Escrito por Geovani Galeas.27 de Abril. Tomado de La Prensa Gráfica.
A estas alturas ya es evidente que la crisis de unidad en la izquierda no es inferior a la que sufre la derecha en ese mismo sentido. Fuertemente cuestionada por sus mismas bases, la actual dirección del FMLN tiene que enfrentar ahora la emergencia de otros dos liderazgos alternativos cuya posición se ha venido consolidando de manera acelerada en los últimos meses: Dagoberto Gutiérrez y William Chamagua.
El primero es un ex comandante guerrillero de larga y prestigiosa trayectoria militante en las filas del antiguo partido comunista; un ideólogo de sólidos conocimientos generales, poseedor de un verbo sutil y persuasivo que, a la manera de los sofistas griegos, se empeña en demostrar que el color rosa no es ni puede ser efectivamente rojo. Y es además un hombre cuyo talante intelectual y natural simpatía personal lo vuelven entrañable incluso para sus adversarios más enconados.
El segundo es un pastor evangélico que habiendo vivido 30 años en EUA, en donde a su decir fue soldado y logró amasar alguna fortuna, tuvo su camino a Damasco como el apóstol Pablo, dejó todo cuanto tenía en el norte y a la sombra de Fidel Castro, Hugo Chávez y Schafik Hándal, sumó a sus elementales rudimentos teológicos un incierto marxismo de wikipedia, y se transfiguró en profeta radiofónico del segundo y definitivo advenimiento revolucionario salvadoreño.
Dagoberto Gutiérrez tiende sus redes proselitistas en las aguas siempre agitadas del disenso político e ideológico connatural a la izquierda intelectualizante; William Chamagua pesca a sus adeptos entre los humillados y ofendidos por el sistema, pero principalmente entre los más pobres y remotos, utilizados y luego olvidados combatientes y simpatizantes del viejo FMLN de la guerra.
Expertos en explotar la inconformidad y el descontento, factores fértiles para el aglutinamiento y la labor de agitación política y social, ambos coinciden en un radicalismo anti sistema que está dejando al FMLN en calidad de mero cascarón, sostenido apenas por un balbuceante e indefinido funcionariado a sueldo.
Pero por otro lado, acaso equidistante dentro de la misma izquierda y en aparente proceso simultáneo de disolución y reagrupamiento, también se mueven sigilosos los gatopardistas de un dudoso centro político, aficionados a la vieja treta de cambiarlo todo para que no cambie sustantivamente nada.
A todo esto es lo que nos hemos referido cuando hemos hablado en esta columna de una galopante atomización en la izquierda. No podía ser de otra manera si consideramos que se trata de una izquierda huérfana de talento que, pegada con saliva retórica y no con cemento político, ganó de carambola el poder un quince de marzo, solo para perderlo sin pena ni gloria dos meses y medio después un primero de junio.
La atomización de la izquierda puede favorecer de alguna manera a la derecha dispersa. Pero lo mismo podría decirse en sentido inverso. Este cuadro en su conjunto, sin embargo, no nos coloca frente a una saludable pluralidad de opciones en la que gana la democracia; por el contrario, más bien hemos entrado en un franco proceso divisivo en el cual cada quien jala para su lado, con lo cual se inmoviliza el país entero.
Pero en las actuales circunstancias mundiales toda inmovilidad es en realidad un retroceso. Entretenidos en la simple coyuntura y en la mera particularidad hemos perdido de vista lo más básico: así como no hay avance partidario sin la unidad del partido, tampoco hay posible avance de la nación sin unidad nacional. Más tarde o más temprano el salvadoreño de la llanura verá lo evidente y sabrá pasar la factura a una clase política que, siendo de este o de otro color, es en todo caso inepta.
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