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2010/04/19

LPG-Empresa y política: vidas paralelas

Es incuestionable que la realidad contemporánea es, en todas partes, y dentro de la ampliada recomposición global que nos une a todos en un mapamundi que por primera vez está empezando a merecer el nombre de tal, un ejercicio empresarial cada vez más interactuante. Y cuando hablamos aquí de empresas no nos referimos sólo a las transnacionales, que son las que más lucen en las estadísticas del éxito, sino a todas las empresas, desde las más pequeñas hasta las más grandes.

Escrito por David Escobar Galindo.19 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.


En la otra cara de la misma moneda, la realidad contemporánea es también, dentro de las mismas condiciones expansivas enunciadas en el párrafo anterior, un dinamismo político cada vez más interactivo. Y cuando aquí nos referimos a la política lo hacemos no sólo en referencia a las grandes decisiones que surgen de los principales poderes establecidos, como los que se agrupan en entidades fluctuantes, al estilo por ejemplo del llamado G-20, sino con relación a las expresiones políticas geopolíticamente más diversas, desde la aldea global hasta las metrópolis locales.

Las empresas son los seres humanos en creatividad estructurada para producir y distribuir; las entidades políticas son los seres humanos en creatividad organizada para gobernar y administrar. En ambos espacios el motor es la creatividad, los gestores son los seres humanos y lo que se produce y administra es el beneficio. ¿En qué se distingue, entonces, el hacer empresarial del hacer político? En que aquél es generador prioritariamente de ganancia personal y en que éste es generador prioritariamente de ganancia social. Y se dice “prioritariamente” porque el buen hacer empresarial deriva también en significativos beneficios sociales y el buen hacer político siempre crea condiciones para que los individuos alcancen sus propios y legítimos beneficios. En otras palabras, el verdadero desarrollo, que abarca a las personas como seres individuales y a la colectividad como ente social de base y de destino, sólo se da de manera consistente, progresiva y segura cuando la función empresarial y la función política se integran, potenciándose mutuamente, en una misma --aunque debidamente diferenciada, impecablemente respetuosa y suficientemente interactiva-- misión de servicio exitoso.

Los conceptos anteriores me nacen de la lectura de algunas frases del distinguido empresario nacional Roberto Murray Meza, en la revista Estrategia & Negocios. “Cada vez más los destinos políticos deberían ser influenciados por el mundo empresarial y sus necesidades, de cara a la generación de empleo y bienestar social. Son mundos que no deberían caminar divorciados, sino de la mano en un marco constructivo, ético y de mutuo respeto”. Y más adelante: “Las alianzas público-privadas deben verse en función de necesidades y realidades de cada país. Lo que pueda hacer mejor el sector privado, que lo haga el sector privado, pero eso no debe excluir la posibilidad de dejar al Estado algunas actividades sensibles”.

Aquí tocamos el tema sensitivo de los límites entre lo público y lo privado, en relación con el tema insoslayable de las correspondientes responsabilidades. Los mejores límites son los que determina la propia naturaleza de las cosas. La política está para ordenar legal e institucionalmente, conforme a la racionalidad servicial que le impone su representatividad de origen, no para erigirse en árbitro ideológico. La empresa está para producir sin limitaciones artificiosas ni sometimientos reductores, dentro del marco ordenado, en el entendido que representa un espíritu de beneficio razonable.

Tampoco se trata de que los empresarios se vuelvan políticos profesionales o aun ocasionales en activo, o de que los políticos asuman la política como una empresa rentable. Cada quien en lo suyo y a lo suyo. Se trata en realidad de que la función política y la función empresarial, sin perder, desnaturalizar, devaluar o rendir ninguna de ellas ni su esencia ni su lógica, caminen de la mano, como dice Bobby, en la dinámica paralela que la complejidad de lo real les encomienda.

Sociedades verdaderamente progresistas y exitosas son aquellas en las que política y empresa se entienden y colaboran como debe ser. Sociedades turbulentas y distorsionadas son aquellas en las que tal entendimiento y tal colaboración no existen o son aleatorios. Ejemplos vivos de ambas tenemos a disposición en el colorido mapa sociopolítico latinoamericano de nuestros días.

Empresa y política: vidas paralelas

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