Carlos Mayora Re.03 de Julio. Tomado de El Diario de Hoy.
Pocas cosas nos golpean tanto como la muerte. Incluso la muerte de personas que no conocemos, que tienen poco que ver con nosotros. Sin embargo, son nuestros semejantes, y los vemos como tales. Los sentimos así. Su muerte, su sufrimiento, no nos resultan indiferentes.
Por eso nos han conmovido tanto los sucesos violentos de estos días, en los que personas inocentes han perdido la vida de manera atroz, o sentimos como propias las preocupaciones de quienes pasan la noche despiertos cuando llueve, pues no saben si su endeble vivienda resistirá el temporal.
Esa capacidad de compasión es una de las peculiaridades propias de los seres humanos. Cuando se pierde, es una de las más grandes tragedias que puede sobrevenir a alguien en particular y a una sociedad en general.
Pero también puede hipertrofiarse, como cuando se equipara el valor de la vida humana con la de los animales, y se dan paradojas desconcertantes, ya que lo que comienza como una causa noble, no pocas veces se sale de contexto y llega a convertirse en un sistema de creencias infundadas, que a fuerza de igualar todas las vidas (humanas o animales) terminan por desvalorizarlas todas.
Así, por ejemplo, se puede llegar a defender jurídica y socialmente el "derecho" de los animales a no ser utilizados para pruebas de laboratorio, mientras se defiende con parecido celo el "derecho" a suspender la vida humana en el seno materno. O se critican las leyes que permiten el aborto, al mismo tiempo que se promueve activamente la pena de muerte como remedio para la criminalidad.
En el fondo, el problema es de criterio: si basamos todo en sentimientos y semejanzas, fobias y filias, si el único baremo son las emociones, es comprensible que se tengan planteamientos contradictorios. Pues de suyo, los sentimientos son paradójicos.
Pero si nos fundamentamos en argumentaciones racionales, difícilmente manipulables por intereses, las cosas son diferentes. Entonces, puede decirse que la sociedad está madura democráticamente hablando, y en su seno pueden encontrar eco tanto los que propugnan la defensa de los animales, como los que postulan la inmoralidad del aborto legalmente permitido, la regulación legal del consumo de drogas, o leyes en contra de los inmigrantes.
La clave es que los alegatos se fundamenten lejos de argumentaciones religiosas, de intereses creados o de simple perspectiva, de ideologías en definitiva, y que los debates importantes, bien articulados y seguidos por el público en general, se basen en conocimientos técnicos y científicos, filosóficos y sociológicos, históricos y jurídicos… a la vez que el bagaje retórico de quienes los sostienen vuelven interesantes hasta los tópicos más áridos.
Cuando no ha sido así, valores importantes: la vida humana, la libertad religiosa, la inclusión social y la igualdad de oportunidades, o la libertad política, sufren seriamente. Más aún, casi sin importar el nivel cultural de la sociedad en que se exacerben las percepciones sentimentales por medio de la propaganda, se han instalado regímenes totalitarios, porque la fuerza que prevalece ya no es la de las realidades, sino la de la manipulación sentimental, basada en odio racial, conciencia de clase, miedo, o pasados mitificados para alcanzar futuros utópicos.
Los gobiernos juegan con ventaja: tienen el poder, el dinero y --en principio-- la representatividad de la gente. Además, saben conservar la frialdad que tratan de evitar que guíe a sus electores a la hora de tomar decisiones en las urnas.
Veamos qué pasará en estos días con la ley de proscripción de las pandillas. Observemos las actuaciones de todas las partes, y tratemos de comprender no sólo qué dice cada quien, sino las razones que les llevan a decirlo. Con cabeza fría.
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