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2010/04/03

LPG-Dicen que es cierto

Y lo cierto es esto. Referimos algo a nuestro buen amigo, por la confianza y todo aquello, insistiéndole además que esto solo es entre nos. Y, por supuesto, nuestro confidente va y cuenta nuestra historia a otro amigo de confianza, con palabras parecidas, el cual suprime o añade algún detalle (le pone patas y cola) con suerte sin alevosía. Y así se hacen los chambres –los chambres, los chismes, las bolas, los rumores. No tienen época, florecen todo el año, se dan igual de hermosos en oficinas que en salones de belleza, en iglesias que en cantinas. De buena fuente se los digo. “Lo que se dice al oído de un hombre se oye a cien leguas de ahí”, dice el proverbio chino. A medio camino entre la ficción y la verdad, el chambre es el hermano descalzo del comunicado oficial –la pura verdad a medias. Alguien dijo que la mejor manera de mantener un secreto es sin ayuda. Pero parece que muy pocos están hechos para eso. (Quizás por eso las mujeres, conocedoras de esta verdad, llegan a desconfiar de sus mismísimas amigas.)

Escrito por Alfredo Espino Arrieta. 03 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.

Se dice que las mujeres son chambrosas, pero, al menos en mi experiencia, los hombres no se quedan atrás (podríamos dar nombres...). Porque no todo es fútbol, deslices, política o (rarísima vez) filosofía. El chambre calientito corre igual de raudo por los bares que por las cervecerías, por clubes y cofradías. Póngase usted la mano en el pecho, y diga si no siente un cosquilleo cuando un amigo le dice –y en tono conspirativo: “vení, te voy a contar algo”. La verdad es que uno hasta se siente honrado.

Claro que, al igual que las mentiras, digamos que hay chambres blancos y negros (y muy negros). Verdaderos espíritus viperino-enciclopédicos, con vasta base de datos que actualizan casi a diario, algunas gentes se consagran a este arte con denuedo excepcional. Se diría que hablan con genio de la vida de los otros.

“Si el río suena es porque piedras lleva”, parece ser el pensamiento que subyace a la misteriosa credulidad incondicional ante los chambres. Muchos también parecieran sentir un verdadero regocijo ante la desgracia del otro, haciendo leña gustosamente de ese árbol caído. Y como nadie hay que sea perfecto y todos escondemos algo (mucho, de hecho: nuestra intimidad precisamente) no siendo necesario que el chambre sea mentira, buscad y encontraréis. Aunque nadie murmura sobre aquellas virtudes secretas de los otros, como dijo Bertrand Russell y, con todo, siempre resulte que haya algunos que parecieran satisfechos –Oscar Wilde, como siempre: “Lo único peor que hablen de uno, es que no hablen de uno”.

Las intrigas palaciegas y laborales son el ejemplo reconsabido de lo que puede costarle a alguien un mal chambre –antes rodaban cabezas, y hoy son puestos y carreras. Claro que también es cierto que cría fama y lo demás. Si cualquier fulano, por ejemplo, le dice a la Secretaria de Estado de un país muy unido, que le han visto a su marido con otra rubia por ahí, seguro que lo da por hecho.

No seamos más hipócritas de la cuenta y reconozcamos que es muy cierto que si se supiera lo que hemos dicho (acaso exento de perfidia) de nuestros mejores amigos y conocidos, sencillamente no los tendríamos. No sé qué seremos más: si susceptibles o suspicaces.

Nadie es monedita de oro, y aunque lo fuéramos igual hablarían de nosotros. Así que yo me consuelo recordando unas palabras, que un día vi pintadas en un pick up, tan destartalado como antiguo –toda una epifanía: “Si hasta de Dios hablan, qué no dirán de mí”.

Dicen que es cierto

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