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2010/04/03

LPG-Estrategia y liderazgo

Hace más de dos mil años, Isócrates sentenció: “No es el dinero ni el cargo lo que nos diferencia de los bárbaros, sino la educación y la cultura”. De acuerdo con Werner Jeager, eran precisamente la educación y la cultura los asideros más importantes del ideal civilizatorio de la cultura griega, pues son los procesos que en mayor medida humanizan y preparan para el ejercicio del gobierno y la administración del Estado.

Escrito por Eduardo Cálix. 03 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.

Desde que surgieron las sociedades políticas complejas, se ha dado discusión a la relevancia del liderazgo de los gobernantes y a las fuentes de su legitimidad. Max Weber comprendió la relevancia de este tema y por ello dedicó una parte de su obra al análisis del mismo.

Es cierto que el acceso y la permanencia en el poder dependen de la capacidad de liderazgo de quien gobierna; pero, por otro lado, la capacidad de gobierno se mide también por resultados y, cuando estos son negativos para la sociedad, los liderazgos pierden fuerza y legitimidad.

En esa lógica, es válido sostener que es muy difícil llegar y hacer buen gobierno, sin liderazgo social, pero lo es todavía más si no existen las capacidades de gobierno para atender y solucionar de la mejor manera las demandas y las necesidades básicas de la sociedad.

Dicho de manera simple: el liderazgo social no alcanza para construir un buen gobierno y, a la inversa, un buen gobierno no puede construirse sin liderazgo social auténtico. Por ello, candidatos con aceptación popular llegan a desvanecer las aspiraciones de la sociedad que les da su confianza para mejorar su condición de vida y, los, candidatos que son medianamente aceptables en términos de carisma, resultan extraordinarios gobernantes que suplen la legitimidad carismática con la eficacia.

Si en una democracia estable, la aprobación de la población hacia sus gobernantes y su desempeño en el poder depende de los buenos resultados gubernamentales; en una democracia aún frágil que se consolida día a día, en la que, como en la nuestra, muchos salvadoreños optarían por un régimen autoritario a cambio de mayor bienestar; en donde la violencia y la impunidad han llevado al país a niveles de inseguridad extremos con el consecuente dolor y agravio social; y en donde la pobreza asuela a la mitad de la población, el liderazgo y los resultados positivos de gobierno no solo son indispensables, sino urgentes.

Se ha insistido en que es necesario reconstruir el tejido social, sin poner atención en que la condición previa está en la capacidad de conducción y de gobierno, así como en una amplia legitimidad sustentada en un diálogo y una cercanía de todas las autoridades con sus gobernados.

Reconstruir el tejido social de nuestro país requiere más que innovaciones sociales. Para lograrlo se necesita la capacidad con el fin de generar una amplia convocatoria de todos los sectores para cohesionar a la nación, lo que exige de una profunda educación y cultura entendidas como ideal de diálogo y participación democrática.

Al final de cuentas, lo político no puede estar referido solo a los órganos de gobierno y la administración del Estado, sino a los valores y principios que pueden darnos cohesión y sentido compartido de un proyecto nacional que, no debe dejar de insistirse, fueron los anhelos de quienes lucharon por construir un país libre, justo y soberano.

Por ello es importante llamar no solo a la generosidad, sino a la responsabilidad generacional, para que se aproveche al Bicentenario como una oportunidad para repensar, reconstruir y redirigir los pactos que nos cohesionan, así como para propiciar arreglos institucionales que impidan que la pobreza, la falta de educación y la marginación se perpetúen como destino inevitable para nuestra sociedad.

Estrategia y liderazgo

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