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2010/04/26

LPG-¿Cuál es el problema? (y II)

 Escrito por Juan Héctor Vidal.26 de Abril. Tomado de La Prensa Gráfica.

La posición que mantiene el gobernante nicaragüense en torno al restablecimiento de la normalización del SICA sugiere que la integración regional le importa un comino, pero como insinuábamos la semana anterior, sería una ingenuidad pensar que actúa con total independencia de criterio. Es ampliamente reconocido que sus decisiones en materia de política exterior están inspiradas en el pensamiento del comandante Chávez. El discurso que mantienen ambos gobernantes contra el “imperio” y sus acercamientos con gobiernos “auténticamente democráticos” como el de Irán no dejan sombra de duda de esa subordinación.

Pero esa posición no puede ser más insensata e inconsecuente, para ponerla en términos suaves. Si fuéramos a centrar la atención en lo que ha significado el esfuerzo comunitario, nos atreveríamos a decir que el país más beneficiado es Nicaragua. Es probable que la actual generación no esté informada sobre cómo los otros países aceptaban las tropelías de los Somoza y sus secuaces que siempre invocaban siempre su menor grado de desarrollo relativo, para llevarse la tajada más grande del pastel.

Aún más, sus gobernantes actuales no deberían de olvidar la solidaridad que han mostrado los otros países cuando la tierra de Darío ha pasado por sus peores momentos. Basta mencionar las cifras multimillonarias que le condonó el Banco Centroamericano, precisamente cuando el primer gobierno sandinista ya no pudo honrar los compromisos contraídos con dicha institución y con la Cámara de Compensación Centroamericana. Esto último fue el inicio del colapso del sistema de pagos regional y del debilitamiento de un esquema de cooperación entre los cinco bancos centrales –que se remontaba a los años cincuenta– y que propendía a la integración monetaria, algo que don Hugo apenas ha empezado a cacarear en UNASUR.

Si apelamos a la ética política, el gobernante nicaragüense se sitúa en un plano todavía más censurable. ¿Con qué autoridad moral se niega a reconocer a un gobierno que ha sido escogido libremente, cuando el suyo está totalmente subordinado a intereses extraños? ¿O es que acaso resulta políticamente más aceptable someterse a las consignas de dictadorzuelo foráneo, que reivindicar el derecho soberano que tiene cada país de escoger a sus gobernantes?

Además, quién es Ortega para dar al resto de países lecciones de democracia. Medio mundo conoce sus intentos de manosear el sistema político nicaragüense, con el molde fabricado por el gobernante venezolano y que ya adoptaron Correa y Morales. Ya demostró de lo que es capaz con las elecciones municipales pasadas, que le valió la repulsa internacional. Pero los acontecimientos de la semana pasada en Managua confirman que está totalmente alucinado por el socialismo del siglo XXI.

Consecuentemente, no se puede descartar que las acciones dilatorias de Ortega para que Honduras vuelva a incorporarse a la institucionalidad centroamericana respondan a una reacción visceral de don Hugo, porque en ese país le pararon sus pretensiones de sembrar una segunda cabeza de playa en la región. Parte de estos movimientos se han dado en un momento en que se reunían más de cincuenta gobernantes, con el auspicio de Estados Unidos, para buscar las formas civilizadas de moderar las tensiones que provoca el armamentismo nuclear en países del tercer mundo; mensaje que no procesa Chávez, al hacer alarde de su avanzado arsenal, mientras los venezolanos sufren por el racionamiento de los servicios básicos.

A los centroamericanos nos ha costado tanto avanzar en el proyecto de integración, que no podemos ceder graciosamente nuestro derecho de construir un destino común, cuando el divisionismo es alimentado desde afuera. Superada la situación de Honduras, debemos retomar el legado de nuestros

¿Cuál es el problema? (y II)

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