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2010/04/24

Contra Punto-Furia de titanes, sacrificio de mujeres

Escrito por Carlos Molina Velásquez. 24 de Abril. Tomado de Contra Punto.
Distintos perfiles y esteriotipos de mujeres, extraídos de mitos griegos, que encajan en la sociedad actual.

SAN SALVADOR-En el remake “Furia de titanes” (Louis Leterrier, 2010), los hombres llevan espadas y montan sobre gigantescos escorpiones, pero son las mujeres las que ofrecen todo sobre lo que vale la pena reflexionar. Incluso los silencios de Andrómeda, cuyo sacrificio debe impedir Perseo, dicen mucho más que todas las artes marciales del héroe. Así como sucede con otras mujeres de la película, la tragedia de la princesa de Argos es bastante actual.
Más allá  de las diferencias con el mito, la versión cinematográfica recoge el tema central de muchos de los “relatos fundantes” de la cultura occidental: el sacrificio de la virgen —léase “mujer joven”— que garantiza que la propia ciudad no sea devastada (Argos) o que se pueda destruir la del enemigo (Troya). La víctima es asesinada, pero no en vano, ya que garantiza el bien común. La virgen ofrecida en sacrificio es invariablemente una mujer de notable belleza e hija de algún rey estúpido y arrogante que desafía a los dioses. Esta misma hybris (arrogancia) es la que origina la tragedia.
Hay una diferencia esencial entre estas historias y otro célebre “castigo de la hybris”: por haber dado el fuego a los hombres, Prometeo es castigado por Zeus —un ave rapaz le devora el hígado, el cual siempre vuelve a crecer, repitiéndose el ciclo de tortura sin fin—, consecuencia que Prometo acepta y sigue encarando con valentía. Prometeo es poderoso y grande, no busca a una joven inocente para que cargue con su dolor, algo que sí sucede en las historias de vírgenes inmoladas. Pero que las mujeres jóvenes sean las que carguen con las culpas o sirvan de ofrenda reparadora está lejos de ser un fenómeno exclusivo de la antigüedad.
En “Furia de titanes”, Andrómeda es la imagen de “la cordura”. Impulsada por el amor a su pueblo, la princesa acepta ser ofrecida al Kraken. En un momento en que la locura se identifica con la lucha por la vida, decide ser sensata. No se cuestiona ni pregunta por qué es una injusticia lo que harán con ella; tampoco lucha por su vida, sino que se entrega para que los demás puedan vivir. Si bien no está ansiosa por ser devorada y padece los reclamos e insultos de quienes la rodean, tampoco lucha. Es más, ella misma habla y pronuncia la justificación que dará sentido a su muerte. Renunciando a defender su propia vida, Andrómeda renuncia a su subjetividad, es decir, a tomar su vida en sus manos.
¿Podrían las mujeres modernas verse a sí mismas en el sacrificio de Andrómeda? ¡Seguramente! La esposa que vegeta a la sombra del marido, la madre que se marchita para que sus hijos florezcan, la hija que renuncia a sus juegos porque debe cocinar para sus hermanos varones... Ha corrido mucha agua debajo del puente de la historia y ya no creemos en los monstruos marinos (o al menos no se parecen al Kraken), pero la sangre sigue siendo reclamada. ¡No es necesario que te amarren a una roca para experimentar la lógica sacrificial!
Lo que le falta a Andrómeda es un poco de locura y el impulso rebelde que la separe del altar en el que el mundo de los hombres la colocó. Este altar puede adoptar las formas más curiosas. En la cinta vemos a la esposa del rey Acrisio seducida por Zeus, una ofensa terrible... para el rey. Los sentimientos de la mujer no interesan para nada (¡hasta su nombre olvidamos!) y en todo caso este sería el menor de sus problemas, pues la vileza del dios y el carácter cerril de su marido le acarrearán la muerte. Pero no pensemos que esto es extraño para nosotros. Aún ahora se piensa que el valor de una mujer decrece notablemente si pierde su virginidad o si lleva un hijo bastardo en su vientre; y repartir la culpa entre ella y el “feliz padre de la criatura” nunca le ocasiona a éste consecuencias demasiado graves.
Es posible que la misoginia sólo pueda combatirse con una buena dosis de “locura”. Dejen que les refiera a un par de orates célebres: la princesa griega Ifigenia y su madre Clitemnestra. Es conocido el relato de Esquilo —la tragedia Agamenón— en el que nos muestra que es de sentido común exigirle a Ifigenia que se someta a la decisión de su padre de sacrificarla en honor de Artemisa, con lo cual se repararía una ofensa y de paso aseguraría la destrucción de los enemigos troyanos. ¿Cuál es la respuesta de Ifigenia? Ella grita, maldice y se resiste. Ifigenia es como un animal que no acepta razones, una bestia que, ¡insensata!, no comprende que debe morir por el bien de todos. Es la misma lógica que dice que la guerra contra Troya debía realizarse por culpa de su tía puta, Helena, la esposa de Menelao. Vuelve a funcionar el mecanismo de justificación patriarcal: la culpable es Helena, no Paris, aun cuando fuera él quien se la llevó. Vemos que se repite la historia de Acrisio y su esposa seducida por Zeus: invariablemente, la culpa recae en la mujer.
