Se ha vetado el inconsistente decreto sobre la lectura obligatoria de la Biblia, y es un acierto. Ahora habrá que tomar medidas apropiadas para darle cuerpo a la formación espiritual en el ámbito educativo.
Escrito por Editorial.29 de Julio. Tomado de La prensa Gráfica.
La decisión presidencial de vetar el decreto legislativo que obligaría a leer la Biblia en las escuelas ha sido la adecuada, porque la apresurada disposición de la Asamblea, de ser sancionada, habría producido más perturbaciones que beneficios. Es claro que leer la Biblia con la orientación debida y con la voluntad oportuna es, para cualquier persona, un camino abierto hacia una vida superior; pero dictar una lectura mecánica, como la establecida en el decreto, lejos de aportar los beneficios espirituales deseables, se volvería una obligación más, cuando niños y jóvenes lo que necesitan son acertados estímulos para reconocer y practicar el bien.
Todo este incidente, que estaba levantando polémicas desde el principio, debe servir como experiencia atendible para tratar de otra manera los temas de esta índole. El Presidente, en su veto, aduce inconstitucionalidades, por violentar la libertad de culto y el derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos; pero el tema no se queda ahí: el incidente ha traído a la atención pública la inconsistencia prevaleciente en el país en lo que toca a la formación educativa en cuestiones morales y cívicas. Nuestro sistema educativo, desde hace ya muchas décadas, viene desentendiéndose de la formación del carácter y del cultivo del espíritu en niños y jóvenes, y las consecuencias están dramáticamente a la vista.
Tendría que haber una revisión de fondo de toda la concepción educativa, partiendo de un claro reconocimiento del tipo de ser humano que se busca formar en las aulas. No es cuestión de dar una pincelada por aquí y otra por allá: todo el cuadro de nuestra educación debe ser reconsiderado, para instalar una verdadera práctica formativa, que atienda tanto a la mente como al alma de los educandos de todos los niveles.
Ir al fondo mismo del sistema
Desde hace mucho tiempo venimos insistiendo en que la educación no puede quedarse limitada a proveer información: tiene que partir de una bien asumida responsabilidad formativa. En el punto de la formación en valores, que prácticamente ha sido abandonada por el sistema, hay que tener en cuenta siempre que los valores se enseñan de manera esencial en la escuela del buen ejemplo, que desde luego comienza en la familia. Pero en todo caso el sistema educativo juega también un papel decisivo en esta enseñanza, y el factor vital de la misma es el maestro.
Reiteramos un reclamo de base: para asegurar la buena formación de los educandos hay que asegurar la adecuada y suficiente formación de los maestros. Esta tarea fundamental, de la cual el Estado prácticamente se ha desentendido, necesita ser retomada cuanto antes como elemento básico para la reconstrucción vivificadora de todo el sistema educativo. Y ello implica, sin duda, revalorizar en todo sentido la profesión magisterial, para que tenga en el mapa social la posición relevante que le corresponde.
Se ha vetado el inconsistente decreto sobre la lectura obligatoria de la Biblia, y es un acierto. Ahora habrá que tomar medidas apropiadas para darle cuerpo a la formación espiritual en el ámbito educativo. Lo oportuno sería plantearse al respecto un plan de acción, que recoja los debidos insumos para desplegar una estrategia formativa que sea de veras funcional. No hay que perder el impulso que la polémica de estas semanas ha desatado en el ambiente, pues en verdad necesitamos mucho trabajo en este campo.
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