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2010/04/29

LPG-Editorial-Control de armas: el debate interminable

 La institucionalidad está en el deber de asegurar que la delincuencia, encabezada por el nefasto crimen organizado, se halle también bajo debido y riguroso control. Hasta hoy, nada sustantivo se ha hecho en esa línea.

Escrito por Editorial.30 de Abril. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

En este ambiente de inseguridad extrema que padecemos los salvadoreños desde hace ya tanto tiempo, el tema de las armas en manos de los ciudadanos siempre está vivo en la realidad cotidiana y en la discusión que se genera en torno a la misma. Es, por supuesto, un tema altamente polémico, que más que por opiniones técnicas o de experiencia objetiva está dominado por reacciones emocionales, ya que la posibilidad de armarse se ha vuelto una especie de segunda naturaleza nacional en lo que a seguridad se refiere, y tal apropiación cultural hace que valgan muy poco las comprobaciones de que estar armado lejos de dar seguridad provoca más inseguridad.

Pese a un ligero descenso sucesivo en el número de homicidios por arma de fuego, el tema de un efectivo control sobre ellas está otra vez sobre el tapete. La cuestión reitera su conflictividad en el hecho de que ni dentro del mismo Gobierno se ponen de acuerdo. Seguridad y Defensa tienen posiciones distintas, y las ventilan. Contrapuntos como éste se han vuelto comunes en el ámbito gubernamental, y, aunque se diga que al final el Presidente decide, sería conveniente un debate interno más ordenado. Esto abarca la relación entre el Presidente y el partido con el que llegó al puesto.

En toda la temática de las armas de fuego en manos de la población hay muchos intereses poderosos en juego, porque el negocio es importante y se conecta con el gran negocio de la seguridad. No bastarán, pues, las medidas de ocasión, por dramáticas que sean. De lo que se trata es de articular una estrategia para atacar la inseguridad desde sus factores desencadenantes y multiplicadores. Las armas son sólo uno.

Generar una nueva cultura

La “cultura” de la violencia, de la prepotencia y del abuso no se instaló en nuestro ambiente de la noche a la mañana: es producto de una larga distorsión cultural, en la que pusieron lo suyo factores como la equivocada práctica del poder, el machismo imperante en las relaciones sociales básicas, los desequilibrios socioeconómicos y las fallas educativas en la formación ciudadana. Si los salvadoreños nos hubiéramos propuesto, como sociedad, una auténtica estructuración democrática de nuestros modos de vida, otra sería de seguro nuestra historia. Pero de nada sirve llorar sobre las cenizas: lo que hay que hacer es asegurarse de que prospere en el ambiente la sana evolución que vaya corrigiendo todo lo que hay que corregir.

La obsesión por las armas y por el armamentismo debe ser culturalmente eliminada en los buenos filtros de la convivencia respetuosa y fraternal. Esto desde luego es un proceso, y por ello las decisiones destinadas a ir desmontando aquella obsesión nacional deben ser bien calculadas, bien organizadas y bien conducidas.

Lo que tampoco es válido es querer mantener el estado de cosas con el simple argumento de que “los honrados, al desarmarse, van a quedar a merced de los delincuentes armados”.

La institucionalidad está en el deber de asegurar que la delincuencia, encabezada por el nefasto crimen organizado, se halle también bajo debido y riguroso control. Hasta hoy, nada sustantivo se ha hecho en esa línea.

Control de armas: el debate interminable

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