerrilla o resultaron destrozados por una granada lanzada por un militar. Víctimas fueron, también, los viudos, las viudas, los huérfanos, los padres, las madres, los que literalmente sobrevivimos al conflicto armado.
Es muy difícil encontrarse a alguien que pase de los 18 años que no haya sufrido las consecuencias de una guerra que, como dijo el Sumo Pontífice Juan Pablo II, nunca más debe repetirse. En mi caso ingresé a la Universidad de El Salvador en 1985, cuando el conflicto era recio. Muchos de mis compañeros murieron víctimas del ejército y los cuerpos de seguridad, por el grave delito de ser “universitarios”, pero también tuve familiares que murieron víctimas de los guerrilleros por el simple delito de “tener familiares militares”.
Como periodista he conocido decenas de historias de víctimas del conflicto armado. Todas tristes. Historias que no deben repetirse ni por asomo.
Las causas que motivaron el conflicto fueron variadas, desde la represión de las instituciones estatales, especialmente los cuerpos de seguridad y el ejército, hasta (fundamentalmente) la errática distribución de la riqueza y la corrupción estatal. Para algunos las causas siguen vigentes y se manifiestan de maneras diferentes, por ejemplo en la violencia que a vivimos y que deja un promedio de doce muertos diarios.
Para otras las plenas formas de democracia, que en ocasiones son a medias, son aliciente suficiente para decir que las causas ya no existen o al menos fenecen poco a poco.
Esta columna, verbigracia, jamás hubiera sido permitida en una medio de comunicación durante la época anterior y durante el conflicto armado. De alguna manera ganamos democracia, aunque hemos perdido seguridad.
Que bien que el presidente Funes y el vicepresidente Sánchez Cerén _a propósito, a él se le atribuyen las órdenes de muchas muertes_ hayan pedido perdón. Otros también deberían hacerlo, como los ex presidentes de la república, los ex jefes militares, los ex comandantes guerrilleros convertidos ahora en “analistas” o altos funcionarios, los que le sacaron provecho al conflicto, el sistema judicial que fue incapaz de juzgar desde el plano legal muchos crímenes y un largo etcétera.
Pero reitero pedir perdón debe ser algo consciente y no retórico. Hay que devolver la dignidad de las víctimas y no solo con monumentos _que son necesarios para recordar la historia y tener presente que no deben repetirse esos hechos_ sino con reconstrucción nacional y la construcción de una sociedad justa.
Pedir perdón debe equivaler a darle oportunidad a las sobrevivientes, a construir lazos de unidad nacional, a crear una sociedad tolerante y sobre todo a crear condiciones para una mejor vida para todos. Por eso, no se vale pedir perdón si esto queda en la retórica de una conmemoración.
Hay que trabajar por conseguir el perdón. Ya se hizo público, ahora hay que trabajar por mejores condiciones de vida para no tener que pedir perdón dentro de una o dos décadas. La violencia traducida en muertes, extorsiones y otros delitos no son formas de sociedades justas. Si los gobiernos anteriores fallaron, el actual debe saldar esos errores y tratar de enmendarlos. En estos tiempos El Salvador sangra por el dolor de sus muertos y las causas, variadas un poco, pueden tener el mismo transfondo.
Señor Funes, Señor Sánchez Cerén, que bien que pidieron perdón. Si lo de ustedes no fue retórica o afán de protagonismo histórico, como muchos piensan, pues déjenme decirles que fue una actitud valiente. Otros, cobijados en el anonimato o escondidos en su conciencia, prefieren no pedir perdón o blasfemar contra esa forma noble de la espiritualidad humana.
Si lo de ustedes fue honesto, consciente o por convicción, pues tienen la oportunidad de demostrar que trabajarán por mejorar las condiciones de todos y eso pasa por combatir la corrupción, sanear las instituciones, crear oportunidades para todos, generar la justa distribución y combatir (y prevenir) la delincuencia, no vaya a ser que dentro de algunos años sean otros los que pidan perdón por los salvadoreños que a diario mueren después del conflicto armado, fruto de la delincuencia imparable… esa que nos agobia ahora y por la que nadie pide perdón.
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