Por Carlos Glower.25 de Julio. Tomado de Contra Punto.
Es como definir una sombrilla, el dinero, o un espíritu. Todos sabemos que son, pero nadie lo sabe definir
SAN SALVADOR - Un concepto que se ha puesto de moda, como el hip-hop, es el del Pacto Fiscal. Ya no se escucha pronunciamiento alguno de parte del gobierno o de las gremiales poderosas que no lo mencionen. Es tan estridente y repetitivo el clamor sobre el Pacto Fiscal que, en verdad, ya aburre. Dentro de la algarabía, los ciudadanos nos preguntamos ¿qué es un Pacto Fiscal? Pues, en realidad, nadie lo sabe o todos estamos supuestos a saberlo. Y, ese es el problema. Es como definir una sombrilla, el dinero, o un espíritu. Todos sabemos que son, pero nadie lo sabe definir.
Los problemas que se derivan de la dolarización incluye la posible insostenibilidad fiscal. Al carecer de política monetaria, de no tener un banco central y de no poseer reservas internacionales propias, un país dolarizado se ve obligado a sobre apoyarse en la política tributaria. Como un niño que no tiene juguetes y se los inventa, un país dolarizado igualmente se tiene que inventar lo que no tiene. Este es el invento del Pacto Fiscal.
Relacionado a la insostenibilidad fiscal, esta la cultura de no pagar impuestos. El Salvador es el segundo país con menor carga tributaria en América Latina, solo superado por Guatemala. Y, no es coincidente que en el único país en que se hicieron algunos esfuerzos para conseguir el tal Pacto Fiscal, fue en Guatemala, donde no alcanzó ni a ver la luz del día y resultó ser un brebaje de culebra, un verdadero fracaso.
La idea del Pacto Fiscal es un aborto del intelecto humano, propulsado por burócratas que carecen de ingenio suficiente y que, como buenos magos de circo, quieren estar en la jugada política como lacayos, claro está. Las primeras nociones sobre un Pacto Fiscal en América Latina emanaron de burócratas anónimos de tercer o cuarto nivel de la CEPAL y del PNUD. Algunos gobiernos, a su vez, retomaron la idea y con el apoyo de los medios propagandísticos lo empezaron a propulsar como medida milagrosa.
El gobierno salvadoreño, por su parte, nos anuncia que en “el Pacto Fiscal participaran todos los sectores”. O, como nos dice un burócrata del BID nombrado por el gobierno salvadoreño, “el pacto fiscal debe definir qué impuestos se deben subir.” Si somos 6 millones de ciudadanos, no cabríamos en el Monumental ni tampoco en el Mágico, a menos que el gobierno nos vaya a entretener con magia o con economía vudú. Si algo se puede decir al respecto, es que el tal Pacto Fiscal es una idea social excluyente al servicio de los poderosos de una sociedad. Un pacto análogo sería un Pacto Escolar en el cual los maestros y algunos estudiantes negocian qué van a aprender, como lo van a aprender y como será evaluado el rendimiento del estudiante. Sería similar a concederle a un niño de 5 años a ser el repartidor oficial de dulces en la ciudad capital.
La dolarización y su impacto directo para profundizar y mantener la crisis actual ha introducido una urgencia más: la del tal Pacto Fiscal. Pero, cuando se vive en un país en que todas, toditas, las necesidades sociales son urgentes, una urgencia mas no cala ni al menos indiferente. El país tiene la urgencia de que el 50% de sus infantes padecen anemia, las cárceles y prisiones están ocupadas al 300%, un 25% de su población ha encontrado urgente emigrar, una epidemia urgente de dengue que ni el mismo gobierno puede ya encubrir, la Fiscalía y la policía necesitan urgentemente fondos para poder operar mínimamente. La lista de urgencias es casi interminable en nuestro El Salvador.
Una Roma plutocrática y decadente, se llenaría de vergüenza al saber que tiene que gobernar a sus ciudadanos con tantas urgencias y sin poder cubrir una sola. Sus burócratas, en confabulación con sus plutócratas, se llenan de principios y se disfrazan de Santa Claus o de Zeus, y ofrecen pactos que les pertenecen a los ciudadanos decidir. Ese es el tal Pacto Fiscal que ahora nos quieren vender como milagrosa poción de culebra.
Si verdaderamente se tuviera en mente al ciudadano salvadoreño común y corriente, la reforma tributaria comenzaría por revertir las medidas fiscales de 1992 de Cristiani por medio de las cuales se cargó de tributo a los más pobres y se liberó de tributo a los más ricos. En este contexto, tanto se ha hablado de reformas tributarias que a duras penas se logró un insignificante cambio, pero regresivo, en el primer año de gestión del nuevo y supuesto Gobierno del Cambio.
En medio de una sociedad carcomida, un Estado inoperante, una desenfrenada violencia, epidemias virulentas que diezman a nuestra niñez, una red social que no agarra ni a una ballena ni un bocado para nuestros ancianos, pensar en un Pacto Fiscal, es pensar en hacer nada. Una verdadera reforma tributaria abandonaría la reforma regresiva de 1992, dotaría al perversamente llamado Banco Central de Reservas de sus atributos legítimos, y de esa forma llevar a cabo lo que debidamente se podría llamar una Reforma Fiscal, donde opere justamente una Política Económica moderna.
Pensar en un Estado eficiente con un tal Pacto Fiscal que nadie sabe lo que es, cuando se contagia la mentalidad del almuerzo gratis a todo nivel social y político, cuando se tiene una moneda de cambio que responde más a los intereses de otro país, es pensar en pajaritos preñados y en seguir engañando a la ciudadanía.
El Tal Pacto Fiscal: Una Urgencia Más - Noticias de El Salvador - ContraPunto
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