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2010/07/23

EDH-Ordenando las sillas en el Titanic

 Manuel Hinds.23 de Julio. Tomado de El Diario de Hoy

Hay ciertos ciclos de comportamiento que la gente tiende a adoptar cuando se encuentra en situaciones angustiosas o inciertas. Uno de estos puede llamarse el de la consulta eterna. Tiene cuatro etapas bien marcadas. Pueden observarse en nuestro país (al menos las primeras tres) a medida que la sociedad va dándose cuenta de la gravedad de los problemas económicos, sociales y políticos que nos aquejan. El crimen está aumentando, la economía parece ya no estar cayendo pero está estancada a un nivel insatisfactorio en términos de empleo e ingreso de la población, y la gobernabilidad del país y la confianza en el imperio del derecho se están deteriorando rápidamente.

La primera etapa del patrón de consulta eterna se da cuando la angustia por estos problemas alcanza un nivel crítico y, en una reunión social, hay una persona que dice: "Tenemos que hacer algo", y luego otra pregunta: "¿Qué podemos hacer?" El grupo acuerda reunirse otro día, especialmente para discutir seriamente el tema y decidir qué hacer.

La segunda etapa comienza cuando se reúnen, discuten por largo rato lo que pueden hacer para mejorar la situación del país, sin llegar a ninguna conclusión. Esta etapa termina cuando deciden invitar a alguien, alguna persona conocida por ellos, para que los guíe.

En la tercera etapa, el orador invitado llega y expone su manera de pensar. El grupo lo escucha. Le hace preguntas. Le agradecen su tiempo y esfuerzo. El invitado y el grupo se van. Pero la etapa no termina allí. El grupo se vuelve a reunir para, ahora sí, decidir qué hacer. Pero, típicamente, todavía no se ponen de acuerdo. En realidad no saben si están de acuerdo con lo que el invitado dijo: "Es sólo una opinión", "Sospecho que tiene una agenda propia", "Quizás sus ideas son muy rígidas… o muy flexibles", "No podemos decidir sin escuchar otra opinión". Deciden ampliar la consulta invitando a otra persona, para escucharla también. La tercera etapa puede seguir indefinidamente mientras el grupo sigue invitando más y más personas.

La cuarta etapa es aquella en la que el grupo decide lo que tiene que hacer, se organiza y lo hace. Esta etapa es casi teórica, porque la mayor parte de los grupos se quedan en al tercera etapa para siempre. La urgencia de hacer algo se acalla con la práctica de escuchar opiniones de otros, y las decisiones se postergan para siempre, esperando siempre escuchar una opinión más. Con cada invitado adicional, la decisión se vuelve más difícil, las dudas son más grandes, la vergüenza de no hacer nada se va apagando al sentir que hay mucha gente con la misma indecisión.

Algunos grupos calman su urgencia de acción con obras poco relevantes para la naturaleza y la magnitud de los problemas del país. Hacen algo, como ayudar a cuidar parques o a limpiar estatuas, algo que haría un grupo de personas en Londres, en donde todos los problemas gravísimos que aquejan a nuestra sociedad han sido resueltos hace siglos --algo muy deseable, muy civilizado, que suena bien, quizás muy elegante pero totalmente desconectado de los problemas que motivaron las angustias iniciales del mismo gru- po--. Es como si estando en el momento en el que se estaba hundiendo el Titanic, los pasajeros y la tripulación no pudieran ponerse de acuerdo sobre lo que tendrían que hacer ante los borbollones de agua entrando al barco, y decidieran reordenar las sillas del comedor o pulir las barandas de bronce de las escaleras.

¿Por qué grupos de gente muy inteligente pueden caer en dinámicas como éstas? Ambas reacciones son manifestaciones de una natural tendencia a evitar las decisiones difíciles, sea a través de no tomar ninguna decisión o de sustituir las decisiones difíciles con unas fáciles. En un ambiente tan complejo y lleno de problemas como el de El Salvador, la única manera de volver fácil una decisión es convertirla en algo irrelevante --como reordenar las sillas en el Titanic.

La decisión difícil que la ciudadanía quiere evitar es la de involucrarse en política, que es como si los pasajeros del Titanic hubieran querido evitar involucrarse en actividades de salvamento. Los problemas del país son esencialmente políticos: el manejo de los problemas de criminalidad; el miedo, totalmente racional, al Socialismo del Siglo XXI, que tiene detenida la inversión, la recuperación económica y la creación de empleos, y los crecientes problemas de gobernabilidad y eficiencia en la provisión de los servicios públicos. Todos son problemas políticos y es en este tema, la política, que los ciudadanos no se quieren meter.

La renuencia a entrar en política normalmente está asociada con el deseo de continuar con una vida apoltronada en los intereses individuales, esperando que alguien más resuelva los problemas políticos mientras nos dejan en paz. Esto, sin embargo, no se confiesa fácilmente. Lo normal es que la gente diga que no participa en política porque ésta la manejan unos pocos o porque es sucia. Es como si los pasajeros del Titanic dijeran que no quieren involucrarse en salvamentos porque el agua está fría, y que prefieren irse a dormir cómodamente en sus camarotes. El problema es que el agua está fría, está entrando a borbollones y no hay manera de evitarla. No hay camarotes secos. En el Titanic, o buscaba uno la manera de salvarse o uno se ahogaba. En nuestro El Salvador, o se involucra uno en la salvación de la democracia o ésta se va a ahogar, y con ella todos nosotros.

elsalvador.com :.: Ordenando las sillas en el Titanic

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