Escrito por Marvin Aguilar.24 de Julio. Tomado de La Página.
Como acertadamente lo decían voceras de una ONG hace algunos días: mandar la lectura de la Biblia a los jóvenes, es identificarlos a ellos como el génesis de la violencia en el país. Incluso vehementes llamados como los hechos por parte del diputado neuroteólogo Almendáriz: Satanás anda suelto en El Salvador, hacen creer que el objetivo del mal son los jóvenes.
Igual de certero es el análisis hecho por Sergio Rodríguez Ávila en EDH el 11 de julio. Si podría decirse que algún documento pueda definir a los jóvenes salvadoreños este texto de Rodríguez bien se asemeja a un manifiesto. Efectivamente, los políticos demagogos llaman a la juventud el futuro de la patria; pero eso no es más que el pretexto para no hacerlos participe del poder en el presente. Aislarlos de las decisiones nacionales, llenos de celos las antiguas generaciones solo trasmiten sus odios, sus fantasmas y sus dobleces morales. Los jóvenes tal como lo decía Néstor García Canclini no se ven como el futuro: ¿serán el presente? Nunca aquí lo sabremos, nuestros políticos los han condenado a la exclusión ciudadana siempre.
¿Jóvenes? solo para votar y consumir
Las violencias a las que son sometidos los jóvenes transforman a estos en hacedores de una violencia singular defensiva. Si usamos las categorías propuestas por Rossana Reguillo en relación a las violencias, podemos decir que los jóvenes salvadoreños están expuestos a una violencia estructural, El Salvador posee políticas enfocadas hacia la niñez, pero desatiende las necesidades vitales de la juventud.
Una violencia histórica, para el caso, mi generación jamás ha podido ser objetivo de políticas de desarrollo, por lo ocupado que ha estado el país: guerra con Honduras, el huracán Fifí, guerra civil, terremotos, inundaciones, actualmente delincuencia y, nada nos garantiza una vejez digna ya que los que pagaran nuestras pensiones ó no trabajan ó no están el país.
Una violencia disciplinante, la absurda idea provinciana de que hay que obedecer a la autoridad aunque esta sea cruel, malvada o esté equivocada.
Una violencia difusa, la que tiene formas de utilitaria y expresiva.
Todas estas violencias que buscan obtener resultados a su favor desde quien las ejerce: los padres, iglesias, sistema educativo, partidos políticos, empresa privada, gobierno y que cuya dinámica a lo largo de nuestra historia ha sido racionalizarlas siempre frente a las nuevas generaciones no han caído en la cuenta –los detentores- que los jóvenes, hoy, ya no desean seguir convalidándolas. Su vinculación más que sus opresores a las nuevas tecnologías los han puesto sobre aviso.
La eterna lucha de lo nuevo contra lo viejo
Las violencias deben de ser explicadas desde su especificidad histórica, la guerra civil es una de ellas. La exclusión social y económica es otra. Igual la precariedad socioeconómica. Disparidades educativas, vidas pobres, esperanza de vida baja, segmentaciones espaciales y sociales, todo esto deja a los jóvenes sin lo requerido para proyectarse al futuro. Surge la pregunta nos dice Reguillo: ¿victimas o victimarios?
La juventud, su realidad es que una vez el sistema educativo ya no puede atenderlos, el mercado laboral tampoco los absorbe. ¿Quién dará respuesta a esto? la Biblia es solo una medida reduccionista de enfrentar el problema, así los políticos en su ascendente desgaste encuentran en la violencia juvenil su más elocuente discurso, que los fanáticos aplauden sin cesar.
Los hijos de la guerra
Por una inveterada manía de antropólogo, no dejo de preguntarme el por qué de las cosas. De esta manera he pretendido entender debido a qué el diputado Almendáriz insiste tanto en la teocratización del Estado salvadoreño. Y esto lo encuentro no en la fe, sino en la pesadilla que significa ver en cada pandillero o, en cada acción de las pandillas: desmembramientos, decapitaciones, secuestros, extorsiones, asesinatos impunes, cadáveres calcinados, cementerios clandestinos; estrategias usadas por el ejército o fuerzas paramilitares durante la guerra civil pasada.
El coronel Almendáriz fue señalado por la comisión de la verdad como responsable de la ejecución sumaria de una médico vasca en 1990, luego fue depurado por la comisión Ad Hoc, y enviado al servicio exterior, nombramiento que en su oportunidad igualmente condeno la ONU. El coronel Almendáriz sostiene que ya pidió perdón por eso, e igual perdono a quienes asesinaron a su padre.
Al analizar el proceso de conversión personal del actual diputado podemos ver que él encontró una reparación jurídica de sus acciones en la ley de amnistía; una revisión a su declaración de patrimonio en la oficina de probidad de la Corte Suprema de Justicia nos permitiría saber si su erario personal ha mejorado desde su salida del ejército, lo cual nos facultaría entender que no vive mal aún después de haber sido protagonista de un conflicto armado que dejo en la pobreza al país; finalmente encontró una iglesia que le brindo el confort espiritual de sentirse bien ante la comunidad.
No estamos alejados de la verdad si decimos que: goza de prestigio, poder, vida cómoda, seguridad y soporte espiritual.
Pero ¿y las victimas de sus decisiones, pueden decir lo mismo? Quizá esa sea la respuesta a todo este peripatético ir y venir de los valores cristianos, pedir perdón y ser perdonado lleva implícito la reparación del daño hecho, sino de nada sirve el perdón. Debemos, por cada insulto hecho realizar cinco cumplidos para poder dejar reparado en la psique del otro el daño que causamos.
Si resolver los problemas nacionales es el objetivo, deberían las viejas generaciones quedarse ellos con sus fantasmas, sus guerras, muertos y no andarlos cargando para que nosotros nos asustemos con sus viejos e inútiles pleitos.
Víctor Hugo lo decía de esta forma: no hay nada más poderoso en el mundo que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Y la laicidad del Estado, la separación de la religión y la política, nunca como hoy es tan necesaria para transpolar nuestros ya vencidos y cansados modelos culturales patriarcales hacia unos basados en la educación, en donde de igual juegan –no me cabe duda- un rol importante las iglesias, pero libres de toda alianza con la política.
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