24 de Julio. Tomado de La Prensa Gráfica.
Abraham Reyes mira al cielo con más impaciencia que esperanza en estos días de canícula. Hace ya casi una semana que no llueve ni en Apopa ni en la zona de San Salvador por donde discurre la cuenca del río Tomayate.
Él sabe que a mediados de junio las lluvias deberían ser más intempestivas y los temporales constantes.
Hay un rumor de tormenta unos kilómetros al sur. Un rumor de esperanza para Abraham que cada día está esperando una crecida del río, una crecida grande de esas que arrastran muchas cosas y van dejando metales atorados entre las piedras o en la arena de las orillas.
Pronto oscurecerá y dice que debe ir a revisar las pilas de su lámpara de mano para cerciorarse que estén dando buena luz. Si llueve esta noche, espera ser de los primeros que bajen al río por la madrugada a buscar desperdicios metálicos.
En estos tiempos la competencia es dura hasta en los oficios más inusuales. Abraham lo ha comprobado a fuerza de experiencias a veces amargas en las que ha regresado a casa con pocas libras de hierro después de una jornada de varias horas de búsqueda. Todo porque no madrugó lo suficiente y otros se le adelantaron.
“Parece un supermercado”, dice Abraham al referirse a la cantidad de gente que baja a la hondonada en busca de chatarra. “Cada uno lleva su lamparita”, agrega.
Con la chatarra que rescata de las aguas cenagosas del Tomayate obtiene algún dinero para mantener a su mujer y sus dos hijas. La mayoría de las veces consigue más de lo que ganaría en una jornada de trabajo como obrero.
Es albañil de los buenos, pero el empleo ha escaseado tanto que lleva meses sin conseguir uno. Él no sabe que existe la Tabla Periódica, pues apenas estudió hasta segundo grado. Con el tiempo la necesidad lo obligó a aprender a leer y a escribir con una caligrafía primitiva.
Con inusitada claridad explica las características por las que distingue el hierro, el bronce, el cobre, el aluminio y el antimonio, que son los más preciados por estos buscadores de fortuna. Ninguna de esas diferencias tiene que ver con pesos atómicos.
Ha logrado averiguar que el precio elevado de los metales se debe a que los chinos están construyendo una represa más grande que El Salvador.
Este es un tema que lo intriga, aunque no tenga idea sobre dónde puede quedar China.
Estos datos también han puesto en alerta otra de sus habilidades naturales. En silencio le ha dado vueltas y vueltas en el cerebro a esta situación y considera que es una oportunidad que podría aprovechar para hacerse de fortuna. Su conclusión clara y contundente es que debe poner su propio negocio.
Solo necesita una balanza y un local donde comprar y acumular la chatarra que van encontrando los buscadores para luego venderla por quintales a la planta de fundición. El único problema es que para eso necesita dinero, un bien más escaso que las lluvias en estos días.
Mientras tanto, continuará andando por las aguas lodosas del río Tomayate, disputándose pedazos de hierro, restos de refrigeradoras y cocinas, con una muchedumbre que, lámpara en mano, cada madrugada puebla la cuenca del río.
Muchos han comenzado a llamarle “el alquimista”. Él no comprende lo que significa ese término.
“Se burlan porque nuestro trabajo se parece al de los zopilotes”, me ha comentado.
“Porque limpian el mundo”, le contesto en un tono positivo.
“No –me corrige–, porque recogemos puros desperdicios y también lo hacemos por hambre.”
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