Y, cuando hablamos de diálogo, nos referimos a una práctica que se abra de veras en el ambiente; es decir, que no sea sólo efecto de la iniciativa gubernamental.
Escrito por Editorial.28 de Julio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Uno de los principales personeros del FMLN expresó en la Entrevista en línea de LPG la voluntad de dicho partido de mantener diálogo con todas las fuerzas políticas, especialmente ARENA, y con la ANEP, para llegar a entendimientos que permitan ir disolviendo el clima de crispada desconfianza que viene haciéndose sentir en la atmósfera nacional en estos días. Esta expresión, en la voz de una de las figuras representativas del partido de izquierda, que es ahora el más fuerte en el escenario de la competitividad política, constituye una señal positiva que sería muy importante concretar en los hechos.
En realidad, debería ser del máximo interés de todas las fuerzas del país, y no sólo las políticas desde luego, establecer una dinámica de acercamientos naturales y permanentes, que no sólo haga posible superar situaciones críticas y prevenir malentendidos y sospechas de cualquier índole, sino tener a mano mecanismos para ir construyendo, de manera ordenada y consistente, las bases del proyecto nacional que tanto se necesita y que siempre se va dejando para después. Es decir, un diálogo que no sólo sirva de ocasional puente colgante, sino que funcione como estructura de sostén de los distintos procesos nacionales.
De seguro uno de los impedimentos más fuertes para institucionalizar el diálogo como instrumento de avance real es, en el caso de los partidos políticos, la falta de estrategias sólidas y claras dentro de cada uno de los mismos. Hacer ese trabajo se vuelve cada vez más urgente para salir del inmediatismo y aun del repentismo que nos va haciendo a todos vivir “a salto de mata”, con la inseguridad que eso produce, sobre todo en estos tiempos en que ya los hechos reales tienen suficiente carga de imprevisibilidad y de volubilidad.
Hacia una cultura del diálogo
Hemos venido sosteniendo sistemáticamente que en nuestro país se hace imperioso instaurar una verdadera cultura del diálogo, que fomente valores básicos para la convivencia política, como el respeto, la tolerancia y la solidaridad. Y, cuando hablamos de diálogo, nos referimos a una práctica que se abra de veras en el ambiente; es decir, que no sea sólo efecto de la iniciativa gubernamental. El Gobierno tiene que dialogar con todas las fuerzas; pero también debe haber diálogo de las fuerzas entre sí. Para el caso, los partidos políticos deberían tener sus propios mecanismos de diálogo, porque no hay que olvidar que los Gobiernos son pasajeros y los partidos son permanentes, al menos los que ya están bien instalados y reconocidos.
La cultura del diálogo implica el reconocimiento explícito y funcional de que los otros existen y no pueden ser ignorados o menospreciados. Es, en el fondo, reconocer que la democracia representa un juego de iguales, independientemente de la fuerza, de las visiones, de las ideas y de los proyectos de cada quien. Y, a partir de ahí, el diálogo debe ser concebido no como una conversación ocasional, para salvar apariencias o para ganar imagen, sino como un vehículo de la racionalidad nacional que se va construyendo entre todos.
Insistimos en que esta es una necesidad de la que nadie puede escapar y a la que nadie debería poder esquivar. Dialogar no es una simple forma de la sociabilidad política, que acaba en juegos de salón más o menos legítimos: implica asumir un método de funcionamiento que es a la vez un compromiso de compartir tareas y resultados, en función del bien común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.