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2010/04/07

LPG-Cualquier tiempo pasado... ¿fue mejor?

Pero una cosa es comprender las añoranzas y otra muy diferente es usarlas de manera antojadiza para proponer soluciones a los problemas actuales.

Escrito por Joaquín Samayoa.07 de Abril. Tomado de La Prensa Grafica.

No sabría decir si cualquier tiempo pasado fue mejor. En realidad, no es posible hacer ese tipo de valoraciones de manera absoluta, pero en lo que atañe a nuestro país, la década de los años 60 me pareció mejor, en muchos sentidos, que todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces.

En aquellos años, los cipotes íbamos y veníamos por todas partes a cualquier hora, sin preocuparnos por asaltos, asesinatos ni secuestros. El presidente Rivera se desplazaba en su moto sin escolta. Casi no se veían guardaespaldas ni compañías privadas de seguridad. El tráfico vehicular era mucho más liviano. La industrialización generaba empleos y hacía posible una expansión acelerada de las clases medias. Los que lográbamos completar una carrera universitaria teníamos casi asegurado un futuro bastante promisorio. La palabra “estrés” no aparecía en los diccionarios. Ni siquiera había rivalidad entre los seguidores del Barza y los del Madrid porque no era posible ver los juegos ni en vivo ni en diferido.

Nos sacudió un terremoto en 1965 y tuvimos un conflicto bélico con Honduras hacia finales de la década, pero casi todos los días podíamos darnos el lujo de leer los periódicos de atrás para adelante, quedándonos en el medio sin perdernos de mucho. Más allá de nuestras fronteras, en latitudes que se sentían bastante lejanas, estaba en su apogeo la guerra de Viet Nam, los dos grandes protagonistas de la guerra fría estuvieron a punto de iniciar una guerra nuclear, hubo una ola de protestas estudiantiles en Francia y fueron asesinados en Estados Unidos el presidente Kennedy, uno de sus hermanos y el principal líder del movimiento por la igualdad racial y los derechos civiles. No todo fue color de rosa durante esa década, pero en comparación con lo que vendría después, puede decirse que fueron años relativamente prósperos y tranquilos.

Es posible encontrar muchas razones para la nostalgia de la generación de “baby boomers” que está ya casi de salida del escenario político y empresarial de nuestro país. Pero una cosa es comprender las añoranzas y otra muy diferente es usarlas de manera antojadiza para proponer soluciones a los problemas actuales. Esto último parece ser lo que está ocurriendo cuando un grupo de diputados de ARENA proponen, entre otras reformas a la Ley General de Educación, la instauración de la cátedra de “moral y cívica” en el currículo nacional para la educación básica y media.

El razonamiento es muy diáfano y no menos simplista. Estamos como estamos porque hemos perdido los valores. Y empezamos a perder los valores desde que la reforma educativa del ministro Béneke suprimió del currículo una materia que entonces se llamaba “moral, urbanidad y cívica”. Eso ocurrió en las postrimerías de la década de los años felices. Muy pronto vinieron la violencia política, los secuestros, las protestas callejeras, la guerra y después las maras, los narcos y la espiral incontenible de criminalidad.

No pongo en duda la buena intención de los diputados areneros, pero es menester que comprendan que el mundo no se hizo más complicado o peligroso, ni empezó a descalabrarse porque haya desaparecido del currículo una materia cuyo nombre explícitamente hacía referencia a la moralidad, las buenas costumbres y el civismo. Si hacemos honesta memoria los que fuimos educados cuando esas materias existían, tendremos que reconocer que era una clase irrelevante y soporífera, que poco o nada añadió a nuestra conciencia cívica o a nuestro repertorio de valores morales.

Debieran saber además que la desaparición de esa materia que ahora quieren volver a instaurar no significó el abandono de los propósitos educativos que la misma pretendía alcanzar. Lo concerniente a la educación cívica no solo no desapareció, sino que fue potenciado en el currículo de estudios sociales de la reforma que inició la ministra Cecilia Gallardo. La formación en valores también fue enfatizada, convirtiéndola, como debe ser, en un eje transversal del currículo, es decir, en un objetivo educativo que debe ser servido por todos los maestros en todas las asignaturas.

Si la formación moral y cívica ha sido defectuosa o insuficiente no es debido a la inexistencia de una materia que tenga esas palabras mágicas en su nombre, sino por la falta de ejemplaridad, creatividad y capacidad pedagógica de los educadores. En la medida en que el fenómeno de la criminalidad sea atribuible a una mala educación, la solución no está en añadir materias sino en ayudar a los maestros y padres de familia a hacerse cargo de esas dimensiones tan importantes en la educación.

Cualquier tiempo pasado... ¿fue mejor?

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