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2010/04/05

LPG-Cuidado con las palabras

Los salvadoreños vivimos, ahora mismo, un momento transicional que de seguro, cuando sea visto desde el futuro, podrá ser valorado en su verdadera significación y dimensión. Los fenómenos históricos nunca son casuales, y esto se demuestra cada día y a cada paso, en todas partes, sin que esa regularidad de la lección parezca tener la capacidad penetradora esperable en las conductas básicas de los seres individuales y en sus organizaciones de todo tipo. Somos reacios a aprender, aún en cabeza propia; y esa tozudez es la madre de prácticamente todos los vicios de la conducta. Y al no aprender, no se es capaz de interpretar lo vivido y tampoco de transmitirlo fielmente como mensaje revelador.

Escrito por David Escobar Galindo. 05 de Abril. Tomado de La Prensa Gráfica.  

En ese orden de cosas, las palabras, que son los principales vehículos de comunicación de la realidad, están constantemente expuestas a ser víctimas de la imprevisión, de la improvisación y de la devaluación. En nuestro país, tenemos al respecto larga y calamitosa experiencia. Pongamos un ejemplo, entre muchos posibles. La palabra “democracia”. Allá en los años en que el sistema político era gerenciado, sin mayores tapujos, por la Fuerza Armada, se hablaba, desde el poder, de la vigencia de la democracia, y, más aún, de la defensa de la democracia. La palabra, por supuesto, entró en creciente descrédito, con todo lo negativo que eso podía implicar e implicaba para una real modernización del ejercicio político nacional.

En los tiempos inmediatamente anteriores al estallido del conflicto bélico, cuando ya éste se hallaba presente desde hacía tiempo en el ambiente, palabras como “liberación” y frases como “seguridad nacional” se aposentaban en los sitios más altos de la jerga más usual. Por una y por la otra muchísima gente estuvo dispuesta a morir. Eran voces que representaban grandes ilusiones e intereses. Al final, ambas se soplaron, como globos pinchados en una tarde de festival.

Al concluir el conflicto, la palabra “paz” estuvo en riesgo de correr la misma suerte; lo que la salvó fue el hecho de que muy poca gente la tomó en serio, cuando paradójicamente fue el logro histórico más sustancial de nuestra vida republicada. Es que paz, y sobre todo cuando es una paz negociada como la nuestra, implica armonía, y la armonía siempre perturba a muchos, aunque esto sea a todas luces un contrasentido.

En los años más recientes, la política sigue desgastando, neutralizando y desvalorizando palabras. Palabras como “alianza”, “socialismo”, “libertad”, “cambio”, han ido perdiendo sentido real para convertirse en envoltorios usables al gusto. No es extraño que palabras que sufren tal proceso vaciador ya no le digan nada al que quiere significados sustantivos. Y eso pasa de manera muy patente en las circunstancias actuales del país y del mundo, cuando la misma realidad ha sacudido y sigue sacudiendo tantas hojarascas conceptuales y funcionales, que ensucian la atmósfera para ir luego a pudrirse en el suelo. Necesitamos ramajes verdes; es decir, palabras nuevas, no porque sean términos desconocidos, sino por haber recuperado la vitalidad y la vocación inspiradora que les corresponde.

En la política, sobre todo, hay mucho hablar por hablar, mucho blablá, mucha palabrería intrascendente. Y todo eso vestido con la fácil solemnidad de lo pasajero. Así hay expresiones que van y vienen, perdiendo fuerza y convicción en el vaivén. Ahí tenemos el término “unidad nacional”. Se ha mencionado mucho recientemente, cada vez con menor poder de convocatoria, porque en el ánimo popular están siempre vivas las lecciones de la sabiduría acumulada en el diario vivir. “Hechos, no palabras”.

Pero, en todo caso, tendría que haber más respeto por las palabras, y la responsabilidad recae en primer lugar en los liderazgos nacionales. La pasada campaña electoral fue ejemplarizante en muchos sentidos, la mayoría de ellos negativos, y, entre éstos, sobresale el craso abuso de las palabras. Que les quede y nos quede de experiencia, para ir perfeccionando conscientemente las formas y los contenidos de la democracia. Se nos vienen pruebas sucesivas, en esta ruta por la que siempre iremos educándonos, y en tanto más consistente y aplicado sea el aprendizaje mejores expectativas habrá de estabilidad y de progreso sostenibles.

Cuidado con las palabras

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