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2010/04/03

LPG-Tiempo lleno. Tiempo vacío. La gran disyuntiva existencial

 Y al hablar del paso del tiempo en verdad hablamos del paso de la vida, de las etapas o estaciones de la vida. Cada una con sus efusiones y con sus lastres, con sus iluminaciones y con sus penumbras. Todo en permanente revelación.

Escrito por David Escobar Galindo. 03 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.

 

Los seres humanos somos adoradores de lo absoluto —así con minúscula, porque aquí no nos referimos al Absoluto transhumano, sino al absoluto intrahumano— y dependientes de lo relativo. Nunca desistimos espontáneamente de lo primero; casi nunca aceptamos pacíficamente lo segundo. Esa es, de seguro, nuestra batalla básica, que, aunque la tenemos perdida de antemano, representa el atribulado motor que nos mantiene entrenados para acercarnos a lo que no conocemos, y que, precisamente por no conocerlo, vivifica permanentemente la ilusión del conocimiento. Qué lío, ¿verdad? En esa línea se halla inserta nuestra relación con el tiempo, es decir, con el paso del tiempo.

Y al hablar del paso del tiempo ya se sabe que hablamos del paso de la vida, de las etapas o estaciones de la vida. Cada una con sus efusiones y con sus lastres, con sus iluminaciones y con sus penumbras. Todo en permanente revelación. La juventud es la edad de los ensueños y de las renuncias. La madurez es la edad de los logros y de las pérdidas. A ver, me digo a mí mismo: ¿Qué quiero decir? Y, para empezar sin entusiasmos autocomplacientes, puede ser que de entrada no quiera decir nada en plenitud, sino tan sólo animarme a querer decir algo para seguir pensando, lo cual, en temas tan resbaladizos y a la vez tan prometedores, ya pudiera significar bastante. Porque indagar sobre la vida es algo mucho más complejo que cuestionar su sentido, en lo que tantos se han enfrascado traumáticamente. En realidad, la disyuntiva fundamental tiene dos casillas posibles: tiempo lleno o tiempo vacío. Y la llenura o el vacío son cosa de cada quien.

Además, no es lo mismo la llenura del tiempo en la juventud que la llenura del tiempo en la madurez, así como no es lo mismo el vacío del tiempo en la juventud que el vacío del tiempo en la madurez. Siendo, como acabamos de decir, que la juventud es la edad de los ensueños y de las renuncias, tenemos, en primer lugar que explicitar esos conceptos que, para el uso que aquí les damos, tienen valores perfectamente opinables, por ser expresiones estrictamente personales.

Es fácil de entender y de aceptar que la juventud sea la edad de los ensueños, porque tendemos a identificar juventud con fantasía de destino: imaginamos llegar a ser esto o aquello, realizar esto o aquello, acceder a la posesión de esto o de aquello, prácticamente sin límites de realidad, por una razón muy sencilla: en la juventud no se tiene noción restrictiva del tiempo, como si éste fuera a ser inagotable; pero entonces comienzan a operar las limitaciones inevitables, incómodas y fatigosas de lo real. Quieres ser artista, sí, pero tu inspiración no alcanza. Quieres ser viajero por los siete mares, sí, pero los apremios de la formación o de la disponibilidad económica te lo impiden. Quieres vivir sin ataduras disciplinarias, pero lo real es, en primer término, una disciplina obligatoria e inescapable; y así... Si las energías vitales se dedican a la rebelión contra esa disciplina, el tiempo se va quedando vacío: para llenarlo hay que administrar creativamente las renuncias a lo impracticable, ya que esto podría desembocar en el heroísmo martirial, que tiene buena imagen ajena pero es ruta hacia la autodestrucción. Y ejemplos abundan.

Aquí se entra en inmediata tensión con el concepto de lo imposible, término que Napoleón el Grande decía que no estaba en su vocabulario. Desde luego, si no estaba en su vocabulario sí estaba —como es natural en cualquier ser humano, sea quien fuere— en su trayecto de vida, como lo grafica la imposibilidad del retorno al poder imperial, expresión máxima de la fantasía omnipotente, sobre todo después de Waterloo, campo de batalla en el que al final no se medían ejércitos sino voluntades imprevisibles: la de la realidad y la de un subalterno napoleónico cuya indecisión momentánea cambió la historia. Al fin de cuentas, vivir es, entre otros muchos retos, sortear el propio Waterloo mientras se pueda. Y administrar creativamente las renuncias implica asumir un orden prioritario constructivo; es decir, equivale a administrar proactivamente las posibilidades. Las de la juventud no son ni pueden ser renuncias nostálgicas, porque son aceptaciones del mandato eficiente de lo real; en el fondo, constituyen el reconocimiento educativo de lo real, sin lo cual la vida entra en un desorden que conduce al caos existencial. Si este proceso se cumple en forma autorreveladora, el resultado es la sana llenura del tiempo personalizado.

En la madurez cambian los balances, aunque las piezas claves sigan siendo las mismas. La madurez, decíamos, es la edad de los logros y de las pérdidas. Se logra lo bienvivido, se pierde lo malvivido. ¿Pero cómo distinguir sin prejuicios ni autocomplacencias entre lo bienvivido y lo malvivido? Quizás haya una pista esclarecedora en el equilibrio interior. El que bienvive acumula bonos que justiprecian la evolución vital; el que malvive trastorna las medidas de su propio ser. La madurez es tiempo de saldos, así como la juventud ha sido tiempo de inversiones. Si las inversiones han sido responsables y proyectivas, crecen geométricamente las posibilidades de que los saldos sean suficientes y bonancibles. Al final, en la página de resultados están las cuatro columnas interactivas: ensueños, renuncias, logros, pérdidas. Todas ellas conducen, en común, hacia los números negros o hacia los números rojos. Los números rojos, frustración y angustia. Los números negros, gratificación y paz.

Tiempo lleno. Tiempo vacío. La disyuntiva humana inescapable, aunque casi siempre inadvertida, porque los múltiples afanes cotidianos atentan contra ella. En todo caso, la tarea fundamental, para cualquier individuo, para cualquier sociedad, tendría que ser la atención a esa disyuntiva, de cuyo desenlace sucesivo depende todo lo que puede ser nuestra suerte en la ruta del ser destinado.

Tiempo lleno. Tiempo vacío. La gran disyuntiva existencial

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