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2010/06/02

Co Latino-¿Sabes dónde estás parado? (2) | 02 de Junio de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 René Martínez Pineda.02 de Junio. Tomado de Diario Co Latino.
renemartezpi@yahoo.com*
En esa banca del parque público -custodiada por tiendas privadas; mordida por el reloj y las evasiones fiscales- desde la que los sábados sin gloria y los domingos sin resurrección contemplo –contemplas- el desempleo ajeno que me enamora y a las familias descosidas que ya conozco, se sentó hace cuarenta años una mujer real y, con sus ojos de sufrido embrujo, con su sonrisa de misterio insondable, vio pasar el tiempo, rápidamente; vio pasar la vida y sus pocas cositas, más rápidamente; vio pasar, mucho más rápidamente, sus sueños –y los tuyos y los de sus seis hijos- esperando el regreso imposible del ser amado que jamás existió, porque dejó de ser nombre y apellido para ser pseudónimo, para ser “alias”, para ser código de barras migratorio; vio pasar su ataúd –tu ataúd-.
Por esos pasillos universitarios en los que deambulo –deambulas- por instinto, fumándome las horas para evadir a la historia que me acosa y me acusa –te acusa y acosa- por mi falta de conciencia social; en esa aula en la que me duermo –te duermes- porque el profesor de Historia de El Salvador me aburre, hasta el suicidio, con sus juicios torcidos hacia la derecha de la pizarra; en esa biblioteca sin libros censurados en la que busco –en la que buscas- poniendo cara de intelectual famoso, los periódicos de hace setenta años, a los que le creo más que a los albañiles de la historia; o el último libro de Fukuyama para que, poniéndole fin a mi historia, le dé autoridad a tus palabras sin ideas originales; en esos lugares estuvieron, hablaron, lucharon, sonrieron, murieron, estudiaron, denunciaron, se desvelaron, se enamoraron de los pies de la vida a través del ritual, tremendamente humano, de darla por los otros –darla por ti y por tu título-: Carlos Fonseca, Felipe Peña, Eduardo Vargas, Rafael Arce Zablah, Clara Elizabeth Ramírez, Andrés Torres… todos ellos asesinados –sshh- por intolerancia ideológica y por mi falta de memoria, por mi incapacidad –por tu incapacidad- de saber dónde estoy parado –dónde estás parado-.
En ese local donde puedo –donde puedes- jugar a ser dirigente (estudiantil u obrero o feminista) se desveló, soñó, lloró y sudó pueblo, el nombre que hoy cuelga en la entrada. Bajo el piso que soporta mi peso agonizante –que soporta tu peso muerto- está enterrado sin lápida, sin misa de cuerpo presente, uno de los tantos miles de hombres y mujeres y niños que no pudieron contra las jaranas, o contra la golosa correntada del río, o contra la anemia de letras… que no pudieron contra el tronar de dedos matutino; ese ruido marino que oyes por las noches, sin saber de dónde viene, es el eco de la homilía más rotunda que le puso el pecho a los colmillos de plomo.
En esa banca ecuménica donde, cada domingo, me pongo -te pones- a orar, con cara de mosquita muerta, para que el señor tu señor, nuestro dios, te haga el milagro de regresarte a tu marido o a tu novio, o para que te sople el número ganador del premio gordo de la lotería; en esa banca eclesiástica –me digo, te digo- una persona común y corriente hizo carne las denuncias del pastor mártir, convirtió en manos su palabra etérea y, aun sabiendo la desproporción, decidió luchar hasta el tope, para luego morir por mí… y por tu teléfono celular y por tus zapatos de marca y por tu televisor de plasma, sin que sepas –sin que sepa- su nombre y los nombres, edad y pesadillas de sus huérfanos precoces.
En ese lugar donde algunos, este exacto día, conspiran contra su pueblo aprovechando el fuero que éste les dio, no sé cuándo, no sé a qué horas, no sé cuántos, otros se reunieron para luchar por él con fusiles y cuadernos… y, en la imborrable memoria del tiempo, pesan más estos últimos, porque ellos sí sabían dónde estaban parados.
Esa calle vocinglera –en la que se durmió una utopía, un indigente, un profeta sin tierra, bajo el cartón que mal conjura al frío madrugador-; esa esquina fea y confidente –en la que se parapetó un niño descalzo, o un insurgente medio armado a disparar balas de verdad con su pistola de mentira-; esa montaña de jade, en la que los indígenas le arreglaban la cama a la diosa que tenía un embrujo perfumado en los ojos que hacía crecer la milpa, en la que el campesino pobre enterró –enterraste- a su hijo que no supo jamás decir su nombre; esas aulas que transpiran justicia y saber –sin que lo sepas- porque sus paredes recuerdan, una a una, las palabras de Farabundo, Miguel Mármol, Ellacuría, Segundo Montes, Martín Baró, y de otros tantos más que –a diferencia de ti- hicieron de la vida su libro privilegiado… todos esos lugares están atiborrados de historia, de recuerdos, de siluetas idas, de ecos sordos, de sueños rompidos, de lucha inconclusa que espera por ti, de espectros sin paz, de estudiantes brillantes que dejaron a un lado su sueño académico, pero yo no lo sé –tú no lo sabes, no queremos saberlo los dos- porque no sé –no sabes- dónde estoy parado -dónde estás parado- y por esa escolástica razón seguiré –seguirás, seguiremos- siendo esclavo del reloj y, paradójicamente, seguiré –seguirás- sin tener la más mínima noción de lo que el tiempo es.
En ese pupitre -tatuado con ciegas declaraciones de amor y con colibríes sin claveles- en el que me siento –te sientas- por las tardes, una joven decidió clandestinizarse para combatir abiertamente la tiranía cívico-militar; en esa silla enorme y prestigiosa en la que me siento (en la que –ufff, al fin- te sientas) creyendo ser la persona más importante y bella de este mundo de mierda, un hombre dio la orden de masacrar, torturar, expropiar y exiliar a su pueblo; y falsificó un papel para engordar su ya obesa cuenta de ahorros, a costa del hambre masiva… porque no sabía dónde estaba sentado, porque se aprovechó de que yo –de que tú- no sé dónde estoy parado.
Si me preguntaran, a quemarropa, cuál es el símbolo de la modernidad, sin duda diría: el reloj. Y si me preguntaran -dándome el tiempo suficiente para desenfundar la mente- cuál es el símbolo de la historia, sin duda respondería: saber dónde estoy parado –saber dónde estás parado-… esa es la seña particular de los libertadores.

¿Sabes dónde estás parado? (2) | 02 de Junio de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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