Otra versión de la historia de Ifigenia narrada por Eurípides —Ifigenia en Aulis— nos mostrará a una muchacha que ha entrado en razón y acepta de buena gana su sacrificio (como la buenita de Andrómeda). No obstante, en esta versión es Clitemnestra la que se convierte en loca, pues busca impedir el sacrificio de su hija, lo que le acarrea la condena y el desprecio. Como señala Franz Hinkelammert, el “ilustrado” y misógino Eurípides transforma a la rebelde hija de Agamenón en un sumiso cordero que ofrece el cuello para que se lo corten: ¡el modelo patriarcal de la feminidad! Por el contrario, el autor hace que su madre, que está muy lejos de ser “una mujer encantadora”, grite y grazne como un pájaro salvaje, retorciéndose de ira y dolor por la infame injusticia que su esposo está a punto de cometer. El contraste es claro: Ifigenia es la heroína y Clitemnestra apenas alcanza a ser una bestia. El heroísmo no se concede a las mujeres si no aceptan ponerse la soga al cuello.
En “Furia de titanes” vemos a Io, la semidiosa, como alguien más cercano al ideal feminista de la mujer fuerte, arriesgada y “liberada”. Pero el encanto dura poco cuando cae rendida a los pies de Perseo (un Sam Worthington con cara de tronco que pide a gritos que le asignen algún “avatar”). El mensaje patriarcal en la secuencia de la lucha con Medusa es evidente. En una curiosa inversión, el Perseo que entra al templo dejando en la entrada a Io encarna al esposo que sale al mundo a ganarse el sustento, siendo rodeado por el peligro femenino de la belleza prohibida y maldita. Medusa es “la otra”, la que con su belleza convierte en piedra a los hombres, conveniente metáfora para designar a la “roba maridos” y “destruye hogares”. Mientras tanto, “la oficial”, la casta y pura Io, espera cual esposa sumisa en casita, a la espera del fiel luchador que regresa del trabajo. Que la esposa fiel fuese asesinada mientras lo espera no es un mero golpe de efecto, sino una nueva explicación de la lógica patriarcal: ¡No se confundan esposas, lo suyo también es un sacrificio!
Pero la Io de la película da para mucho más. La ternera perseguida por el tábano de los textos antiguos ha quedado atrás y en su lugar tenemos a la bella y casta media naranja, incondicional de un héroe más bien soso en las cuestiones del amor. La única escena entre ambos que aplicaría para ser catalogada como “erótica” apenas llega a frustrante coitus interruptus, que a mí me recuerda a las parejas de novios jóvenes obsesionados con la idea de llegar vírgenes al matrimonio. No sólo es que ya nadie se acuerda de Andrómeda, sino que Io es confirmada como “la legítima esposa” del héroe. Por la sumisión demostrada, Io es premiada al final con el sueño de toda mujer “decente”: vivirá al lado de Perseo… detrás de él, por supuesto. ¿No que detrás de cada hombre hay siempre una gran mujer?
Y si quieren saber qué les sucede a las mujeres que desafían la voluntad de los dioses —léase “hombres”—, basta con que vean el final de Casiopea. La vanidosa madre de Andrómeda es la “mujer insolente” que desafía a dioses y diosas por igual. Su hybris le procura una muerte peor que la de la misma Medusa, el otro personaje femenino que encarna la belleza y sensualidad femeninas… y la perdición que las acompaña. Una vez más, estamos ante otro lugar común del discurso patriarcal. Recordemos que tanto Andrómeda como Io son bellezas “puras”, no como la fogosa reina de Argos o la “terrible” Medusa. Al contrario de las dos primeras, las cuales son “salvadas” por hombres (el héroe Perseo y el dios Zeus), la “deschavetada” Medusa pierde literalmente la cabeza y Casiopea envejece rápidamente hasta consumirse, con lo que le es arrebatada la esencia misma de su feminidad: la juventud perdida para siempre echa a perder su belleza y con ella su vanidad, por lo que sólo le queda avanzar hacia la muerte. El final de esta femme fatale refleja también la idea patriarcal de que el orgullo femenino y su capacidad de resistencia sólo pueden originarse en la vanidad, ese “vicio femenino”.
Los mitos nos hablan. Por eso es importante destacar que las versiones cinematográficas de estas historias renuevan la visión patriarcal del mundo. “Furia de titanes” no es una película sobre el pasado, como tampoco lo son los mitos. Más bien, ambos nos proporcionan claves para comprender mejor lo que aún ahora nos sigue constituyendo.

Furia de titanes, sacrificio de mujeres

4 comentarios:

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