“Deseó llevarse todo. Las libretas que coleccionó de su pasado y que hoy hablan de su presente, algunos libros, una vela y cerrillos, tabaco, una botella de ron, porque un cartón de cerveza ocupa demasiado espacio y los recuerdos para continuar escribiendo... ah y los lentes para ver su soledad. Por si le toca el infortunio de comprobar que hay vida después de la muerte”.
Escrito por Rigoberto Chinchilla.24 de Julio. Tomado de La Página.
Murió Maximiliano Rodríguez Mojica, quien antes de ser periodista había sido de la Guardia Nacional y llegó ser sargento, usó casco de hierro, polainas de cuero negro, caramañola, cinturón y porta cargadores; sabía de cómo el G-3 vomitaba balas y había observado cómo sacaba las tripas de los campesinos como respuesta a sus exigencias de tierra o por el simple hecho de organizarse para reclamar sus derechos.
Amigo del polémico General “Chele Medrano”, a Mojica se le debe literalmente el sobrenombre de “la vieja guardia periodística”.
Irónicamente, él tenía cuatro años cuando el Gral. Maximiliano Martínez desarrolló el más grande genocidio de campesinos que la historia registra en la zona occidental. En febrero de 1928 Mojica había nacido en Coatepeque y tuvo la suerte de que ser alcanzado por el extermino y la ira del General Martínez y se salvó de morir durante la guerra.
Tuvo la dicha de nacer y el mundo no le fue indiferente, pero tuvo la desgracia que lo matara el alcohol.
En la Guardia Nacional había sido el Coeditor de la Revista Guardia; luego pasó a escribir artículos de opinión en el Diario de Hoy. A él se le atribuyeron las fotografías que aparecieron en ese matutino de muchos estudiantes desaparecidos durante la ocupación militar de la Universidad de El Salvador y otras fotos de jóvenes universitarios a quienes se les colocaba tradicionalmente una media docena de fusiles a los pies y luego aparecían bajo el titular “capturan a terroristas”, las armas eran las evidencias para que fueran procesados.
Hace unos 40 años escribió un artículo que le ubicó en concordancia con “los valores conservadores de la época”. Él mismo demandó a los escritores de su generación y a los intelectuales contemporáneos que gastaran su tinta en escribir sobre la relaciones seguras y responsables entre los jóvenes y sobre los peligros del alcoholismo.
Quienes lo conocieron saben perfectamente que trabajó como reportero, que cambió su indumentaria de la fatídica Guardia Nacional por una cámara, libreta de apuntes y la máquina de escribir.
Laboró en las fuentes de economía, del desaparecido y tenebroso ministerio del interior y que en los últimos años se le veía por el centro de San Salvador y nadie, ninguna Asociación de Periodistas, ni sus antiguos patronos, ninguno de sus amigos con quienes departió tragos y juergas en el casino de la Guardia Nacional, hizo un verdadero intento por sacarlo de ese infierno humano.
Ernesto Rivas, fotoperiodista de El Diario de Hoy, subió hace pocas semanas, unas fotografías de la evolución de su desgracia, en algunas de ellas se le ve sobrio y desempeñando sus funciones; en otras deambula por la calles de esta ciudad, durmiendo debajo de una vieja e improvisada casa de cartón y plástico y bajo una mugrienta mesa de madera, en las aceras del decadente Cine Libertad.
El Periodista Hugo Dueñas trabajó hace años un reportaje sobre el abandono de los ancianos y se encontró con él, desarrolló su historia pero como un ejemplo del abandono de las personas de la tercera edad escribió en 1998 su historia. Pero jamás imaginó que se trataba de un periodista salvadoreño; aunque luego se dio cuenta de ello.
Frente a la parada de buses de la Ruta 41-B que viaja a Soyapango le vimos en varias oportunidades gritando su nombre por varios minutos, como efecto del “delirium tremens” le observamos recorriendo estas caóticas calles de San Salvador. Le robaron casi todo, lo único que le quedaba era el escapulario que su madre le había regalado... y su amarillo y plastificado carnet de periodista donde aparecía muy joven.
Recuerdo haber leído hace unos dos años de la aguda pluma del periodista César Fagoaga la entrevista donde el comunicador le contó de su bronca con su hijo, del encierro a que le sometía para evitar que saliera a tomar licor y la descripción de la marchita gloria de esa generación de periodistas llamada “La vieja guardia”, artículo que tituló "¿Dónde están los viejos periodistas?". También se refirió a Adrián Roberto Aldana, quien muriera la semana pasada antecediéndole en ese viaje sin retorno.
Como escribimos en esa oportunidad, se trata de una generación polémica pues a pesar de que no tuvieron escuela ni formación académica y estuvieron vinculados a los poderes fácticos o fueron instrumentalizados en muchos momentos, cumplieron con labores increíbles dentro de la profesión periodística y al final, en el ocaso de sus años, fueron olvidados, despreciados e ignorados por su generación, por sus antiguos patronos, tirados al olvido, a la debilidades personales y humanas.
Conocer la historia de esta generación es importante y una obligación para los actuales comunicadores.
La labor periodistica es un apostolado, es una entrega cotidiana; durante años hemos estado desinformados con medias verdades y falsedades completas, con practicas periodísticas que respondieron a intereses de sectores económicos, que buscaron o se interesaron únicamente por mantener sus hegemonía informativa y sus cuentas bancarias en cifras solventes y quizá eso no es malo. Pero cuando sus intereses están en peligro se acuerdan de sus comunicadores y los utilizan para asustarlos de que sus fuentes de trabajo están en peligro y hasta los involucran en debates sobre si es crítica y los abusos de la opinión pública deben o no ser penalizados.
A otros, como Mojica, cuando ya no sirven para sus propósitos simplemente les tiran al olvido.
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