Esta fecha, 26 de julio, tiene para los salvadoreños, aunque no nos percatemos de ello, un significado muy revelador e inspirador. Hace justamente 20 años, en un día como éste, los negociadores de la paz por parte del Gobierno de Alfredo Cristiani y por parte de la Comandancia General del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, suscribimos el primer Acuerdo sobre el fondo de lo que se estaba negociando para concluir la guerra interna: el Acuerdo sobre Derechos Humanos. Aquel Acuerdo dio la primera gran señal de que era posible entenderse en las cuestiones fundamentales. A partir de ese momento, ya no hubo ningún valladar infranqueable en la ruta hacia los acuerdos definitivos, que culminaron la mañana del 16 de enero de 1992.
Escrito por David Escobar Galindo.26 de Julio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Traigo a cuenta esta efeméride para reiterar una reflexión que, hoy más que nunca, tendría que servirnos para encarar nuestro presente y enfrentar nuestro futuro. Yo no me canso de repetir que todo en la vida, desde lo más trivial hasta lo más trascendente, es parte de un proceso. Nada está suelto en la realidad, ni de las personas ni de las naciones. Todos vamos montados en el tren interminable de las causas y los efectos. Y el hecho de que en el país esta verdad tan simple haya sido tan sistemáticamente ignorada y puesta a un lado nos ha generado infinidad de facturas por pagar, que se amontonan en la gaveta rebosante de nuestras deudas históricas. Estamos en grave mora, evidentemente, y eso genera buena parte de la zozobra que circula en el ambiente.
La historia salvadoreña es, en su gran mayoría de momentos, una sucesión de falencias, errores y vicios que nos fue conduciendo hacia la autodestrucción mayor, que es la guerra. En ese sentido, tenemos un cúmulo de lecciones por asimilar y de correcciones por emprender o completar. Resulta más imperioso que nunca, entonces, ver hacia el pasado con ojos responsables, que es lo que nunca se hizo de manera consciente y suficiente. La responsabilidad de la mirada es básica para asegurar la responsabilidad de la acción. Hay múltiples motivos para estar en guardia frente a nuestra propia forma de considerar y asumir el país. Lo que pasó es el espejo que cada mañana habría que consultar, no para fijar ahí la imagen, sino para liberar las imágenes actuales y futuras.
Aquel Acuerdo tenía dos partes, ambas de extraordinario valor simbólico y estratégico: la primera, sobre Respeto y Garantía de los Derechos Humanos; la segunda, sobre Verificación Internacional. La primera parte era fundamental, y muy especialmente en aquellos momentos y circunstancias, en medio de la conflictividad bélica. ¿Comprometerse los beligerantes a respetar los Derechos Humanos entre los destrozos de la guerra? Un signo inimaginable de apertura hacia el futuro. Y la verificación internacional, que resultó tan eficaz, ¡un precedente de extraordinario valor ejemplar! El Acuerdo no se valoró lo suficiente en su momento; ni se aprecia hoy en lo que valió y en lo que vale. A los salvadoreños si algo nos cuesta es reconocer nuestros propios méritos y logros.
Venimos de donde asustan, pero venimos también de donde inspiran. Y esa doble procedencia es lo que tendríamos que procesar en el ánima colectiva, para poder avanzar con paso más seguro hacia los desafíos del mañana, que se anuncian en el presente. El haber logrado, en aquellas circunstancias en que los salvadoreños estábamos aniquilándonos en el terreno de la guerra, un acuerdo para respetarnos en la vida cotidiana, fue una muestra sorprendente de madurez histórica, que, en este momento, tendría que servir como prueba viva de que también somos capaces de los heroísmos más constructivos. Es cierto que la paz es un escenario quizás más complejo y difícil que aquél, porque hoy los que están en guerra son los problemas; pero eso mismo debe motivarnos a ser mejores.
Con lo anterior queremos decir que hay variadas y sustentables razones para confiar en la fortaleza del proceso que llevamos como nación. Desde luego, es una fuerza que no está garantizada por sí sola: necesita el acompañamiento comprometido de todos los salvadoreños, los de aquí y los de allá, los de hoy y los que vienen. Aunque hay múltiples impedimentos en la ruta, ninguno es, hasta ahora, tan potente para hacernos virar hacia atrás, lo que sería lo peor que podría pasarnos. Tengamos presente, pues, en el día a día, las herencias que cargamos, buenas y malas, para aprender lo conducente de unas y de otras. El país no es un mosaico fijo, es una sucesión de imágenes en movimiento. La salud de ese movimiento es lo que hay que cuidar por sobre todo.
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